miércoles, 9 de marzo de 2022

Irresistible: Capítulo 37

 –¡Ese fue un truco sucio!


Paula se sobresaltó cuando Pedro entró en el departamento y, al ver que él sonreía en lugar de estar enfadado, su corazón se le aceleró todavía más.


–Yo...


–Reconozco que fue culpa mía –sonrió otra vez–. Pero debería haberme dado cuenta de que me estabas poniendo a prueba.


Dejó el maletín sobre la mesa del comedor y Silvestre, que estaba escondida debajo, asomó la cabeza y se puso a mover el rabo, mirándolo con adoración.


–Estúpida gata –murmuró Pedro.


Paula sonrió.


–Sí, llámala estúpida. Ya te conozco Pedro Alfonso. Eres el único que podría haberle comprado ese ratón de cuerda a la estúpida gata.


–Y eso me lo dice la mujer que cada noche cocina para la estúpida gata un pedazo de filete.


«¿Y cómo diablos se ha enterado?», pensó ella.


–Bueno, me alegro de que ya te lleves mejor con la estúpida gata porque Sofía ha llamado antes para decir que va a retrasarse. Puede que tengamos que quedarnos con Silvestre durante los dos meses.


Pedro frunció el ceño y le dió cuerda al ratoncito mecánico que había comprado para la gata. Silvestre comenzó a girar alrededor del juguete, golpeándolo con la pata de vez en cuando.


–Quería decirte que tu clase de cocina ha sido estupenda –dijo él, apoyándose en el brazo del sofá–. Ha sido una gran idea. Bien hecho, Paula.


–¿De veras? –se sonrojó.


–Has conseguido que fuera divertida. A los empleados les encantará trabajar en el Chaves si se hacen cursos así.


Ella alzó la barbilla y enderezó la espalda.


–Y lo que es más, me has inspirado.


–¿Cómo?


–He estado pensando en lo que me dijiste el domingo pasado.


Ella puso una mueca. Había pasado toda la semana queriendo disculparse, pero no había encontrado la oportunidad porque Pedro nunca estaba allí o siempre cambiaba de conversación.


–Quería disculparme por ello, Pedro. No tenía derecho a decirte esas cosas.


Él le restó importancia gesticulando con la mano.


–Empiezo a darme cuenta de lo que querías decir acerca de intentar conseguir que nuestro hotel fuera único.


«¿Nuestro?», pensó ella desconcertada. Se puso en pie para darle cuerda al ratón de Silvestre otra vez y cuando regresó al sofá se sentó bien alejada de Pedro.


–Sé que es parte de lo que estás tratando de conseguir con el club de cocina. Si a los empleados les gusta trabajar en el Chaves, eso se transmitirá a nuestros clientes de forma inconsciente. Quieres que los empleados se entreguen al hotel. Quieres que se sientan tan felices como tú por trabajar en él.


–¿Sabes lo que me gustaría conseguir? Una lista de gente que esté deseando trabajar en el hotel. Quiero que los empleados hagan cola en la puerta para disputarse los puestos que queden vacantes. Quiero que el hotel inspire a la gente para que elija la hostelería como profesión. ¿Te imaginas?


Él la miró.


–¿Y te imaginas alojarte en un hotel al que los empleados adoran y respetan y al que se sienten orgullosos de pertenecer?


–Es una idea muy atractiva –dijo él–. Paula, ya te he dicho que tu éxito de esta noche me ha hecho pensar.


–¿Sobre qué?


–¿Crees que los empleados recibirían bien la idea de hacer excursiones de un día? ¿Crees que las disfrutarían?


–¡Sí! –exclamó ella, boquiabierta.


–Me alegro, porque he pensado que si el fin de semana no estás ocupada podíamos explorar algunas opciones.


–Oh, es un plan excelente. Pero entretanto... –se levantó y salió del salón. Regresó con un montón de folletos y se los entregó para que los viera–. Esta semana me he pasado por la oficina de turismo.


Se arrodilló frente a la mesa de café y esparció los folletos. Pedro se arrodilló a su lado para verlos.


–Estoy sorprendida de la de cosas que hay para ver en Newcastle.


–¿Como por ejemplo?

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