Santiago quería hablar de la última sesión de fotografías que habían hecho, contarle las anécdotas divertidas y hablar de fútbol. Dos de las modelos que habían trabajado con ellos se detuvieron coqueteando. Pedro sonrió y asintió, pero sin dejar de mover la cabeza en busca de aquel vestido rojo y aquellos rizos dorados. Nada. No aparecían por ninguna parte.No importaba, se aseguró a sí mismo. Era lo que quería, que Paula se sintiera engullida por la multitud. Entonces, ¿Por qué la estaba buscando? ¿Es que le importaba? ¡No!
—¡Pedro! ¡Adivina quién está aquí! ¡Ven conmigo! —Estefanía estaba de vuelta tirándole del brazo—. Te he traído a una vieja amiga. Nunca imaginarás con quién me encontré ayer en el Dumont.
Le dió la vuelta y Pedro se encontró cara a cara con la última mujer en la tierra a la que quería ver.
—Pedro, cariño. ¿Te acuerdas de Catalina Neale?
¡Catalina!No la había visto en persona al menos en ocho años. Quizá diez. Seguía estando tan bella como siempre. Su cara era más madura, pero no tenía arrugas todavía. Su piel era inmaculada y el pelo largo de color arena que solía llevar suelto estaba recogido en un sofisticado peinado. Le quedaba bien y atraía la atención hacia su elegante cuello de cisne acentuando la clásica belleza de sus facciones.
—Pedro—dijo con aquella voz susurrante suya—. ¡Me alegro de volverte a ver! Han pasado años.
—Sí —le estrechó la mano de forma muy cortés y formal—. Tienes muy buen aspecto.
Ella sonrió.
—Tú también.
—¡Vamos, lo saben hacer mejor! —los apremió Estefanía—. ¿No se ha convertido en una belleza, Pedro? Deberías sentirte orgulloso. Fuiste tú el que la descubrió, el que vió el potencial que tenía. El primero en capturar a Cata en película.
Catalina asintió.
—Él fue el que me lanzó.
Esbozó una sonrisa hacia Pedro.
—Fue un placer —replicó él apartando la mano de ella con la mayor suavidad que pudo.
—Losdejaré solos para que se pongan al día —dijo Estefanía apartándose—. ¡Yuju! ¡Rita!
Pedro esperaba que Catalina le dirigiera una radiante sonrisa y se fuera con rapidez, pero en vez de eso, lo miró casi con preocupación.
—Nunca quise hacerte daño, Pedro—dijo con voz casi temblorosa antes de apoyar la mano en su brazo.
En la distancia, hablando con Rita, Estefanía no dejaba de observarlos. Esa era su forma de hacer combinaciones explosivas.
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