viernes, 1 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 28

Apagó el ordenador y la luz del flexo. Estaba cansada y le dolía el cuello. Las luces de neón de la calle apenas iluminaban el edificio, pero pudo ver que eran casi las ocho. Tamara ya se había marchado, después de enseñarla a programar la alarma. Al menos, Pedro se lo había pensado mejor antes de cumplir su palabra y llevarla a cenar. Respiró aliviada. Guardó sus cosas en el maletín y se puso el impermeable. De pronto, se abrió la puerta y entró su cita de las ocho.


—¿Por qué está a oscuras?


Paula dió un brinco y soltó el maletín. Pedro se agachó y se lo entregó. No había nada amenazador en su comportamiento, pero en penumbra parecía todavía más alto. El corazón de ella latía con fuerza.


—¿Preparada para la cena? —preguntó él.


—No, no estoy lista —replicó Paula. 


—¿Por qué no? Estaba a punto de marcharse a casa. Y algo tendrá que comer.


—Ya le dije que estamos saturados de trabajo. Puedo hacerme cargo de todo, pero no puedo perder ni un minuto. Tengo que ir a casa y cotejar estos datos. Si voy a cenar estaré fundida.


—¿Es que no necesita entrevistarme? —preguntó Pedro con sorpresa.


—Bueno, sí. En algún momento.


—Esta noche es su única oportunidad. Mañana, a primera hora, viajo a Nueva York. Y después tendré que ir a supervisar otro trabajo en Calabria. No sé cuánto tiempo estaré fuera.


«¡Y me lo dice ahora!» , pensó Paula. Pedro se acercó. Su cabello brillaba. Se había cambiado de ropa y vestía de negro, con un amplio abrigo a modo de capa. Unos segundos más tarde ella comprendió que se trataba de un chubasquero. Estaría lloviendo. Pedro sacudió la cabeza y las gotas cayeron sobre el maletín de Paula. Ella se estremeció, pero él sonrió. Era cómo si el frío y la lluvia lo sentaran bien. Sin embargo, ella notaba un incipiente calor en su interior.


—No es justo —protestó con timidez.


—Desde mi punto de vista, estoy siendo extremadamente cooperativo —dijo Pedro—. Normalmente llamo desde destino, una vez que he llegado.


—No sé para que me necesita —murmuró Paula—. Hasta un niño de diez años podría decirle qué es lo que no funciona.


—Estoy renunciando a mi tiempo libre —señaló Pedro.


—¿Y qué hay de mi tiempo?


—Iba a trabajar de todas formas. Y además me cobraría por cada hora extra.


—Puede estar seguro —dijo Paula irritada—. Está bien, iré.


Pedro la llevó a un pequeño restaurante griego muy familiar.


—¿Ocurre algo? —preguntó, mientras los acomodaban en una mesa iluminada con velas—. Si es vegetariana, aquí preparan unas verduras exquisitas. 

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