miércoles, 20 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 64

Los domingos por la mañana nunca le habían gustado. Al menos, desde el día en que su madre los había abandonado. La idea de despertarse junto al arquitecto más veleidoso del mundo un domingo no auguraba nada bueno. Paula abrió los ojos, atemorizaba ante esta imagen. Había hecho el amor con un hombre que concedía a sus amantes un plazo máximo de un mes. Y además trabajaba a sus órdenes. Cerró los ojos con fuerza para borrar los malos presagios. Se abrazó a Pedro, de modo instintivo, y recordó de golpe todas las sensaciones de la noche anterior. A su lado, él se removió un poco, pasó un brazo sobre su hombro pero no se despertó. Ella se quedó muy quieta y aguardó hasta que la respiración de Pedro fuera regular. Pero, de pronto, él abrió los ojos.


—¿Ocurre algo?


—No —contestó—. Voy por un vaso de agua.


—Estás deshidratada —indicó Pedro—. Anoche bebiste demasiado champán.


—Anoche todo fue excesivo —musitó.


—¿Qué?


No contestó. Se levantó y fue hasta el armario. Pedro se incorporó un poco y se apoyó sobre el cabecero de la cama. Paula, de espaldas, podía sentir la mirada de él sobre su cuerpo desnudo. Sacó un kimono y se cubrió con él. Estaba furiosa consigo misma por haber permitido que las cosas llegaran a ese punto.


—Estoy seguro de que te pasa algo.


—Voy a beber algo —dijo Paula eludiendo responder—. Enseguida vuelvo.


Salió de la habitación. Bebió un poco, pero no regresó al dormitorio. Se preparó una taza de té y se sentó en el salón. Tenía la extraña sensación de que todo su mundo había dado un vuelco. Era cómo si hubiera entrado en una nueva dimensión desconocida, en la que no había certezas. Y todo por culpa de Pedro. Presa de la excitación, empezó a ordenar el salón. La noche anterior se habían olvidado las luces dadas. Se afanó en poner todo en su sitio.  Después de cinco minutos de frenética actividad, se acomodó en al brazo del sofá y se quedó mirando por la ventana. Sintió un escalofrío. La noche anterior había susurrado al oído de Kosta que lo amaba. Pero quería creer que en ese momento se había dejado llevar por la pasión y que aquellas palabras no tendrían sentido por la mañana.


—¿Qué esta ocurriendo? —dijo Pedro, de pie en el pasillo.


Paula se giró bruscamente. Pedro llevaba una toalla alrededor de la cintura y sonreía. Ella comprendió entonces que aquellas palabras seguían teniendo vigencia. Instintivamente, se llevó las manos a la cabeza y soltó la taza de té, que cayó sobre la alfombra. Pedro se apresuró a ayudarla. Se arrodilló junto a ella.


—¿Te has hecho daño?


—No —negó con voz apagada.


Pedro la tomó en sus brazos. Paula sintió el contacto de su piel y todas sus dudas se desvanecieron. A pesar de todos sus temores, estaba irremediablemente enamorada de él. Hubiera hecho cualquier cosa que él le hubiese pedido en ese instante. Tenía la impresión de ser un juguete entre sus manos. 

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