miércoles, 13 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 47

 —Está todo en el informe. Solo tienes que leerlo.


Paula cerró la carpeta y la dejó sobre la mesa. Estaba excitada, aunque no estaba segura de lo que había provocado ese estado.


—¡Vaya! —resopló finalmente Pedro.


—Tú me pediste asesoramiento —recordó Paula.


Dejó de lado el café y bebió un poco de agua mineral directamente de la botella.


—Es cierto, lo hice —admitió Pedro—. Supongo que expones las cosas tal y como son, ¿Verdad?


—Para eso me pagas —replicó Paula.


—¿Y siempre dices la verdad? ¿Nunca suavizas un poco los términos para asegurarte la fidelidad del cliente?


—Hasta ahora —sonrió Paula—, eso no ha sido necesario.


—Así que no he recibido un trato especial.


Paula recordó el beso en la limusina. Y la tensión que había existido en ese mismo despacho el día anterior.


—En absoluto.


Pedro le dedicó una mirada inteligente. Paula tenía todo el cuerpo atento a cualquier señal. Desvió la mirada para no sucumbir en esos ojos verdes. Una vez que había dejado de desmenuzar los problemas de la empresa, volvía a sentir la electricidad estática que palpitaba como una red invisible entre ellos. Él sonrió y ella empezó a acalorarse.


—No me he limitado a leer el apéndice —dijo Pedro—. He leído todo el informe y estoy de acuerdo, pero ahora no puedo detener la maquinaria y no tengo tiempo para llevar a cabo los cambios que recomiendas.


—Eso significa que no vas a hacer nada al respecto —sonrió Paula comprensiva.


—Por eso deberías encargarte tú —resumió Pedro. 


—¿Qué?


—Cuanto antes, mejor.


Paula lo miró horrorizada. Sentía vértigo. Pero arqueó las cejas y sus ojos relampaguearon un instante. Todo aquello empezaba a divertirlo, y ella pareció notarlo. 


—No puedes dejar el trabajo a medias —apuntó.


—¿A qué estás jugando? —preguntó Paula con recelo. 


—¿Yo?


—Sí, si de esa forma lograras tu propósito —Paula se sonrojó al escuchar sus propias palabras—. No quiero decir que me quieras a mí. Bueno, en cierto modo, sí. Pero...


Estaba cada vez más roja y Pedro disfrutaba.


—¿Prefieres rebobinar e intentarlo de nuevo?


«Ojalá pudiera», pensó Paula. Volvió a beber un poco de agua mientras repasaba mentalmente la situación. Sabía que nada podría cambiar en la empresa si no empezaba por cambiar a Pedro Alfonso en persona. Adoptó una postura más cómoda.


—Esta empresa te pertenece. Tomas todas las decisiones. Nadie mueve un dedo sin tu consentimiento. Si quieres que eso cambie, y dudo mucho que así sea, tendrás que encargarte personalmente.


—¿Estas rechazando mi oferta, Paula?


Hubo una pausa. Paula lo miró indignada.


—¿Estás dispuesto a cambiar?


—Puede que ya lo esté haciendo —vaciló Pedro.


Hubo un nuevo silencio, más largo y más comprometido. Paula se sentía incómoda. ¿Era posible que Pedro hablara en serio? ¿Y a qué se refería exactamente? No sabía cómo salir de esa situación, pero notaba que le faltaba el aire. Se agachó y tomó su maletín.


—Repasa el informe —recalcó—. Si hablas en serio, podemos hablar sobre el tema en cuanto te hayas decidido por alguna de las soluciones que propongo. Hasta entonces es preferible que no nos veamos.


—Paula...


Pero ella sacudió la cabeza y pasó delante de él antes de que Pedro pudiera detectar su azoramiento o, peor aún, el deseo a flor de piel. 

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