viernes, 2 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 6

Tras  la  puerta  podía  escuchar  a  las  otras  chicas  mientras  se  vestían.  Se  reían  y  charlaban, y abrían y cerraban a portazos.

—¡Adiós, Pedro!

—¡Hasta pronto!

—Te quiero, Pedro.

Con un coro de animadas despedidas, fueron saliendo hasta que sólo quedó el silencio.Y Pedro Alfonso. Era  el  momento  de  la  verdad.  Y  sólo  tenía  dos  opciones:  podía  escabullirse  fuera  y  no  volver  a  dar  la  cara  nunca  para  tomar  el  siguiente  avión  a  Iowa  o  podía  enfrentarse  al  hombre  del  otro  lado  de  la  puerta,  prometer  que  sería  una  buena  ayudante y vivir el resto del verano en Nueva York. Puesto así, no le quedaba elección. Paula quería  aquel  verano.  Necesitaba  aquel  verano.  Había  trastocado  tanto  la  vida de David como la suya propia por aquel verano. Era un viaje espiritual, le había dicho.David  no  lo  había entendido  y  quizá  ella  no  debería  haber  esperado  que  lo  hiciera. Pero si realmente creía en lo que le había contado, no podía volver a casa.

—Todavía no.

Inspiró entonces con fuerza, cruzó los dedos y abrió la puerta.

—Te  he  conseguido  una  reserva  de  avión  —anunció  él  con  brusquedad  en  cuanto  asomó  por  la  puerta  del  estudio—.  Sales  a  las  seis  y  llegas  a  Chicago  a  las  nueve. Allí tienes que esperar una hora y tomar el último vuelo para Dubuque a las once y cuarto. Puedes llamar a alguien para que vaya buscarte.

Pedro le dirigió una rápida mirada antes de concentrarse en la pila de basura que había acumulado en su mesa durante doce años. De repente le pareció imperativo ordenarlo. Cuando ella  no replicó,  alzó  la  vista  de  nuevo  con  cuidado  de  clavarla  en  su  cara. Por desgracia, allí era donde estaban sus labios. Maldición. Ella lo estaba mirando con gesto de preocupación.

—Lo  pagaré  yo   —anunció   con   impaciencia   al   pensar   que   debía   estar   preocupada por el precio.

—No es... no es eso. Es que... no puedo irme a casa.

—¿Qué? —Pedro frunció el ceño—. ¿Qué quieres decir con que no puedes irte a casa? ¡Por supuesto que puedes!

Pero Paula Chaves sólo sacudió la cabeza con énfasis.

—No, no puedo. Al menos hasta el quince de agosto.

—¿Es que te han expulsado de Iowa hasta el quince de agosto?

—He  dicho  que  volvería  el  quince  de  agosto  —aseguró  ella  como  si  aquello  fuera alguna explicación.Y no lo era.

—¿Y qué? Llámalos y dí que has cambiado de planes, que vuelves esta noche.

Pero ella sólo sacudió la cabeza.

—No puedo.

Pedro apretó la mandíbula.

—¿Por qué diablos no?

Paula retorció  los  dedos  y  lo  miró.  Sus  ojos  azul  violeta  parpadearon  un instante.

—¡Deja de hacer eso!

—¿Hacer qué?

Paula parecía estupefacta.

—Llorar. No te atrevas a llorar.

Ella alzó la barbilla.

—Yo no lloro nunca. Al menos no por un trabajo.

Vaciló e inspiró con fuerza y sus senos se balancearon con morbidez. Pedro cerró los ojos. Entonces se dó  la vuelta, se dirigió a la puerta y la abrió para que se fuera. Eliana, su directora de estudio, seguía sentada tras su mesa y él esperaba que su presencia animara a Paula a terminar la discusión.

—Sé que  me  he  puesto  en  ridículo  esta  tarde  —dijo  Paula con  voz  suave  pera  firme—, pero cuando hablamos del trabajo Sonia y yo, le dije que estaba dispuesta a hacer todo lo que una asistente tuviera que hacer. Y, bueno, una de las cosas que ella me  dijo  que  hacían  era  posar  por  las  modelos  mientras  se  medía  la  luz  y  el  ángulo.  Yo... no estaba pensando. Debería haber comprendido que no estabas sólo haciendo ajustes. Pero pensé que se esperaba de mí hacer eso. Y cuando me dijiste que si no lo hacía, podía volverme a mi casa.... Bueno, tampoco podía hacer aquello.

—¿Por qué no?

 Ella lo miró como si estuviera loco.

—¡Porque no podía! No después de organizar el lío que he montado y...

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