lunes, 19 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 40

La mente era algo maravilloso.Versátil. Flexible. Capaz de locuras inesperadas.Eso  era  al  menos  lo  que  pensaba  Pedro,  porque  a  la  tarde  siguiente,  ya  había  llegado a una conclusión racional para haber besado a Paula. Lo había hecho por el bien de ella.Tardó en llegar a aquella conclusión. Pero su mente no dejó de funcionar toda la noche.Había  vuelto  a  casa  caminando  desde  su  casa.  Había  pensando  que  el  aire  fresco le despejaría la cabeza. Pero no lo había conseguido, sino que había vuelto a casa como en un baño de vapor.En lo único que había podido pensar era en el sabor de los labios de Paula, en su  suavidad  bajo  la  insistente  presión  de  los  de  él,  en  la  forma  en  que  se  habían  abierto para permitirle la entrada dándole la oportunidad de rozar sus dientes con la lengua.Sintió un estremecimiento por todo el cuerpo.Le  había  producido  dolor,  de  la  cabeza  a  los  pies.  Y  le  hacía  desearla  cada  vez  que pensaba en ello.¿Qué diablos le había poseído?¿Y  qué  diablos  le  había  poseído  a  ella?,  pensó  rabioso.  Era  ella  la  que  estaba  prometida, por Dios bendito. No tenía derecho a besar a otro hombre.Y lo había besado a él.

Puede  que  lo  hubiera  empezado  él,  pero  ella  podría  haber  ladeado  la  cabeza,  porque,  diablos,  estaba  tan  apetitosa  y  preciosa.  Pero  ella  podría  haber  apretado  los  labios, haberlo empujado, haberlo hecho menos excitante que besar a su abuela.Pero no lo había hecho.Se  había  derretido  bajo  su  contacto.  Se  había  abierto  a  él  como  una  flor  bajo  la  suave lluvia de primavera. Había deseado que la besara, maldita sea. Y había deseado más que un beso.Y él también.Y eso lo asustaba a muerte.Pedro Alfonso no le hacía el amor a chicas que no conocían las normas. El sólo trataba con mujeres mundanas que lo retaban a cambio. No había angustia, dolor ni corazones rotos en aquellas relaciones.Sólo  lo  había  hecho  para  asustarla,  intentó  convencerse  el  resto  del  fin  de  semana.De  hecho,  al  llegar  el  lunes  por  la  mañana  cuando  salió  para  el  trabajo,  estaba  medio convencido de que Paula podría haberse vuelto ya a casa. Pero  en  cuanto  abrió  la  puerta  del  estudio,  la  encontró  sentada  a  la  mesa  de  Eliana. Paula dió  un  respingo  en  cuanto  lo  vió  antes  de  bajar  la  mirada  hacia  el  documento que tenía en la mano.

—Has llegado pronto —dijo él con tono acusador.

Pero ella no alzó la cabeza. Bajo la cascada dorada, Pedro notó que estaba pálida y que lo había intentado disimular con demasiado colorete.

—Y  estás  demasiado  roja.  Parece  como  si  hubieras  usado  el  colorete  de  tu  abuela.

Paula alzó entonces la vista. También llevaba demasiado carmín en los labios y notó   que   empezaba   a   temblarle   el   inferior.   Se   levantó   entonces   y   se   dirigió   apresurada hacia el cuarto de baño.

—No  es  para  tanto  —gritó  él  a  sus  espaldas—.  No  hace  falta  que  te  pongas  a llorar.

La única respuesta que obtuvo fue un portazo desde el baño.Paula había  hecho  muchas  cosas  estúpidas  en  su  vida,  pero  después  de  ese  verano, ni con los dedos de los pies y las manos juntos podría contarlas.Pero la más estúpida, la más absolutamente imbécil había sido romper a llorar en ese mismo momento.Había tenido treinta y tres horas para asimilar lo que había sucedido entre ella y Pedro el sábado por la noche y superar aquel beso. Ya debería haberlo puesto a sus espaldas. Para él no había significado nada.

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