viernes, 25 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 69

 –Ten cuidado –murmuró Miguel–, tu tía tiene a un joven reservado para tí.


–¿Solo uno? –se rió Paula.


–No, tres, pero hay uno en concreto que cree que te gustará.


Pedro cerró los puños. Deseaba pegar a alguien. Paula con otro hombre... Riéndose, besándose, haciendo el amor con él, confesándole sus temores y sus sueños, construyendo una vida a su lado... Se puso en pie y empezó a alejarse de la mesa. Paula y Miguel se volvieron para mirarlo.


–Yo... Tengo que ir a comprobar una cosa.


Se marchó. Necesitaba pensar, así que se dirigió a la cocina. Luis lo vió entrar y le preguntó:


–Señor Pedro, ¿Va todo bien?


–Sí, sí...


–¿Puedo ofrecerle...?


–Solo necesito tranquilidad –le dijo mientras se dirigía a la puerta de servicio para salir a la calle.


Una vez allí respiró hondo. No iba a enamorarse de Paula. No iba a convertirse en un idiota al que las mujeres pudieran manipular. «Paula dijo que me quería. Y ella no es idiota». No, era una mujer valiente y encantadora. En ese mismo instante se percató de dónde había sacado ella la vitalidad y la pasión que sentía por las cosas: De amar. De querer a otros, a su padre, a sus amigas, a Silvestre, a su prima inmaculada... Y, sin embargo, cada una de esas cosas tenía el potencial de hacerle daño. «Paula ha dicho que me quiere». Y él también podía hacerle daño. Apretó los puños. Ya se lo había hecho. Sin pensárselo dos veces, entró en la cocina.


–¿Luis? –gritó, buscando al hombre por los alrededores.


–¿Sí, señor? –Luis se apresuró a contestar–. Estoy aquí, señor Pedro. ¿Se encuentra bien?


–Yo... –amaba a Paula. Quería pasar el resto de la vida con ella, pero tenía que demostrárselo–. Luis, necesito tu ayuda. Y una botella del mejor champán, unas fresas... –lo agarró por los hombros–. Dime que queda pastel de chocolate.


–Tenemos el pastel favorito de la signorina Paula.


Pedro suspiró aliviado.


–Necesito que prepares dos pedazos y los metas en una cesta de picnic. Y copas, platos y tenedores.


–¿Una manta también?


–Luis, vales tu peso en oro.


El hombre se rió.


–No, no. Pero la signorina Paula sí.


Pedro no le preguntó cómo lo sabía. Impaciente, paseó de un lado a otro mientras le preparaban la cesta y trató de pensar en lo que le diría a Paula cuando estuvieran a solas, pero no lo consiguió. Luis le entregó la cesta y le dijo:


–Cuida bien de ella, Pedro.


–Lo haré –le prometió él. Y pensó en que debería aumentarle el sueldo a ese hombre. Cualquiera que se preocupara por Paula merecía cosas buenas.



–¡Qué diablos!


Paula se quedó sorprendida al ver que Pedro se acercaba a la mesa de su padre con decisión. Señaló la cesta y dijo:


–Lo único que te falta es la capa roja –confiaba en que los chistes fáciles evitaran que se le escaparan las lágrimas. No lloraría hasta que estuviera en la cama esa noche.


Pedro la agarró de la mano y tiró de ella para que se pusiera en pie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario