lunes, 11 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 42

 —No voy a pedirte que subas —dijo Paula con cortesía—. Después de una actuación tan excelsa debes estar exhausto.


Pedro no habría aceptado esa excusa, pero Cristian de Witt lo encontró muy normal. Se inclinó y la besó en la mejilla. Después se marchó. 


Paula se sintió agradecida por ese beso. Cristian había resultado agradable e inofensivo. Un beso que no le quitaría el sueño. Respiró aliviada. Sin embargo, ya nada era igual. No podía dormir y no tenía nada que ver con Cristian de Witt. Se incorporó sobre el codo, desvelada. Apartó las sábanas y se levantó. Fue hasta la cocina y se preparó un té. Después se sentó en el salón y encendió el equipo de música clásica. Pero el genio de Mozart no lograba apagar el sonido de una voz de hombre que, en su cerebro, repetía que quizá necesitara algunas clases de química. Se rodeó con los brazos. Nunca antes ningún hombre había hecho que se sintiera tan fuera de lugar. Por un lado, se sentía diferente al resto de las mujeres. Por otro, todo su cuerpo reclamaba a gritos su feminidad. Nada tenía sentido. Podía soportar que Pedro se burlara de ella, si bien no era tan ducha como Ivana a la hora de contraatacar, y en más de una ocasión él había logrado sonrojarla. Pero no podía tolerar la forma en que había dicho que tenían química. Eso no había sido una broma. Lo había dicho con desprecio. Esa idea hizo que se sintiera pequeña y muy vulnerable. Acercó la taza de té a su pecho para tratar de entrar en calor. Pensamientos contradictorios cruzaron su mente. Quiso serenarse. Al fin y al cabo, se trataba de un cliente y no tenía mayor trascendencia lo que hubiera entre ellos en el ámbito personal. Pero su corazón no opinaba igual. Atenazada por las dudas, terminó derramando el té. Decidió cambiar a Mozart por una recopilación de música brasileña que, de no haber sido porque las paredes estaban insonorizadas, habría despertado a todos sus vecinos. Pasó toda la noche trabajando. Estaba convencida de que Pedro se presentaría al día siguiente, o que al menos llamaría por teléfono. Previno a los porteros para que la avisaran si aparecía alguna visita y contestó todas las llamadas. Todo resultó inútil. No hubo señal alguna por parte de Pedro Alfonso. Cristian de Witt llamó para que ella pudiera agradecerle tan encantadora velada. La madre de su ahijado llamó para invitarla al cumpleaños de este. Fernando llamó, preocupado por el gran contrato y para advertirla que tenían una reunión el lunes a primera hora. Contestó a todos con monosílabos y colgó lo antes posible para dejar el teléfono libre. Diana se preocupó al percibir la poca resistencia que ofrecía cuando la invitó a una gala benéfica la semana próxima.


—¿Te encuentras bien?


—Estoy bien.


Eran las once y media de la mañana y había estado trabajando cerca de ocho horas.


—¿Has oído bien lo que te he dicho?

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