Pedro lanzó un bufido. ¿Y cómo lo sabía? ¿Es que también lo había besado?Pero no se lo preguntó. Se pasó el resto de la mañana despotricando y metiéndole prisa aunque Paula ya trabajaba todo lo aprisa que podía.Deseaba darle una patada al estúpido de David y decirle que moviera el trasero para ir a Nueva York y vigilara a su prometida él mismo. ¡Aquélla no era su obligación, eso estaba claro! Pero de alguna manera, no dejaba de hacerlo. Necesitaba unas vacaciones. Con desesperación.No había tomado vacaciones en años. De hecho ya ni recordaba la última vez que las había tenido. ¿Y si lo hacía ahora?Eso le ahorraría muchos problemas. Por una parte le mantendría apartado de Paula y por otra evitaría que ella se metiera en la boca del lobo. Si él se iba, podría dejarle su propio apartamento las dos últimas semanas.Y cuando volviera, ella se habría ido para siempre.¿Cómo no se le había ocurrido antes?
—Olvídate del lobo —dijo Pedro con brusquedad a la mañana siguiente—. Puedes mudarte a mi casa.
A Paula casi se le cayó el reflector que tenía entre las manos.
—¿Qué?
—Ya me has oído. Y no me mires como si acabara de hacerte una proposición indecente. No estaré allí. Me voy de vacaciones.
—¿Vacaciones?
¿Y por qué no lo había dicho antes? Paula miró a Cecilia que se acercó en ese momento por detrás de él. Parecía igualmente asombrada. Pedro parecía impaciente.
—¿Ya sabes lo que son unas vacaciones?
Descanso, respiro, relajación. Estar dos semanas echado en una hamaca y disfrutar de no hacer nada. Pero Paula seguía dudosa.
—¿Ahora?
—Ahora —Pedro era firme—. Este sábado. Durante dos semanas.
—¿Y adonde vas? —preguntó Cecilia.
—A la montaña.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Cecilia en cuanto Pedro se fue.
Paula sacudió la cabeza.
—No lo sé. No había dicho nada de unas vacaciones hasta ahora.
—No sabía ni que conociera la palabra —Cecilia batió los párpados—. Aunque no es mala idea. Ha estado muy tenso últimamente.
—Echará de menos a Aldana —dijo Paula.
No supo por qué, pero sintió un vacío al decirlo.
—Puede ser. Estaban muy enrollados antes de que ella se fuera. Y ella creo que está por el oeste. Me pregunto si Pedro irá para allá.
Se iba a Montana, le explicó a Paula más tarde. Ya había hecho reservas para el sábado después de comer.Ella podría mudarse allí por la mañana y le daría las instrucciones de dónde dormiría y de lo que tenía que encargarse.
—Puedes regar las plantas, recoger el correo y el periódico de la mañana.
Todo estaba limpiamente planeado. Ni siquiera le había preguntado si quería cambiar de planes. Lo daba por supuesto.Todo lo que Paula consiguió decir fue:
—Pero si te vas a ir, no hace falta que me quede yo. ¿Para quién estaría trabajando?
—Para mí. Necesito que alguien cuide de mi casa. Y así te pasarás el resto del verano haciendo turismo como planeabas. A menos que pretendas dejarme tirado.
—No, no. Por supuesto que no. Me quedaré.
Y eso fue lo que hizo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario