domingo, 22 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 23

Paula ya había oído bastante, así que se llevó a Martina hasta el otro extremo del autobús. ¿Cómo podía la gente hablar así de otros? Ella y Antonio podían no haber sido el matrimonio mejor avenido del mundo, muy lejos estaban de haberlo sido,pero ella no era capaz de irse con otro apenas una semana después de su muerte.

Con seguridad él no habría actuado igual, de haberse invertido los papeles, pero eso no importaba.

Seguía pálida al llegar a casa, cosa que Patricia notó.

—¡Brujas! —exclamó su amiga cuando Paula le contó lo que había pasado—. Lo que sucede es que están celosas.

Las dos amigas estaban sentadas, tomando una taza de té, mientras Martina le mostraba a Augusto las conchas que había coleccionado durante sus vacaciones.

—¿Celosas? —preguntó Paula sorprendida—. ¿De qué?

—Claro. Pedro Alfonso es el mejor partido de todos los alrededores. Juliana y Celina darían lo que fuera porque les mostrara el mismo interés que a tí.

—Patricia, yo no le he dado pie a…

—Lo sé —la interrumpió impaciente su amiga—. Te conozco Paula. Pero el pobre hombre no parece resignarse a perderte.

La expresión de Paula se tornó curiosa y sorprendida.

—No habrá estado aquí durante mi ausencia, ¿verdad?

—No; Juliana y Celina tenían razón, sigue en Londres. Pero sí ha llamado por teléfono.

—¿Aquí?

—No, a mí. Quería saber si había tenido noticias tuyas, aunque no estoy muy segura de que le gustará saber que te lo he dicho —comentó Patricia frunciendo el ceño.

—Porque le dije que me dejara en paz —Paula recordaba con claridad la última vez que lo vió.

—Él te ama…

Con una risa burlona interrumpió a su amiga:

—Odio desilusionarte, Patricia, pero el señor Alfonso no tiene nada bueno en mente.

—Quieres decir…

—No te sorprendas —rió Paula—. Los hombres como Pedro Alfonso no se enamoran. Ellos compran el amor.

—¡Paula!

La joven movió la cabeza.

—Es la verdad, Patricia. Pensó que me impresionaría al saber que estaba dispuesto a cuidar de Martina y de mí… mientras durara su interés. Pero no me impresionó. Y ahora, dejemos ese asunto; yo ya me olvidé de él —dijo, aunque no estaba muy segura de que eso fuera cierto.

Pedro Alfonso no había cumplido con su palabra de no entremeterse en su vida, y si lo volvía a intentar tendría que decirle con claridad todo lo que pensaba de él.

Martina volvió a la escuela con más ánimo de lo que Paula esperaba. Parecía que los niños olvidaban pronto, pues Martina no volvió a hablar de la muerte de su padre, y empezó a invitar a sus amigos a tomar el té en casa, cosa que nunca había hecho antes.

Los tres meses siguientes fueron de los más felices que había pasado Paula en su vida, y la pequeña cantidad de dinero que recibía de la compañía de Seguros le compensaba lo poco que le daban como viuda de Antonio.

Empezó a buscar un departamento y un trabajo en el pueblo, consciente de que no podría apoyarse sólo en el dinero del Seguro, pues pronto se le acabaría esa entrada. Además, con Martina en la escuela y sin Antonio en casa, tenía mucho tiempo libre, suficiente para dedicarlo a un empleo de medio tiempo.

Esa mañana había tenido una entrevista prometedora y estaba deseosa de contarle a Patricia lo bien que creía que había resultado. Pero en cuanto vió a su amiga supo que algo andaba mal.

—¿Qué pasa? —preguntó al instante, olvidándose del trabajo—. ¿Qué ha pasado?

Patricia estaba muy pálida y movía las manos nerviosa.

—¿Qué ha pasado? —repitió ansiosa.

Paula miró al rostro de su amiga y notó las líneas de preocupación muy marcadas y el dolor reflejado en sus ojos.

—Veo que algo anda mal, Patricia. ¿Les pasa algo a Gerardo o a Augusto? —preguntó con visible preocupación.

—No, ellos están bien.

—Entonces, ¿qué pasa? —frunció el ceño. La felicidad que le había proporcionado la posibilidad del trabajo desapareció de inmediato. Algo preocupaba a Patricia, y tuvo la certeza de que era algo que la afectaba a ella directamente.

Patricia se mordió un labio, sin poder encontrar las palabras adecuadas.

—Yo… El casero llamó esta mañana —dijo al fin.

—¿Le diste el dinero que te dejé? —Dijo Paula, Patricia asintió.

—Sí, pero… —hizo una pausa—. Oh, Paula, ¡no sé cómo decírtelo! —exclamó desesperada.

—¿No piensan echarme, verdad? —bromeó Paula.

—Si fuera sólo eso no me importaría, te podrías mudar con nosotros.

Patricia temblaba, indicando que algo andaba muy, muy mal.

—Al principio pensé que había algún error —continúo Patricia agitada—. Le dije a Rogelio que debía haber algún error…

—¿Rogelio? —Paula frunció el ceño.

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