viernes, 15 de octubre de 2021

La Heredera: Capítulo 52

 —¿Qué?


—Nada.


—No hagas eso.


—¿El qué?


—El efecto esponja.


—¿Esponja?


—Sí. Hiciste lo mismo en la fiesta, en casa de tus padres.


Paula notó que tras la aparente tranquilidad de Pedro se escondía una creciente ira. Confundida, vió cómo golpeaba la mesa con su puño.


—Nunca te abres a los demás —explotó—. Te lo guardas todo dentro.


Paula se quedó de piedra. Parecía que el corazón se le iba a salir del pecho. Pero mantuvo la expresión serena. Tenía mucha experiencia ocultando sus emociones.


—Es una estupidez —exclamó Pedro frustrado—. Yo lo sé. Y tú, también.


Paula contuvo la respiración. Incluso un gesto tan mínimo pareció aplacar un poco los ánimos de Pedro.


—Reprimir continuamente lo que uno siente no es sano —dijo con calma—. Y además dificulta enormemente el acercamiento. Intentémoslo de nuevo, ¿Quieres? ¿Qué fue lo que ocurrió para que te atormente tanto una simple cicatriz?


—Iré a por mi gabardina —dijo Paula.


Fue hasta el armario y sacó la gabardina evitando cruzarse con él. Para su sorpresa, Pedro no trató de impedírselo ni montó en cólera. Pero su expresión no resultaba nada tranquilizadora.


—Algún día —dijo en voz baja—, me lo contarás.


Había sonado como una promesa hacia sí mismo. A pesar de haberse abrigado, un escalofrío recorrió la espalda de Paula. Quiso llamar a un taxi, pero Pedro no se lo permitió. Estaba decidido a acompañarla. Por otro lado, era viernes noche y la idea de encontrar un taxi libre se antojaba una misión imposible. Subió al coche de él con resignación.


—¿Qué ha ocurrido con la limusina? 


—Era alquilada —respondió—. Solo la utilizo de vez en cuando.


Paula se acurrucó en el asiento. El olor del cuero se mezclaba con un aroma familiar, que le recordaba vagamente a los bosques de Escocia. Estaba intranquila.


—Quieres decir que solo utilizas la limusina cuando quieres impresionar a alguna chica.


—Normalmente solo hago uso de este coche para ir al aeropuerto, o cuando tengo una cita en el centro de Londres. Te evita el engorro de buscar estacionamiento.


Pedro arrancó, salió de la calle en que estaba estacionado y se adentró entre el tráfico.


—Tienes razón —admitió Paula, avergonzada—. Yo decidí no mover el coche por la misma razón.


—Pero supongo que te resulta más fácil pensar lo peor, ¿No?


—¿Tienes un coche diferente en cada ciudad? —preguntó Paula.


—No. Y tampoco tengo una chica en cada puerto, si pensabas preguntarme eso.


—No iba a hacerlo —negó Paula—. Quería saber si te resultaba extraño pasar de conducir por la izquierda a conducir por la derecha.


—No, mientras haya mucho tráfico.


—¿Eso no empeora las cosas?


—No. Cuando el tráfico es muy denso, no se te ocurre cambiarte de carril. 

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