lunes, 4 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 34

 —¿Por qué me lo das? —preguntó mientras mordisqueaba el lápiz.


—En la oficina pueden utilizar el correo electrónico. Pero es posible que tú necesites hablar conmigo con urgencia.


—Lo dudo.


—Creía que eras una profesional. No puedes permitir que la química que se ha establecido entre nosotros se interponga en tu trabajo.


Paula retuvo el aire otra vez. Pedro sintió que todo su cuerpo se excitaba y tuvo ganas de emitir un fuerte gruñido allí mismo.


—Vuelve a la cama —recomendó.


—Gracias —dijo Paula con un deje de ironía—. Nos veremos el lunes.


—Nos veremos antes.


Paula sintió un escalofrío recorriéndole la espina dorsal. La habitación estaba helada. ¿Lo hacía aposta o solo era fruto de su imaginación?


—Creía que no regresabas hasta el sábado —señaló. 


Hubo otro silencio. Paula pensó en la química y sus piernas se estremecieron con ese único pensamiento.


—¿Quieres decir que no estarás disponible el sábado? —preguntó Pedro—. Pensaba que los asesores eran más flexibles en el tema de los horarios.


Se escuchó un gong a través de los amplificadores y una voz femenina.


—Tengo que irme. Me llaman. Te veré pronto.


Pedro cortó la comunicación antes de que Paula pudiera responder. Hubiera dado lo mismo. Ella no habría sabido responder. Solo sabía que no deseaba volver a verlo. Pero no tenía ningún sentido. Mientras durase el trabajo, tendría que verlo a pesar del profundo rechazo que sentía hacia él. Por lo tanto, debería hacer un buen trabajo, y rápido. 


Ese mismo día, trabajó durante dieciocho horas. El personal de Alfonso y Asociados se mostró sorprendentemente cordial. Dejaron pendientes sus asuntos para hablar con ella, trabajaron durante el almuerzo, le llevaron café y no se quejaron por tener que quedarse hasta tarde.


—¿Por qué se portan todos tan bien conmigo? —preguntó Paula.


—Pedro nos lo pidió —dijo uno de los delineantes.


Un joven arquitecto fue más claro.


—Este sitio está hecho un desastre —dijo en voz baja, apoyado en la fotocopiadora—. Pedro es increíble, desde luego, y algunos de los encargos son fantásticos; pero te pasas el día al teléfono, desgañitándote por no recibir un material que necesitabas para el día anterior.


Los arquitectos culpaban al delineante. Los delineantes culpaban a los informáticos y estos culpaban a los administrativos. Pero nadie culpaba a Pedro Alfonso. Era un ídolo. Tamara aportó un poco más de luz; ella también admiraba a su jefe, pero estaba al final de la cadena y la mayoría de los problemas terminaban sobre su mesa.


—Nadie mueve un dedo si Pedro no lo ha pensado primero —dijo—. Hasta el tejado...


Llevó a Paula hasta la azotea del edificio. El techo estaba lleno de goteras.

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