domingo, 22 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 26

—Está bien —aceptó indulgente—. Ve por tu abrigo.

Martina salió disparada, dejando un incómodo silencio tras ella. Paula se mordía el labio, recordando la última vez que había estado con aquel hombre, aunque el actual comportamiento de Pedro no indicaba que él lo recordara.

—¿Vendrás con Martina? —preguntó él ansioso.

La idea de ir a su casa la inquietaba, pero no podía permitir que Martina fuera sola.

—Sí.

—Gracias —suspiró él.

—No comprendo —ella lo miró asombrada.

—El cariño de Martina… significa mucho para mí.

Eso era evidente, y también lo era que Pedro Alfonso significaba mucho para Martina, lo cual hacía más sorprendente que la niña no hubiera mencionado su invitación de esa noche.

Su hija pronto explicó aquello.

—¿No fue una linda sorpresa, mamita? —exclamó—. ¡Ahora no pasaremos solas la Nochebuena!

—Martina…

—Me sentiré honrado si las dos pasan esta noche conmigo —dijo Pedro Alfonso con suavidad.

Ella lo miró a los ojos, mientras se acomodaba a su lado en el flamante RollsRoyce dorado.

—No creo que debamos…

—Oh, ¿por qué no, mamita? —preguntó Martina—. Tío Pedro también estará solo.

—Estoy segura que tiene familia…

—Sólo su madre —indicó Martina—. ¡Y está fuera!

Paula sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. ¡Siete meses sin ver a aquel hombre, y ahora esto! Era demasiado.

Pedro notó su inquietud.

—No presiones a tu madre, Martina. Estoy seguro que tiene sus planes.

—No, ella no… Nosotros…

—¡Martina! —cortó su madre tajante.

—Pero…

—¿Quieres ayudarme con el árbol?

—Sí —murmuró la niña.

—Entonces, no presiones —le sonrió para suavizar lo duro de sus palabras—. Tu madre decidirá… a su tiempo —añadió al ver que la chiquilla intentaba hablar de nuevo.

¡Era más fácil decirlo que hacerlo! La Navidad era para los niños, para darles felicidad, y estar con Pedro Alfonso parecía el mejor regalo que podía hacerle a Martina.

Su aceptación de pasar esa noche con Pedro era la conclusión correcta, aunque trató de parecer algo molesta.

—Ayudaremos a tío Pedro con su árbol y, si al acabar no lo has cansado, aceptaremos su invitación.

Pedro se volvió para sonreírle mientras la niña saltaba de gozo en el asiento.

—Creo que debo advertirte —murmuró él—: no me canso con facilidad.

Paula lo miró sin inmutarse.

—Entonces me parece que tendrá dos huéspedes mañana por la mañana.

Los ojos masculinos se iluminaron al sonreírle.

—Eso es lo que deseaba.

Paula notó que no iban hacia el pueblo y lo miró inquisitiva.

—Me he mudado al campo —explicó él con cierta brusquedad.

—Ya veo. Pensé que su casa fija estaba en Londres.

—Y lo está —admitió él—. O, más bien, estaba. Creo que ahora prefiero vivir aquí.

—¿Así que ahora vive aquí todo el tiempo? —la joven se tensó.

—Sólo cuando no tengo que ir a mi oficina de Londres. Aún mantengo allí mi departamento.

La casa resultó ser enorme, con media docena de dormitorios al menos, y a saber cuántos cuartos de baño, un par de salones de recepción y mucho terreno alrededor, hasta con una gran huerta en la parte trasera.

Pedro les mostró la casa, con evidente orgullo, y Pedro comprendió sus motivos. La casa estaba amueblada con excelente buen gusto, más bien cómoda.

Martina pronto se sintió en casa.

—Haré un poco de café, ya que no pudimos tomar el té en mi casa —se ofreció Paula mientras Pedro dejaba que Martina adornara el enorme árbol que decoraba uno de los salones.

Él levantó la vista hacia ella, su cabello brillaba bajo la luz mientras yacía en el suelo alargando a la niña las pequeñas bombillas de colores. Se había cambiado de ropa y ahora llevaba unos pantalones deportivos oscuros y una camisa azul.

—Muy bien —dijo sonriendo—. ¿Podrás encontrar todo?

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