lunes, 23 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 29

Recorrieron el camino de vuelta en silencio. Cuando llegaron, Pedro se volvió hacia ella.

—Siento haberte asustado, querida —miró ansioso las pálidas mejillas de la joven—. Pero creo que contigo debe haber una total sinceridad.

Ella tragó saliva.

—Mañana…

—El plan sigue en pie —la interrumpió con firmeza—. Martina tiene mucha ilusión.

¡Lo había hecho de nuevo! Sabía muy bien que ella no iba a desilusionar a la niña, cuyo estado anímico seguía frágil. Las pesadillas casi habían desaparecido, pero persistían las terribles sesiones de llanto que parecían no terminar nunca. No, no podía desilusionar a su hija, menos en Navidad.

—Está bien —aceptó a regañadientes—. Pero, después de eso, no volveré a verlo.

—Oh, sí lo harás —dijo él—. Me verás siempre que yo quiera. Y quiero verte todo el tiempo. No tienes la menor idea de lo que he pasado durante estos últimos siete meses.

—¿Qué ha pasado? —preguntó ella.

—Sí —le espetó—. Te dije que permanecería alejado de tí, y durante siete meses lo conseguí. Fue un infierno terrible. No lo pienso volver a hacer. Te quiero y estoy decidido a hacer que me quieras tú a mí.

¡Eso era lo que ella más temía!

—Se llevará una gran desilusión —le advirtió, ella.

—No, estoy seguro —repuso él con voz firme y calmada.

Ella lo miró de reojo, percibiendo el deseo y la fuerza de voluntad en sus rasgos.

—No entiende —dijo moviendo la cabeza.

—No, tú eres la que no entiende —alargó la mano para acariciarle la mejilla con suavidad—. Todavía no me conoces lo bastante para saber que cuando quiero algo, lo obtengo.

—¿Y está decidido a capturarme?

—Desde el momento en que te ví —asintió él—. Ahora llevemos a Martina dentro. Y no pierdas él sueño por esto, Paula—dijo saliendo del auto—. No te servirá de nada.

—¿Porque piensa ganar al final?

—Sin duda.

—Y, ¿si la captura no merece la pena?

—La merece —aseguró él.

Paula no quiso seguir discutiendo; ya sabía cuál sería su respuesta. Cualquier hombre que se involucrara con ella terminaría desilusionándose. Y Pedro Alfonso lo averiguaría con el tiempo. ¡Cuanto más pronto, mejor!

Pedro subió a la niña hasta su dormitorio, luego la arropó con ternura y se quedó mirándola durante unos minutos, con una expresión de infinita dulzura.

Paula lo siguió al salir de la habitación.

—Pedro…

—Las recogeré a las diez de la mañana —le dijo.

—Pero…

—A las diez, Paula. Estén listas —no le permitió discutir más y salió en silencio.

Paula no podía creer lo que estaba pasando. No podía sucederle lo mismo una segunda vez, que de nuevo tuviera que sufrir el miedo a un hombre. ¡Y, esta vez sin su culpa!

Martina se despertó.

—¿Estamos en casa de tío Pedro? —preguntó medio dormida aún.

—No, ya estamos en casa —repuso Paula—. ¿Cómo iba a saber papá Noel que estabas allá? —añadió juguetona.

—Oh, sí —exclamó Martina—. ¿Ya ha venido?

Su madre sonrió con ternura.

—Aún no, querida.

—¿Mañana volveremos a casa de tío Pedro? —la chiquilla se enderezó para preguntar.

—Bueno…

Martina abrió los ojos por completo, ahora ya muy despierta.

—Sí, ¿verdad que sí, mamita? ¿Mamita?

—Sí, querida —Paula le alisó el desordenado cabello—. Mañana volveremos.

Martina  entonces sí se durmió tranquila, con una sonrisa en los labios. Al contrario de su hija, Paula no pudo conciliar el sueño hasta muy avanzada la madrugada, preocupada y demasiado angustiada para poder dormir.

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