miércoles, 25 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 36

Paula había jurado qué ningún otro hombre volvería a tener poder sobre ella, pues al fin estaba libre, y sin embargo, apenas siete meses y medio después de la muerte de Antonio tenía que admitir que estaba atrapada de nuevo. Esta vez su cautiverio sería en el aspecto físico.

Pedro quería una relación física con ella, la exigía, y, tal como le pasó con la crueldad mental de Antonio, Paula sabía que tendría que ceder.

Tomó su decisión, pero no fue a ver a Pedro hasta pasadas las Navidades, disfrutando al máximo sus días con Martina, sabiendo que, una vez entregada a Pedro, su autoestima se desvanecería para siempre.

Patricia volvió de sus cortas vacaciones con sus suegros y fue directamente a ver a Paula para ofrecerse a cuidar de Martina mientras la joven salía esa tarde. Ella no le había dicho a su amiga que pensaba ir a ver a Pedro; esperaba que él no insistiera en hacer públicas sus relaciones. Aunque, conociéndolo, dudaba de que Pedro se fuera a contentar con una aventura a escondidas.

No le había avisado de su visita, pero las luces encendidas le indicaron que se encontraba en casa. Despidió al taxi y luego se tomó unos minutos para calmarse.

Sabía que una vez que entrara en la casa se convertiría en parte de sus propiedades, y aunque había tratado de convencerse de que no tenía otra opción, eso no disminuía el miedo que la embargaba. Hacía casi seis años que no dormía con hombre alguno, y con Antonio como marido supo enfrentarse con sus propios defectos. Era por su frigidez, por su falta de apetito sexual, por lo que estaba segura de que Pedro no la aguantaría durante mucho tiempo. Al menos contaba con eso.

Llamó a la puerta con tanta suavidad que no obtuvo respuesta. Un golpe más sonoro produjo movimiento dentro de la casa; al fin oyó a Pedro acercarse a abrir.

Cuando abrió la puerta, la joven perdió el habla, lo miró con ojos asustados.

—¡Paula! —el hombre frunció el ceño—. ¿Qué pasa? —de repente palideció—. ¿Le sucedió algo a Martina?…

Ella negó con la cabeza.

—Yo… tengo que hablarte —tenía la boca seca y apenas podía articular palabra.

Aun así, Pedro pareció comprender y abrió más la puerta.

—Pasa —la invitó.

La casa estaba cálida. Y Paula le permitió que le quitara el abrigo, sin sorprenderse de ver la indumentaria sencilla que él vestía. Ella se había puesto el suéter que le había regalado, esta vez combinándolo con una falda oscura.

Pasaron al salón. Paula se acercó hasta el fuego en el hogar, tratando de calentarse las manos. Aquello iba a resultar mucho más difícil de lo que se había imaginado. ¡Cómo decirle a un hombre que una estaba allí dispuesta a convertirse en su amante!

—¿Quieres una copa? —preguntó Pedro con cierta aspereza.

Estuvo tentada a aceptar, para atontarse un poco antes de que él le hiciera el amor, pero toda su vida había sido una cobarde y ahora no estaba dispuesta a seguir siéndolo.

—No, gracias —rechazó—. Pero tú sírvete.

—¿La necesitaré? —pregunto imitando burlón la misma pregunta que ella le había hecho el día de Navidad.

—Yo… Creo que sí —admitió la joven.

Pedro ignoró toda la exhibición de bebidas que había en el mueble-bar.

—¿Nos sentamos… o no te piensas quedar mucho tiempo? —alzó una ceja.

—Eso… depende de tí.

La intensidad de su mirada se hizo más profunda, parecía estar viendo hasta el fondo del alma de la joven.

—Paula… murmuró con suavidad.

Ella tragó saliva y fijó la vista en la alfombra.

—Me dijiste que no discutiría —susurró—, y no voy a hacerlo —echó la cabeza hacia atrás con orgullo—. Me querías, Pedro, y el robo de Antonio significa sólo una cosa… aquí me tienes.

Él apretó la boca, tratando de controlar la furia que lo invadía.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó con dureza.

—Estoy aquí para… para compartir tu cama —hizo un gesto de impotencia—. Para hacer lo que tú quieras.

—¿Te refieres a ser mi amante? —preguntó con voz suave y peligrosa.

Ella asintió.

—Si eso es lo que quieres. Pero yo… Creo que debo decírtelo: no te llevas buena mercancía. Sólo he tenido a Antonio y…

—¡No me interesa saber sobre los hombres con los que has dormido! —explotó él, tenso y furioso—. Y menos sobre Antonio —gruñó—. ¡Sabes muy bien que la idea de un hombre cerca de tí me destroza!

Sí, sabía que la deseaba con tal pasión que casi se había convertido para él en una obsesión enfermiza. Era por esa razón que creía poder soportar el trauma de convertirse en su amante. La deseaba, no le importaba que ella le correspondiera y, sin duda, su forma de hacerle el amor sería tan egoísta como la de Antonio. Dos años había sufrido la invasión de su cuerpo por Antonio. ¿Podría soportar unas cuantas semanas la egoísta pasión de Pedro? Se dijo que lo haría, lo único que quería era terminar con ello.

—Quería explicarte que no tengo experiencia —dijo con rigidez—. Vamos a ello.

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