lunes, 18 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 56

 —¡Deja de juguetear con eso!


—Pero...


—Estás preciosa —confirmó Ivana—. Procura olvidarlo todo y diviértete. Aprender a disfrutar de la vida también es un trabajo muy serio.


—¿Algo va mal? —preguntó Paula, recelosa.


—¿Qué podría ir mal? Estás deslumbrante y tenemos toda la noche por delante para disfrutar. Vamos a sentarnos.


Paula no podía oponerse. Si algo iba mal, Ivana no iba a desahogarse con ella en una gala con cientos de invitados. Se prometió que la llamaría al día siguiente para interesarse por su estado de ánimo. Entre tanto, se avecinaba una velada muy larga. Resultó una verdadera odisea abrirse paso entre la multitud hasta su mesa. Los hombres las miraban al pasar. Estaba acalorada y algo avergonzada. Hubiera querido responder a todas esas miradas y explicar que iba disfrazada. Por fin alcanzaron su mesa y Pedro Alfonso se puso en pie. En ese instante, dejó de sentir vergüenza. él se quedó boquiabierto. Su expresión había perdido los matices y era como un folio en blanco. Pero ella había aprendido a reconocer los síntomas y sabía que bajo esa máscara de aparente naturalidad, Pedro sentía rabia y deseo. Y entonces sintió que todo el esfuerzo había valido la pena.


—Buenas noches —saludó tímidamente.


Durante la cena, no tuvo la oportunidad de hablar con él. Se limitó a comentar la gala con sus vecinos de mesa, pero supo en todo momento que Pedro no la quitaba ojo. Esa mirada era como una suave caricia sobre sus hombros desnudos. Una caricia que a veces parecía una amenaza. Decidió ignorar su presencia. A medida que avanzaba la noche, se iba animando más y más con cada copa de vino, intercaladas entre los más exquisitos piropos. Al fin y al cabo, solo se vive una vez. Para cuando comenzó el baile, estaba convencida de que había ganado su guerra no declarada contra Pedro. Lo había deslumbrado y ya no tendría que escuchar más comentarios impertinentes acerca de su modo de vida. Sin embargo, antes de que terminara el último discurso de la noche, él se levantó y rodeó la mesa hasta llegar a su altura.


—Baila conmigo —la invitó.


—Me han ganado por la mano —dijo el hombre sentado al lado de Paula—. ¿Me concedería un baile más adelante?


—No cuente con ello —se adelantó Pedro.


Pedro la tomó de la mano y la arrastró hasta la pista entre las mesas. La orquesta había empezado a tocar un tema muy animado. Hizo caso omiso de la música y tomó a Paula entre sus brazos; el roce de su chaqueta contra su piel desnuda resultaba áspero e incómodo.


—Ten cuidado —dijo Paula, algo mareada a causa del éxito y el champán—. Tengo la piel sensible y me salen moratones con nada.


—¿Qué demonios estás haciendo? —masculló Pedro. 


Paula bajó los párpados, se humedeció los labios y lo miró provocativa.


—Estoy probando algo. ¿No estás satisfecho?


—¿Qué crees que estás probando? —preguntó enojado. 

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