domingo, 8 de mayo de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 50

Detestaba pensarlo, pero... pero cuando él pasó los dedos por el borde de los pantys y las bragas, ella no hizo nada para evitar que las bajara, se las quitara y las dejara a un lado. Le abrió la blusa y le sacó un pecho del sujetador para tomarlo entre los labios y lamerle el expectante pezón. Ella sintió que le flaqueaban las piernas.

-No, corazón -el aliento le acarició el lóbulo de la oreja-. Sigue de pie.

La sujetó hasta que ella reafirmó las rodillas. Su voz era un susurro ronco mientras le acariciaba los muslos y se quitaba los pantalones. Al cabo de unos segundos, se despertó del letargo sensual en el que había estado flotando y sintió la poderosa erección que buscaba su delicada abertura. Le tomó el trasero entre las enormes manos, la levantó y le ladeó las caderas para recibirlo. Él sofocó el grito de ella con su boca y empezó a embestirla con un ritmo cadencioso que la estremeció hasta lo más profundo de sus entrañas. Ella había pensado que estaría dolorida, pero la noche anterior él se había ocupado tanto de prepararla que no estaba tan sensible como había previsto.

Ella, automáticamente, le rodeó la cintura con las piernas y se dejó llevar por el movimiento. Pedro volvió a besarla, cambió el ritmo y ella notó que él había perdido cualquier rastro de control. Pedro inclinó la cabeza hacia atrás con los dientes apretados mientras no cesaba de entrar y salir de ella. No se oía nada excepto su respiración entrecortada, los jadeos de Paula y el incesante choque de las carnes. Ella notó que el clímax se apoderaba de su interior cada vez con más fuerza y empezó a gritar con cada embestida.

-Déjate llevar -le dijo él con un tono gutural que no parecía suyo-. Quiero que alcances el clímax conmigo.

Él le presionó más con las caderas y ella arqueó el cuerpo y sintió que salía volando.

Pedro dejó escapar un sonido indescriptible y su cuerpo se tensó mientras la empujaba contra la pared y ella se aferraba a él. Notó que él se liberaba en lo más profundo de ella y apretó más las piernas para disfrutar de los últimos embates que anunciaban el final.

Los dos se quedaron quietos. Pedro, sin separarse de ella, la llevó hasta el sofá y se tumbaron. Ella soltó un jadeó definitivo al notar que con el movimiento él había penetrado más dentro de ella. Pedro tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el respaldo del sofá, pero sonreía y le acarició perezosamente el trasero.

-Esta sí que es una buena forma de empezar el día -afirmó él.

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