miércoles, 25 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 34

—¿Lo necesitaré? —ella se volvió a mirarlo.

—No, si te refieres a mí.

—Pero sí, si me refiero a Antonio.

—Tal vez —suspiró él.

—Entonces, quisiera un jerez, por favor —se sentó a esperar lo que Pedro tenía que decirle. Parecía tan reacio a decírselo como ella estaba para oírlo.

—Por favor… —pidió Paula al fin.

Pedro frunció el ceño.

—No estoy seguro de que podrás soportar más.

—No me iré de aquí hasta que sepa la verdad.

—Entonces, jamás te la diré —repuso él.

—¡Pedro!…

—Está bien —dijo irritado—. Pero recuerda que tú me lo pediste. Yo no te lo quería decir.

—Si tiene que ver con Antonio, tengo el derecho de saberlo.

—¿Aunque te lastime?

Antonio apenas la hizo felíz un mínimo de tiempo, así que no se sorprendería de nada que le pudiera decir Pedro.

—Por favor, dímelo —rogó con voz baja.

Él suspiró de nuevo, paseando de un lado a otro de la habitación.

—No quisiera hablar de esto, Paula. Menos, hoy.

Ella torció la boca.

—La Navidad perdió todo su encanto para mí hace muchos años —señaló con brusquedad—. Si no fuera por Martina, ni siquiera me acordaría.

Él respingó, furioso.

—No estaba hablando de la Navidad, me refería al hecho de que éste es el primer día que pasas entero conmigo. Después de que te diga lo de Antonio, puede que sea el último. ¡Y no quiero! —agregó vehemente—. Tu marido se ha interpuesto demasiado entre nosotros y no permitiré que también me arrebate este día.

—Jamás te he pertenecido…

—Pero lo harás… si no te digo lo de Antonio.

Paula movió la cabeza.

—El no decírmelo no cambiará nada. Sé que algo me ocultas y quiero saberlo.

—¿Me prometes que no te irás después de que te lo diga? —la miró con fijeza.

—No —repuso ella firme.

Él sonrió con amargura.

—No se puede decir que no eres sincera.

—Siempre he sido sincera —le dijo ella.

—¿Y esperas la misma sinceridad de mi parte?

—En cuanto a esto, sí.

—La obtendrás, y también en cuanto a todo lo demás —agregó.

Ella se sonrojó, percibiendo de inmediato a qué se refería.

—¿Bien?

—Paula…

—Pedro, ya has retrasado mucho esto —le dijo con firmeza—. Y ahora quiero saber qué hizo Antonio.

—Trampas en sus cuentas —murmuró Pedro.

Ella se tensó, irguiéndose en el asiento.

—¿Qué has dicho? —tartamudeó.

Él le dio la espalda. Paula se acercó a su lado y le tocó el brazo con suavidad.

—¿Qué dijiste? —preguntó aturdida.

Él se volvió, con la amargura dibujada hasta en la última línea de su rostro.

—Antonio desfalcaba a mi compañía —le dijo con sequedad.

Ella palideció, se tambaleó, habría caído de no ser por Pedro que la sostuvo, acompañándola a tomar asiento.

—Hace algunos meses tuvimos una auditoría —le dijo sin mirarla—. Descubrimos una discrepancia y la rastreamos hasta Antonio —hablaba sin tono en la voz, citando los hechos.

Paula se mojó los labios, se sintió enferma.

—¿Cuánto… cuánto? —lo miró con ojos llenos de terror.

Él se encogió de hombros, como si la cantidad no importara.

—Varios miles de libras.

—¡Varios!… —Paula apenas podía respirar.

Pedro se inclinó, tomando las heladas manos de la joven entre las suyas.

—Yo no quería decírtelo…

—¿Cuántos miles? —lo interrumpió Paula, haciendo caso omiso de sus palabras. Jamás pensó que Antonio pudiera desfalcar a la compañía Alfonso.

—Paula… bueno, está bien —Pedro se rindió ante la decisión reflejada en el rostro femenino—. Durante los dos años que trabajó para mí, tomó alrededor de cinco mil libras.

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