miércoles, 23 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 63

 –Parece que te sentaría bien acostarte temprano –dijo ella.


–Suena bien.


–Sin duda –suspiró ella.


Sus palabras contenían una promesa que él apenas podía creer.


–¿Te gusta la langosta?


Él miró el plato y vió que en él había unos pedazos de carne de langosta colocados de manera estratégica y tres cuencos de salsa.


–¿Has hecho a propósito que la comida resulte sugerente? – preguntó tras un suspiro. Una mujer con más experiencia se habría dado cuenta del efecto que estaba teniendo sobre él.


Claro que ninguna mujer lo había afectado tanto como Paula.


–Por supuesto. Es parte del juego.


Ella agarró un pedazo de langosta y mojó la punta en una salsa cremosa. Lo inclinó de un lado a otro para repartir la salsa y lo lamió despacio. Pedro no pudo evitar imaginar miles de escenas prohibidas en las que aquella lengua rosada acariciaba su piel. Paula lo miró y él supo que lo deseaba. Que aquella cena estaba hecha para él. Lo único que tenía que hacer era acercarse a ella y sería suya. Una ola de calor se apoderó de él. ¿Acostarse con Paula? No se le ocurría nada que pudiera darle más placer. Nunca había deseado algo tanto como aquello. La miró a los ojos y recordó que ella era una mujer que quería compromiso. Y él no estaba dispuesto a perder su libertad. Si se acostaban, ella pagaría un alto precio por ello. Destrozaría su sueño y sus ilusiones. «¡Maldita sea!».


–¿Pedro? –lo llamó ella al verlo pensativo.


–¿Sabes lo que estás haciendo? –preguntó él.


Ella sonrió con brillo en la mirada.


–Por supuesto que sé lo que estoy haciendo, Pedro. Intento seducirte. ¿Qué tal se me da?


Durante un momento, sus ojos brillaron con incertidumbre, como si no estuviera segura de estar haciéndolo bien, y Pedro sintió que era su perdición.


–Esto no puede suceder.


Paula trató de luchar contra el pánico que se había apoderado de ella al ver la mirada decidida de Pedro. ¿Qué había hecho mal? Había planificado todo, hasta el último detalle. Incluso había encerrado a Silvestre en su dormitorio. Pedro la había felicitado por el aperitivo y prácticamente la había devorado con la mirada. La deseaba. Quizá fuera virgen, pero eso lo sabía.


–¿Qué es lo que he hecho mal? –le preguntó mientras se dirigía a encender la luz.


Él se pasó la mano por el cabello.


–No has hecho nada mal.


Fue entonces cuando ella se percató de que él estaba tenso y trataba de esforzarse por mantener el control. Si conseguía que se relajara otra vez, podría seducirlo.


–De acuerdo, pues no va a suceder. ¿Podrías dejar salir a Silvestre de mi habitación? –apagó las velas. Se quitó los zapatos y sacó una jarra de agua y dos vasos de la cocina–. Al menos, podríamos tomarnos la cena, ¿No?


Pedro dudó un instante y se dirigió a sacar a Silvestre de la habitación. La gata corrió hasta Paula y comenzó a maullar.


–Claro que sí, princesa, también hay langosta para tí –le dijo, poniendo un pedazo de langosta en el suelo. Miró a Pedro y dijo–: La comida me ha costado una fortuna. No hagas que tenga que dársela toda a Silvestre.


Agarró los cubiertos y comenzó a partir la langosta. Se metió un pedazo en la boca.


–Esto está delicioso. El marisco de Newcastle es exquisito.

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