Puede que lo hubiera empezado él, pero ella podría haber ladeado la cabeza, porque, diablos, estaba tan apetitosa y preciosa. Pero ella podría haber apretado los labios, haberlo empujado, haberlo hecho menos excitante que besar a su abuela.Pero no lo había hecho.Se había derretido bajo su contacto. Se había abierto a él como una flor bajo la suave lluvia de primavera. Había deseado que la besara, maldita sea. Y había deseado más que un beso.Y él también.Y eso lo asustaba a muerte.Pedro Alfonso no le hacía el amor a chicas que no conocían las normas. El sólo trataba con mujeres mundanas que lo retaban a cambio. No había angustia, dolor ni corazones rotos en aquellas relaciones.Sólo lo había hecho para asustarla, intentó convencerse el resto del fin de semana.De hecho, al llegar el lunes por la mañana cuando salió para el trabajo, estaba medio convencido de que Paula podría haberse vuelto ya a casa. Pero en cuanto abrió la puerta del estudio, la encontró sentada a la mesa de Eliana. Paula dió un respingo en cuanto lo vió antes de bajar la mirada hacia el documento que tenía en la mano.
—Has llegado pronto —dijo él con tono acusador.
Pero ella no alzó la cabeza. Bajo la cascada dorada, Pedro notó que estaba pálida y que lo había intentado disimular con demasiado colorete.
—Y estás demasiado roja. Parece como si hubieras usado el colorete de tu abuela.
Paula alzó entonces la vista. También llevaba demasiado carmín en los labios y notó que empezaba a temblarle el inferior. Se levantó entonces y se dirigió apresurada hacia el cuarto de baño.
—No es para tanto —gritó él a sus espaldas—. No hace falta que te pongas a llorar.
La única respuesta que obtuvo fue un portazo desde el baño.Paula había hecho muchas cosas estúpidas en su vida, pero después de ese verano, ni con los dedos de los pies y las manos juntos podría contarlas.Pero la más estúpida, la más absolutamente imbécil había sido romper a llorar en ese mismo momento.Había tenido treinta y tres horas para asimilar lo que había sucedido entre ella y Pedro el sábado por la noche y superar aquel beso. Ya debería haberlo puesto a sus espaldas. Para él no había significado nada.
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