viernes, 1 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 29

 —No soy vegetariana.


—Bien, porque el plato principal de este sitio es el cordero —y le sonrió por encima de la carta—. Entonces, ¿Qué pasa? ¿No le gusta la comida griega?


—No, está bien —miró en tomo a ella—. Pero no me esperaba un sitio así.


—¿Está demasiado apartado? ¿No está de moda?


—A mí eso no me importa —señaló Paula.


—Entiendo —dijo él, con un brillo especial en la mirada—. Cree que soy un esclavo de la moda.


—Me he fijado en su agenda —indicó Paula—. Hubiera esperado otra clase de restaurante, frecuentado por la alta sociedad.


—¿Por qué?


El camarero trajo unos aperitivos y una botella de vino afrutado.


—Bueno, usted frecuenta ese ambiente —recordó Paula—. ¿Pretende negarlo?


—No, pero me pregunto por qué lo desaprueba —dijo, y se recostó sobre la silla, indolente—. Hubiera jurado que usted disfrutaba más en esas veladas que yo.


—¿Lo dice en serio? —preguntó Paula sin salir de su asombro.


—Es una chica rica —replicó, sucintamente.


Paula tuvo la impresión de que le disgustaban las chicas con dinero. A ella tampoco le gustaban. Y comprendió que le preocupaba que él la incluyese en esa categoría.


—Pues se equivoca.


—No, no me equivoco —dijo con calma—. Su padre está entre los cincuenta hombres más ricos del Reino Unido. Y he visto su departamento.


—¿Cómo?


—He pasado a buscarla esta noche. No creí que estuviera en el despacho hasta tan tarde. El portero la ha llamado, pero no había nadie.


—Entiendo. Ha ido a mi edificio —suspiró relajada—. Pensé que...


—¿Creyó que había profanado su hogar? —negó con la cabeza—. No, he oído que es usted muy celosa de su intimidad. 


—¿De veras?


—Sí —se inclinó hacia delante—, y eso me gusta.


Paula sintió que todo el comedor comenzaba a dar vueltas.


—¿Qué?


—Una mujer misteriosa —recordó Pedro con calidez, en un susurro.


Cada poro de su piel notó un leve escalofrío. «Se está burlando de mí otra vez», se dijo Paula.


—Es la segunda vez que me lo dice —bromeó, tratando de ocultar su azoramiento.


—¿Y acaso no es cierto?


A pesar de que se encontraba al otro lado de la mesa, Paula notó cómo la penetraba con la mirada. Era casi como una caricia. Sintió la urgente necesidad de pedir auxilio.


—Creo que es fruto de su imaginación —respondió.


—No. Siento curiosidad.


Paula se sentía perdida y desorientada. Había indicios por todas partes, pero no sabía cómo interpretarlos. Forzó una sonrisa de despreocupación.


—¿Por qué?


—Resulta estimulante —él sé inclinó hacia ella, la llama de la vela reflejada en sus ojos—. Mantiene el secreto. Para un hombre, una mujer así supone un reto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario