viernes, 22 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 67

 —Buenas noches —dijo—. Ha sido un placer.


Paula no podía permitir que se marchara así y la abandonara temblando en el sofá. Se puso en pie y buscó la sonrisa protocolaria que utilizaba en las fiestas de Diana para saludar a las amigas de su madrastra.


—Lo mismo digo —replicó con una levedad que resultó letal.


Pedro se dió la vuelta, iracundo. Su mirada era cortante como el filo de una navaja. Tiró la chaqueta al suelo y cruzó el salón en dos zancadas. La besó con tanta furia que casi le dejó marca. El roce de la barba raspó su piel. Pero el dolor se agudizó cuando Pedro la liberó y pudo comprobar el desprecio en sus ojos. Paula se limpió la boca con el reverso de la mano. No sabía si odiaba más a él o a sí misma.


—Y pensar que, por un momento, creí que me amabas —ironizó Pedro. 


Al principio, Paula no lo entendió. De pronto, cayó en la cuenta de lo que había pasado. Pedro no dormía cuando ella había susurrado a su oído que lo amaba. Había estado escuchando. Se sintió traicionada en lo más hondo de su ser. No podía respirar. Él había estado fingiendo. Su padre ya le había advertido que era un ganador. Deseaba ganar por encima de todo.


—Supongo que no hay límites a la hora de anotarte un punto —dijo.


Pedro sonreía, aunque sus ojos no reflejaban esa sonrisa.


—¿Anotarme un tanto? —dijo alargando las palabras—. Ha sido una victoria absoluta.


El dolor era tan insoportable que Paula apenas podía tolerarlo. Luchó contra la debilidad y le devolvió una sonrisa de aparente indiferencia. Pero no confiaba en que Pedro mordiera el anzuelo.


—Bueno, anoche conseguí lo que me proponía —dijo—. Solo espero que tú también lograras tu propósito.


Era grotesco. Estaba viviendo una pesadilla.


—Gracias —musitó.


—Pero creo que una vez ha sido suficiente. Creo que ninguno de los dos nos hemos comportado bien. Así que confío en que me disculparás si no quiero repetir.


Paula no podía fingir más tiempo. Su sonrisa se transformó en una mueca atroz. Se llevó la mano a la boca, aterrorizada. Las lágrimas afluyeron como un torrente. Pero Pedro no presenció la escena. La puerta se había cerrado de golpe un momento antes.



Las horas que siguieron al incidente fueron un suplicio, pero Paula reunió las fuerzas necesarias para recuperar, en parte, el ánimo. Encendió el ordenador y estudió el plan de trabajo previsto para la semana. De pronto, sonó el teléfono.


—¿Paula? ¿Eres tú? ¿Te pasa algo?


—¡Ivana!


—¿Qué tal te encuentras? ¿Ya has superado tu encuentro con Julián?


—¿Julián? —Paula emitió una sonrisa falsa—. Sí, creo que ya lo he superado, gracias.


—Ojalá yo pudiera hacer lo mismo —suspiró Ivana—. Desearía llevar las riendas de mi vida con la misma seguridad que tú. 

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