miércoles, 13 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 50

 —Quiero que cortes esto de raíz —dijo.


—¿Perdón?


—No pienso tolerar esa clase de saludos —gruñó enfurecida—. Es una falta de respeto. Además, el resto de la gente podría llevarse una idea equivocada.


—¿Y qué clase de idea te sugiere a tí? —preguntó Pedro interesado.


—Me dan ganas de golpearte y ponerte un ojo morado —gritó.


—Excelente.


—No, no es excelente. Es violento, pueril y lo lamentaría profundamente —puntualizó—. Esa es la razón por la que tenemos que llegar a un acuerdo.


—¿Es una proposición?


—Ni lo sueñes —replicó, antes de perder la calma—. Mira, voy a seguir viniendo y trabajaré contigo. Analizaremos juntos las diferentes estrategias y haré viable este negocio. Pero bajo ninguna circunstancia voy a tolerar más tonterías entre nosotros.


—Está claro que no tienes abuela —señaló Pedro.


Paula comprendió que lo había dicho había sonado demasiado pomposo. Pedro siempre lograba que se sintiera ridícula. Siempre terminaba mordiendo el anzuelo y caía en sus trampas sin remisión. Y solo le ocurría con él.


—Ya sabes a qué me refiero —dijo cansada.


—Quieres que mantenga las distancias —asumió Pedro.


—No —dijo, y se sonrojó hasta las cejas.


—¿No?


—Bueno, sí. Claro que sí —rectificó, cada vez más roja—. Eso ni se discute. Intento comportarme como una profesional. ¿Podrías hacer lo propio?


Se instaló entre ellos un extraño silencio. Súbitamente, Pedro abrió los brazos con las palmas hacia fuera en señal de consentimiento y se sentó sobre la mesa.


—De acuerdo. Seremos profesionales —asintió—. Vamos a trabajar.


—¿Qué? 


—Todo está aquí —y le pasó a Paula una copia de su propio informe—. Horario de trabajo, descansos, etc. Supongo que no me dirás lo que puedo o no puedo hacer en mi tiempo libre...


—No, pero...


—Bien —dijo enérgicamente—. En la oficina, seremos profesionales. No puedo hacerme responsable de lo que ocurra en el exterior.


Fue uno de los días más estresantes en la vida de Paula. Pedro sí se mostró inflexible en otra cosa.


—Se acabó eso de llamarme señor Alfonso —dijo—. A partir de ahora me llamarás Pedro.


—¿Eso es profesional?


—Desde luego. Todo el mundo me llama Pedro. En Londres, en Milán, en Nueva York. Hasta mi abogado me llama así. Y te aseguro que nadie es más profesional que él. Deberías ver su minuta.


—Está bien, Pedro —accedió Paula.


Pedro no hizo ningún alarde a pesar de su triunfo. Se limitó a sonreír.


—No ha sido tan terrible, ¿Verdad?


Paula lo miró a los ojos y descubrió que su mirada era, más que nada, lúgubre.

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