viernes, 16 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 31

Paula inspiró con fuerza y exhaló despacio. Cecilia le puso las manos en los hombros y la empujó con suavidad hacia el respaldo. Entonces empezó a trabajar. Nunca había sido capaz de hacer gran cosa con su pelo. Era naturalmente ondulado y parecía tener libertad propia. Pero Cecilia se lanzó igualmente al trabajo. Rizó y peinó, ahuecó y onduló. Entonces sacó una banda con pequeñas piedras como diamantes y le enroscó el pelo alrededor de ella.

—¡Oh, Dios! —dijo Cecilia mientras dejaba que la cascada cayera por sus orejas en rizos sueltos.

—Sí. Muy sensual —ronroneó,

— ¡Veamos si le gusta a Pedro!

—No se fijará.

—¿Quieres apostar algo?

Menos mal que Paula no era una mujer que apostara. Media  hora  más  tarde,  Pedro se  quedó  parado  en  el  umbral  de  la  puerta  desencajado y con la boca abierta.Paula lo miró con preocupación.

—¿Te encuentras mal?

Él se aclaró la garganta y sacudió la cabeza.

—B... bien.

—¿Lo  estoy  yo?  —le  preguntó  preocupada  de  nuevo  por  no  estar  vestida  de  forma apropiada.

Iba a ser una noche hawaiana, según le había dicho Pedro. Él tragó saliva.

—Estás... increíble.

Paula se sonrojó.

—Es demasiado ajustado, ¿Verdad?

—¡No! —se  aclaró  la  garganta   de   nuevo—.   No quería decir eso.   Es... espectacular. Tendré que pelearme con todos.

Paula sacudió la cabeza sonrojada.

 —No seas tonto... Es sólo que no estoy acostumbrada a este tipo de ropa.

—No bromees.

—Puedo cambiarme.

—No puedes —dijo Cecilia apareciendo tras ella—. Es perfecto, ¿Verdad, Pedro?

—Muy... hum... bonito. ¿De dónde lo sacaste?

—De Diana. Humberto se lo dio después de la pasarela de París. Pensó que era perfecto para ella. Evidentemente nunca se lo ha visto puesto a Paula.

—No.

Paula no  estaba  segura  de  lo  que  querían  decir.  No  sonaba  a  desaprobación,  pero Pedro parecía todavía un poco pálido.Y también estaba muy guapo, notó.Normalmente   siempre   llevaba   vaqueros   y   camisas   blancas   por   fuera   del   pantalón.  Esa  noche  iba  vestido  completamente  de  negro.  Vaqueros  negros.  Botas  negras. Y una camisa negra con el cuello abierto y las mangas enrolladas. Paula pensó que podrían confundirles con figuras de un ajedrez gigante. Eso le hizo reír.

—¿Algo divertido? —preguntó Pedro.

—No —esbozó  una  sonrisa  y  se  humedeció  los  labios  con  nerviosismo—.  Sólo  estaba pensando.

—¿Lista?

Paula miró a Cecilia.

—¿Lo estoy?

Su amiga se rió.

—¡Oh, sí! ¡Claro que sí!

—Vamos entonces. Tomaremos un taxi.

Agarrando  el  pequeño  y  elegante  bolso  que  le  había  prestado  Cecilia,  Paula empezó a bajar las escaleras. La puerta del apartamento de Rafael se abrió al pasar por delante.

—Hola,  Pauuu—se  quedó  tan  desencajado  como  Pedro poco  antes—.  ¡Dios  santo! ¡Pura dinamita!

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