lunes, 19 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 39

Pedro la llevó a casa. Se mantuvieron sentados a cada extremo del asiento en el taxi  de  camino  a  casa.  Pedro  miraba  por  la  ventana  con  los  puños  apretados  sobre  los  muslos. Pero Paula no tenía ni idea de en qué estaba pensando. Ella, con las manos entrelazadas en el regazo y el corazón en un puño, intentaba no pensar en absoluto.No había tráfico y, sin embargo, el camino se le hizo eterno. Apenas paró el taxi frente  a  la  casa  de  Karina,  cuando  Paula abrió  la  puerta  apresurada  y  saltó  fuera.  Pero el maldito Pedro salió tras ella.

—Estoy bien —dijo ella sin mirarlo mientras se apresuraba a meter la llave en la cerradura—. No hace falta que subas conmigo.

—Es lo menos que puedo hacer.

Paula se trabó con la llave y él se la quitó de las manos para abrir con facilidad la puerta y devolvérsela. Ella se dió la vuelta y dijo con rigidez:

—Gracias por una noche tan agradable.

—Espera, te acompaño hasta arriba.

Ella  iba  a  protestar,  pero  no  lo  hizo.  Sólo  empeoraría  la  situación.  Asintió  con  brusquedad y lo precedió con la mayor rapidez que pudo. La puerta del apartamento era más fácil de abrir que la puerta principal, por suerte. Y por suerte también, Cecilia, que se había quedado para abrir a los fontaneros, ya se había ido. Paula no se sentía con fuerzas para hablar con nadie, así que en cuanto tuvo la puerta abierta, se volvió hacia Pedro.

—Gracias —dijo  con  firmeza. 

Sabía  que  lo  educado  sería  sonreírle,  pero  sólo  conseguiría una sonrisa hipócrita.

—Buenas  noches  —dijo  con  voz  quebrada  al  cerrar  la  puerta  sin  mirarlo  siquiera.

Entonces   se   apoyó   jadeante   contra   la   puerta   hasta   escuchar   sus   pasos   desvanecerse  de  forma  gradual.  Se  cruzó  los  brazos  contra  el  pecho  y  se  quedó  allí  temblando.Ni siquiera estaba segura de por qué. No estaba segura de si se arrepentía más del beso de Pedro o de que hubiera deseado que la besara.Todo era un barrizal, un lío, su mente, su corazón, su vida entera.

—Eso es lo que has conseguido por jugar y no estar satisfecha con lo que tenías.

Se  apartó  de  la  puerta  y  se  fue  a  la  cocina.  El  fontanero  había  estado  sin  duda  allí,  los  grifos  ya  funcionaban  de  nuevo.  Paula  se  salpicó  agua  fría  en  la  cara.  Entonces  se  despojó  del  vestido  allí  mismo,  se  quitó  la  banda  de  brillantes  falsos  y  metió  la  cabeza  bajo  el  grifo.  El  agua  helada  le  produjo  un  escalofrío  por  la  espina  dorsal.

—Es  bueno  para  tí —dijo  en  voz  alta  antes  de  buscar  una  toalla  y  frotarse  el  pelo y la cara para quitarse el maquillaje y volver a la realidad.

Entonces fue cuando se fijó en la nota de Cecilia en la mesa.La recogió y la leyó:

—"Ha llamado David. Es encantador. Llámalo y cuéntale lo de la fiesta."

Sí, pensó ella al soltar el papel. Sí, David era encantador. Y amable. Y mucho más sólido  y  sensible  de  lo  que  era  ella.  Deseaba  decirle  que  había  sido  una  tonta,  que  había cometido un error y que volvería a casa en el siguiente avión.Pero no podía. David  era  un  granjero.  Se  levantaba  cada  mañana  a  las  cuatro  y  media  y  debía  llevar  horas  dormido.  No  tenía  derecho  a  despertarlo  para  descargar.  Y  de  todas  formas,  tampoco  podría  descargar  con  él.  De  ninguna  manera  podría  explicarle  lo  que no entendía ella misma, por qué se había sentido atenazada hasta el corazón por ser besada por Pedro Alfonso.

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