lunes, 18 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 60

 —Sí, creo que está noche has ido demasiado lejos —dijo Pedro.


—¿Acaso ahora eres policía? —replicó con disgusto.


—¡Policía! —gritó Pedro, fuera de sí.


—¡Aguafiestas! —matizó Paula.


—¿Qué diablos pasa contigo? Primero te comportas como una arpía en los negocios, y ahora como una niña mimada. ¿Es que no hay término medio?


—Las chicas solo queremos divertirnos —canturreó.


El ascensor llegó hasta su piso. Paula iba descalza y se resbalaba sobre el suelo. Se aferró al cuerpo de Pedro al tiempo que dejaba caer las llaves. Se miraron. Ella sintió que se sumergía en aquellos ojos verdes. La cabeza le daba vueltas. No tenía la menor idea de lo que sentía él, pero estaba segura de que no era indiferencia. Lentamente, Pedro la ayudó a recuperar el equilibrio y se agachó a por las llaves. En ningún momento dejó de mirarla. Paula estaba mareada.


—Voy a entrar contigo —anunció con mucha calma.


Abrió la puerta con soltura, a la primera. Buscó un interruptor y encendió la lámpara de mesa. Miró a su alrededor como un explorador en territorio virgen.


—Así que este es tu refugio.


—Sí, así es. Y no recuerdo haberte invitado a entrar.

 

—Querías hacerlo, pero no encontrabas el momento —rectificó Pedro—. Y sí, gracias, me encantaría un taza de café.


—No —respondió Paula. 


—¿Por qué no?


Paula quería decir que no confiaba en él. Todo iba muy deprisa para ella. Pedro empezó a pasear por el salón, hojeando algunos libros. Paula adivinó que estaba en ascuas. Él sonrió.


—Hagamos un trato —dijo—. Invítame a un café y yo no analizaré tus lecturas.


Pedro, en ese momento, sujetaba un volumen de Jane Eyre. Paula no sabía qué hacer. Estaba indecisa.


—Debo reconocer que es un libro singular para alguien que desprecia el romanticismo.


—Está bien —accedió Paula—. Un café y luego te marchas.


—Trato hecho.


Pedro sonrió satisfecho y se dejó caer en un viejo sofá que Paula había adquirido en un rastrillo años atrás. Lo había cubierto con una colcha color marfil que hacía juego con el resto de la decoración. Las paredes, pintadas de beige, y el suelo de madera ayudaban a crear un ambiente cálido y agradable. El departamento estaba limpio y ordenado, a excepción de la mesa de trabajo.


—No entiendo por qué mantienes tan en secreto este sitio —dijo Pedro con el café en la mano—. Eres demasiado celosa de tu intimidad.


—Este departamento forma parte de mí —replicó Paula.


—Eso mismo acabo de decir —apuntó Pedro.


—Bueno, no te he invitado para que critiques mi sentido de la estética.


—No me has invitado y punto —aclaró Pedro—. ¿Por qué te pongo tan nerviosa, Paula?


—Eso no es cierto —contestó Paula.


—Claro que sí. Mucho más que el tipo con el que forcejeabas esta noche en la terraza —puntualizó Pedro—. ¿Quién era?


—Una viejo conocido.


—¿Un ex novio? —preguntó Pedro con malicia. 


—¿Por qué?


—Bueno, recuerda que me dijiste que no salías con nadie.


—No puedes dejar de insistir en eso —bufó Paula—. Ya te dije que fue un malentendido y que lo lamento.


—Claro, pero el caso es que sí sales con hombres. 


—Bueno, alguna vez...—admitió Paula.


—Eso me da la razón. Te pones a la defensiva conmigo e inventas unas excusas ridículas para darme largas.


Paula no respondió. 

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