Tras la puerta podía escuchar a las otras chicas mientras se vestían. Se reían y charlaban, y abrían y cerraban a portazos.
—¡Adiós, Pedro!
—¡Hasta pronto!
—Te quiero, Pedro.
Con un coro de animadas despedidas, fueron saliendo hasta que sólo quedó el silencio.Y Pedro Alfonso. Era el momento de la verdad. Y sólo tenía dos opciones: podía escabullirse fuera y no volver a dar la cara nunca para tomar el siguiente avión a Iowa o podía enfrentarse al hombre del otro lado de la puerta, prometer que sería una buena ayudante y vivir el resto del verano en Nueva York. Puesto así, no le quedaba elección. Paula quería aquel verano. Necesitaba aquel verano. Había trastocado tanto la vida de David como la suya propia por aquel verano. Era un viaje espiritual, le había dicho.David no lo había entendido y quizá ella no debería haber esperado que lo hiciera. Pero si realmente creía en lo que le había contado, no podía volver a casa.
—Todavía no.
Inspiró entonces con fuerza, cruzó los dedos y abrió la puerta.
—Te he conseguido una reserva de avión —anunció él con brusquedad en cuanto asomó por la puerta del estudio—. Sales a las seis y llegas a Chicago a las nueve. Allí tienes que esperar una hora y tomar el último vuelo para Dubuque a las once y cuarto. Puedes llamar a alguien para que vaya buscarte.
Pedro le dirigió una rápida mirada antes de concentrarse en la pila de basura que había acumulado en su mesa durante doce años. De repente le pareció imperativo ordenarlo. Cuando ella no replicó, alzó la vista de nuevo con cuidado de clavarla en su cara. Por desgracia, allí era donde estaban sus labios. Maldición. Ella lo estaba mirando con gesto de preocupación.
—Lo pagaré yo —anunció con impaciencia al pensar que debía estar preocupada por el precio.
—No es... no es eso. Es que... no puedo irme a casa.
—¿Qué? —Pedro frunció el ceño—. ¿Qué quieres decir con que no puedes irte a casa? ¡Por supuesto que puedes!
Pero Paula Chaves sólo sacudió la cabeza con énfasis.
—No, no puedo. Al menos hasta el quince de agosto.
—¿Es que te han expulsado de Iowa hasta el quince de agosto?
—He dicho que volvería el quince de agosto —aseguró ella como si aquello fuera alguna explicación.Y no lo era.
—¿Y qué? Llámalos y dí que has cambiado de planes, que vuelves esta noche.
Pero ella sólo sacudió la cabeza.
—No puedo.
Pedro apretó la mandíbula.
—¿Por qué diablos no?
Paula retorció los dedos y lo miró. Sus ojos azul violeta parpadearon un instante.
—¡Deja de hacer eso!
—¿Hacer qué?
Paula parecía estupefacta.
—Llorar. No te atrevas a llorar.
Ella alzó la barbilla.
—Yo no lloro nunca. Al menos no por un trabajo.
Vaciló e inspiró con fuerza y sus senos se balancearon con morbidez. Pedro cerró los ojos. Entonces se dó la vuelta, se dirigió a la puerta y la abrió para que se fuera. Eliana, su directora de estudio, seguía sentada tras su mesa y él esperaba que su presencia animara a Paula a terminar la discusión.
—Sé que me he puesto en ridículo esta tarde —dijo Paula con voz suave pera firme—, pero cuando hablamos del trabajo Sonia y yo, le dije que estaba dispuesta a hacer todo lo que una asistente tuviera que hacer. Y, bueno, una de las cosas que ella me dijo que hacían era posar por las modelos mientras se medía la luz y el ángulo. Yo... no estaba pensando. Debería haber comprendido que no estabas sólo haciendo ajustes. Pero pensé que se esperaba de mí hacer eso. Y cuando me dijiste que si no lo hacía, podía volverme a mi casa.... Bueno, tampoco podía hacer aquello.
—¿Por qué no?
Ella lo miró como si estuviera loco.
—¡Porque no podía! No después de organizar el lío que he montado y...
No hay comentarios:
Publicar un comentario