viernes, 16 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 35

Santiago  quería  hablar  de  la  última  sesión  de  fotografías  que  habían  hecho,  contarle  las  anécdotas  divertidas  y  hablar  de  fútbol.  Dos  de  las  modelos  que  habían  trabajado con ellos se detuvieron coqueteando. Pedro sonrió y asintió, pero sin dejar de mover la cabeza en busca de aquel vestido rojo y aquellos rizos dorados. Nada. No aparecían por ninguna parte.No  importaba,  se  aseguró  a  sí  mismo.  Era  lo  que  quería,  que  Paula se  sintiera  engullida  por  la  multitud.  Entonces,  ¿Por  qué  la  estaba  buscando?  ¿Es que le  importaba? ¡No!

—¡Pedro!  ¡Adivina  quién  está  aquí!  ¡Ven  conmigo!  —Estefanía estaba  de  vuelta  tirándole  del  brazo—.  Te  he  traído  a  una  vieja  amiga.  Nunca  imaginarás  con  quién  me encontré ayer en el Dumont.

Le dió la vuelta y Pedro se encontró cara a cara con la última mujer en la tierra a la que quería ver.

—Pedro, cariño. ¿Te acuerdas de Catalina Neale?

¡Catalina!No la había visto en persona al menos en ocho años. Quizá diez. Seguía estando tan  bella  como  siempre.  Su  cara  era  más  madura,  pero  no  tenía  arrugas  todavía.  Su  piel  era  inmaculada  y  el  pelo  largo  de  color  arena  que  solía  llevar  suelto  estaba  recogido  en  un  sofisticado  peinado.  Le  quedaba  bien  y  atraía  la  atención  hacia  su  elegante cuello de cisne acentuando la clásica belleza de sus facciones.

—Pedro—dijo  con  aquella  voz  susurrante  suya—.  ¡Me  alegro  de  volverte  a  ver!  Han pasado años.

—Sí —le  estrechó  la  mano  de  forma  muy  cortés  y  formal—.  Tienes  muy  buen  aspecto.

Ella sonrió.

—Tú también.

—¡Vamos,  lo  saben  hacer  mejor! —los  apremió  Estefanía—.  ¿No  se  ha  convertido  en una belleza, Pedro? Deberías sentirte orgulloso. Fuiste tú el que la descubrió, el que vió el potencial que tenía. El primero en capturar a Cata en película.

Catalina asintió.

—Él fue el que me lanzó.

Esbozó una sonrisa hacia Pedro.

—Fue un placer —replicó él apartando la mano de ella con la mayor suavidad que pudo.

—Losdejaré solos para que se pongan al día —dijo Estefanía apartándose—. ¡Yuju! ¡Rita!

Pedro esperaba  que  Catalina le  dirigiera  una  radiante  sonrisa  y  se  fuera  con  rapidez, pero en vez de eso, lo miró casi con preocupación.

—Nunca  quise  hacerte  daño,  Pedro—dijo  con  voz  casi  temblorosa  antes  de  apoyar la mano en su brazo.

En  la  distancia,  hablando  con  Rita,  Estefanía no  dejaba  de  observarlos.  Esa  era  su  forma de hacer combinaciones explosivas.

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