Paula se dió la vuelta para encontrar a un delgado hombre atractivo de pelo moreno que escrutaba con atención. Cuando divisó a Isabel esbozó una sonrisa y se dirigió a ellas francamente aliviado.
—Éste es mi marido, Franco MacCauley. Fran, ésta es Paula Chaves. Trabaja para Pedro.
Franco enarcó las cejas oscuras.
—¿Tú eres una de las chicas de Pedro?
—De momento. Sólo estoy aquí para pasar el verano. Trabajo con su hermana en Collierville.
Tanto Franco como Isabel parecieron sorprendidos.
—¿Collierville?
—Iowa.
El matrimonio se miró con incredulidad.
—¿Pedro es de Iowa? —preguntó Isabel—. No lo sabíamos. Otra amiga nuestra, Josefina Fletcher, es de Iowa. Vive en Dubuque.
—Eso está a una hora sólo de Collierville —dijo Paula.
—Estuvimos allí el año pasado. Fran hizo una sesión en el hostal de Josefina y Lucas.
Ella y Franco parecían perfectamente satisfechos de hablar de sus buenos amigos de Iowa que ahora estaban viviendo en Nueva York, pero que volvían a Dubuque varias veces al año.
—Nos encantó aquello —dijo Isabel—. Yo volvería en cualquier momento.
—Buena pesca —acordó Franco—. Creo que deberíamos comprar una casa allí también. Fue un buen sitio para relajarse en cuanto las modelos desaparecieron.
—A las niñas les encantó —dijo Isabel antes de lanzarse a explicarle lo de sus sobrinas adoptivas.
La conversación fue fácil a partir de ese momento. Los dos sentían curiosidad por saber cosas de Collierville e Isabel no dejó de manifestar su sorpresa de que Pedro fuera de allí.
—¿No lo sabías ? —le preguntó a su marido.
—Pedro y yo no hablamos.
—Bueno, yo sí hablé con él en una ocasión, pero no recuerdo que me lo mencionara. Aunque por supuesto, él nunca habla de nada personal.
—Tú le sacarías la historia de su vida a un mudo —dijo Franco—. Isabel es muy cotilla.
—A Isabel le gusta la gente —le corrigió su mujer.
A Paula le cayeron bien los dos. Era fácil hablar con ellos y la sequedad de Franco se veía equilibrada por el buen humor de Isabel. Era la primera gente que veía esa noche con la que se sentía cómoda de verdad.Les preguntó más acerca de sus sobrinas y de su hijo de un año.
—Se llama Daniel—explicó Isabel—. En recuerdo de mi abuelo, que fue el que me crió. Pero le llamamos Dani.
—Por un motivo —dijo Franco con una sonrisa.
Paula se rió y la conversación fluyó con facilidad. Franco les fue a buscar bebidas frescas y arrastró unas sillas hasta la barandilla para poder sentarse de espaldas a la fiesta y hablar. Ya no hacía tanto calor. La brisa se había levantado un poco agitando el pelo de Paula alrededor de su cara. Se lo apartó de una sacudida y miró a sus espaldas hacia las escaleras.
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