lunes, 4 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 35

 —Somos arquitectos y ni siquiera podemos arreglar nuestra propia oficina —expuso Tamara con amargura.


—¿No podrías pedir un presupuesto? —preguntó Paula.


—Claro que sí, pero...


Pedro no le había prestado atención, así que nadie lo había hecho.


—¿Y en qué emplea su tiempo? —preguntó Paula, muy seria—. Quiero ver los mensajes que ha recibido a lo largo del último mes.


—¿Todos? —dijo Tamara apabullada.


Paula no tardó en comprender la reacción de Tamara. Pero se sumergió a conciencia en ellos. Lamentablemente, esos mensajes revelaron más información acerca de su vida privada de lo que hubiera deseado. Ese hombre no paraba quieto un instante. Tamara apareció con un café doble, comprado en la cafetería de la esquina. Sonrió con amabilidad.


—Nadie puede mantener su ritmo —dijo.


—Me parece imposible que saque tiempo para trabajar —resopló Paula—. Fíjate en su agenda. Tiene cientos de compromisos sociales a lo largo del día. ¿Cuándo trabaja en sus proyectos? Se supone que lo pagan para eso.


—Se marcha —señaló Tamara—. Tiene una casa en algún punto de Italia. De vez en cuando, se escapa.


—No le haría falta, si distribuyera mejor su tiempo —murmuró Paula—. ¿Quién es Melina? Aparece por todas partes.


—¿Quién? —Tamara se acercó y miró la pantalla—. Ah, esa. Era una abogada, creo.


—¿Era?


—Son los mensajes del mes pasado —sonrió Tamara tímidamente.


—¿Quieres decir que sale con una mujer distinta cada mes?


Tamara parecía incómoda y guardó silencio.


—No tienes que contestar a eso —rectificó Paula—. No tengo derecho a preguntarte esas cosas. Lo lamento.


Tamara asintió aliviada y se retiró. Paula se giró sobre la silla de Pedro y se quedó mirando por la ventana el atardecer otoñal. Las hojas doradas brillaban, acariciadas por los últimos rayos de un tímido sol. ¿Alguna vez se habría parado Kosta a mirar por la ventana? ¿O estaba tan ocupado preparando el calendario de actividades que ni siquiera había caído en la cuenta? Todo estaba escrito en sus mensajes. El devenir de una aventura sentimental condenada al fracaso, al alcance del primero que quisiera imprimirlo. Melina había procurado ser discreta, pero una relación con Pedro Alfonso no podía ser en ningún caso algo anodino. Cuando se habían conocido, ella se había pasado todo el tiempo enviándole mensajes de ardiente elocuencia. Se habían sucedido las flores, un viaje relámpago a París, llamadas telefónicas a horas intempestivas... Paula enrojeció al leer esto. Se desprendía de sus acciones que era un hombre resuelto y decidido, tanto si se trataba de conseguir un cliente o una mujer. Echaba toda la carne al asador. Y, en el momento en que su presa se rendía, dejaba de contestar los mensajes. Garabateó un ratón en su agenda. Tan pronto como sus clientes cedían a sus exigencias, Pedro delegaba en alguno de sus ayudantes. El único tema que, aparentemente, no dejaba de interesarlo nunca eran los edificios. Se preguntó si siempre se desinteresaba por las mujeres. 

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