viernes, 8 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 39

 —¿Y habías pensado pasarte por mi departamento para ver cómo llevaba el informe? —ironizó. —Es una forma de verlo.


Estaban muy cerca. Paula apenas podía mantener el control. Volvió a sorber. Al instante, Pedro sacó un pañuelo y se lo ofreció.


—Gracias —dijo con dignidad, y se sonó.


—De nada. ¿A qué teatro vas?


Al oírlo, Pedro arqueó las cejas, pero no hizo ningún comentario. Se limitó a indicar la dirección al chófer a través del interfono. Después se acomodó en el asiento.


—Tienes gotas en las pestañas —señaló—. ¿Con quién vas al teatro?


—Voy sola —dijo, y se sonó de nuevo—. Quiero decir que tengo una cita con uno de los actores después de la función.


—Una cita.


Paula se sintió repentinamente acalorada. Estaba incómoda y sin aliento. Intentó relajarse y lo miró directamente a los ojos.


—¿Tiene algo de malo? —preguntó desafiante.


—Creía que no te gustaban las citas. De hecho, fue una de las primeras cosas que me contaste en la fiesta.


—Fue lo único que te conté.


—¿Eso crees?


Su cuerpo parecía abandonado sobre el asiento, pero su mirada era muy penetrante. Paula estaba perdiendo el control de la situación. Había llegado el momento de explicar a Pedro el error que había cometido con él durante la fiesta. Tendría que explicarlo y disculparse.


—Me temo que hubo un pequeño malentendido en nuestro primer encuentro —dijo con una sonrisa conciliadora.


—Yo no lo creo. Dejaste las cosas muy claras.


—Ya sé lo que dije, pero...


—Fue muy impresionante —admitió Pedro—. Muy pocas mujeres tienen el valor de presentarse de esa forma.


Paula estaba empezando a comprender que, detrás del aparente velo de ironía que cubría sus palabras, Pedro estaba muy enfadado.


—Lamento haber sido tan brusca...


—¿Eso significa que sí aceptas una cita, siempre que no se trate de mí?


—Sí. No. Bueno, yo no quería...—Paula estaba perdiendo el hilo—. Mire, señor Alfonso...


—Creo que puedes llamarme Pedro después de haberte sonado las narices en mi pañuelo —dijo con una sonrisa feroz—. Creo que eso implica suficiente intimidad, ¿No te parece?


Pedro la miró de arriba abajo. Era una mirada provocativa.


—¿Sabes? Eres una mujer muy contradictoria.


Pedro esperaba una reacción virulenta de Paula. Pero ella apretó los labios, decidida a no alimentar la imagen que él se había formado de ella.


—Tu padre me dijo que eras una asesora de primera. Esperaba a una mujer de negocios segura de sí misma, exigente y profesional.


—Y soy así —afirmó Paula, dolida por sus palabras.


—Hasta cierto punto, es posible. ¿Pero por qué te comportas a la defensiva conmigo?


Ese comentario llevaba veneno y Paula lo sabía.


—No estoy a la defensiva —dijo entre dientes.


—¿Eso quiere decir que vas a actuar de este modo con tu cita de esta noche? ¿Cómo se llama... de Witt?


—¿Cómo sabes con quién voy a cenar? —pero inmediatamente cambió la pregunta—. ¿Actuar cómo?


—Como un gato panza arriba.


A Paula no le hizo ninguna gracia esa comparación. Se puso muy tensa. Pedro parecía divertirse, y siguió hurgando en la herida.


—¿Saltarás sobre Cristian de Witt como un gato durante la cena? 

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