viernes, 15 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 54

 —Diana dice que te pasas el día trabajando y que nunca te diviertes. Ni siquiera está muy segura de que vayas a aparecer en la gala benéfica de mañana.


—¿Es que tú vas a ir? —preguntó.


—Hace semanas que estoy entre los invitados —dijo sin mirarla—. Diana me convenció mucho antes que a tí. De hecho...


Pero Pedro guardó silencio. Paula estaba tan colérica consigo misma que ni siquiera lo notó. Había sido una estúpida al no preguntar a Diana quién más estaba invitado. Regresó a la realidad sobresaltada, y sorprendió a Pedro con ese aire meditabundo.


—¿Sabes? Antes de conocerte creía que eras una rica heredera que trabajaba solo por divertimento, para enredar un poco. Papá pagaría los daños y nadie resultaría herido.


Paula creyó detectar una cierta amargura en su voz. Hubiera dado dinero para no haber traicionado esa imagen de Pedro. De esa forma, él nunca se habría interesado por ella. Pero no pudo evitar sentir hacia él cierta simpatía. Pedro, ajeno a los pensamientos de Paula, seguía inmerso en su propio razonamiento.


—Pero tú no finges, ¿Verdad? Eres así y no lo puedes negar. Te encanta tu trabajo. Sí, desde luego. Eres una profesional. El problema es que no hay nada más.


Ahora, la amargura de Pedro era patente.


—Gracias por compartir conmigo mi perfil psicológico —dijo Paula muy educadamente.


Habían llegado a la entrada de su edificio. La barrera que daba acceso al bloque se elevó, después de que Pedro se identificase a través del interfono.


—Una sola visita y los porteros ya te conocen —señaló Paula concierto disgusto.


—Es mi encanto personal —aclaró Pedro—. Fue necesario para convencerlos de que limpiaran los desperfectos ocasionados en la entrada de tu departamento.


—¿Qué les dijiste?


—No quieres saberlo.


—Pero... 


—Vamos, sé sincera —Pedro la miró de reojo—. No quieres saber nada sobre aquello que no puedes controlar, ¿No es cierto?


El coche se paró frente a la entrada. Paula se incorporó en su asiento. A pesar de su sonrisa, la mirada de Pedro era dura. Antes de que ella pudiera hablar, se adelantó.


—Sí, lo sé —dijo—. No vas a pedirme que suba.


Por un momento, Paula sopesó la idea de invitarlo. Estuvo a punto de hacerlo, pero comprendió la trampa que se escondía detrás de una estrategia bien definida.


—Crees que me conoces, ¿Verdad? —dijo Paula, furiosa.


Pedro no pareció desilusionado. Se limitó a levantar los hombros con indiferencia.


—No tiene mucho mérito. Apostaría a que, en este preciso instante, estás rumiando una excusa para no acudir a la gala de mañana.


—Entonces no me conoces tan bien cómo crees —dijo—. Yo cumplo mis promesas.


—¿Y eso qué significa? —preguntó Pedro, repentinamente serio.


—No todos pueden decir lo mismo.


—Te refieres a mí —masculló—. ¿Cuándo he faltado a mi palabra?


Paula recordó todos los mensajes que había leído en su despacho. Todas aquellas mujeres despechadas, que reclamaban una respuesta y solo habían obtenido silencio. La cólera de ella creció como el fuego. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario