lunes, 14 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 48

Era verdad. Él podía pagarse unas vacaciones en cualquier parte del mundo, pero Paula tenía razón, Newcastle en verano parecía un buen plan.


–Por aquí –dijo ella, señalando una calle lateral–. Ya hemos llegado.


Entraron en un edificio de ladrillo un poco viejo y Pedro leyó la placa que había en la puerta. «¿Qué diablos?». Entró detrás de ella, pero la perdió de vista. Él oyó unas voces al fondo del pasillo y se dirigió hacia allí. Unos veinte hombres desharrapados estaban sentados en un comedor. Al verlos, sintió un nudo en el estómago. ¿Por qué diablos Paula lo había llevado allí? ¿Por qué quería que viera a aquellos hombres? Unos hombres que le recordaban a su padre. De pronto, ella entró en la habitación desde una puerta lateral cargada con tres bandejas llenas de hojaldres. Dejó una bandeja en cada mesa y se retiró para observar cómo los devoraban.


–Bueno, ¿Están mejor que los de ayer o no?


Se armó un gran estruendo. Paula calmó a los hombres y pidió que votaran levantando la mano.


¿Así era como Paula pasaba las horas de la comida? ¿En un albergue? Se fijó en un abrigo viejo y sucio y recordó los días en que regresaba del colegio y se encontraba a su padre desmayado a causa del alcohol. Dió un paso atrás. Ya había dejado atrás esa vida y no tenía intención de rememorarla. Pero los recuerdos no dejaban de fluir en su cabeza, y junto a ellos la sensación de indefensión que había experimentado de pequeño. El miedo y el fracaso que se habían apoderado de él cuando era un niño, por no haber sido capaz de ayudar a su padre a que dejara de beber. Y el temor de que él pudiera terminar del mismo modo. Él no había tenido la culpa de nada, pero... Respiró hondo. Le ardían los ojos. ¿Por qué su padre no lo había considerado suficientemente importante? Si él tuviera un hijo nunca lo abandonaría emocionalmente. Lo cuidaría. Lo amaría. Pedro se retiró y comenzó a andar hasta la calle. Necesitaba sentir el sol en el rostro y respirar aire puro.


–Pedro, ¿Dónde vas? –le preguntó Paula agarrándolo del brazo.


–¡Fuera de aquí! ¿Por qué diablos me has traído?


–Porque... –de pronto lo comprendió todo–. ¡Ah! Tu padre –se cubrió la boca con la mano–. Pedro, lo siento. No lo había pensado. La tarjeta que le dí a ese hombre era de este sitio. Pedro...


–¡No! –no sabía qué quería decirle, pero la respuesta era no–. Hace tiempo que dejé ese mundo atrás.


Esos hombres estaban huyendo de algo, decepcionando a alguien. Y él se negaba a formar parte de ello. No merecían la comida de Paula, ni sus sonrisas ni su caridad. ¡Y tampoco la de él!


–Muy bien –dijo ella–. Podrías darme mi cesta antes de marcharte, ¿Por favor?


Entonces, Pedro se percató de que todavía tenía la cesta en la mano. De que allí iba la cena de aquellos hombres. Se la entregó.


–Gracias –dijo ella. Y antes de que se marchara, añadió–. Claro que has dejado ese mundo atrás, Pedro. Además eres un hombre diferente a tu padre. Nunca sufrirás la misma suerte que él. Me pregunto por qué no puedes creerlo. Sé que a tu padre se le rompió el corazón y por eso tú proteges el tuyo tan bien.

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