viernes, 15 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 51

Al cabo de la semana, Paula estaba agotada. Pedro regresó de una reunión y, al verla derrengada sobre la mesa de su despacho, tomó una decisión.


—Ponte el abrigo. Te llevo a casa.


—No es necesario —replicó Paula.


—No seas idiota. Estás destrozada.


—Todavía puedo trabajar un par de horas —dijo, fijando la vista en los documentos que tenía sobre la mesa.


—No mientras yo pague las horas de trabajo —remarcó Pedro—. ¿Cómo puedes aconsejar a otros sobre la manera de optimizar recursos y reducir la jornada si no te lo aplicas en persona?


Paula tuvo que admitir que él tenía razón. Se pasó la mano por el pelo suelto y, por una vez, olvidó cubrir la cicatriz. Hasta que descubrió la expresión de Pedro. 


—¿Qué es eso?


Paula se llevó los dedos a la marca. Era demasiado tarde. Se dió la vuelta y se echó todo el pelo hacia delante.


—Voy a guardar las cosas y...


Pedro cruzó el despacho en dos zancadas y llegó a su altura.


—Te has herido. Déjame ver.


Pedro la obligó a girarse y la miró a la cara. Paula trató de ocultarse, pero él no lo iba a permitir; le apartó el pelo de la frente y rozó la cicatriz con sus dedos muy levemente, con mucho cuidado.


—¿Cómo ocurrió?


Paula forcejeó un poco, se libró de él y se levantó.


—Fue hace mucho tiempo.


—Eso ya lo veo. ¿Qué pasó?


Paula estaba de espaldas a él. Empezó a señalar con adhesivos los lugares en que debía recomenzar el trabajo por la mañana, pero Pedro la detuvo, poniendo su mano sobre las de ella.


—¿Qué ocurrió? ¿Quién te hizo eso?


—Me caí de un caballo y me golpeé con una motocicleta —musitó.


Pedro levantó su barbilla hacia ella y la miró.


—Debió dolerte mucho.


Paula estaba sorprendida. Hacía mucho tiempo que no pensaba en el dolor que le había producido el accidente. Si es que alguna vez lo había hecho.


—No demasiado —recordó—. Al principio, estaba demasiado aturdida. Luego me anestesiaron y no recuerdo gran cosa.


Pero recordaba la voz de su madre, cuando decía que tenía el rostro desfigurado y que no podía soportarlo. Después del accidente, su madre los abandonó.


—¿Cuántos años tenías? —preguntó Pedro con ternura.


—Nueve, creo. Puede que diez.


—¿Y todavía te avergüenzas por una cicatriz tan pequeña después de tanto tiempo?


—No es tan pequeña —contestó Paula enrabietada—. Por su culpa... 

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