viernes, 2 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 9

Era  a  la  gente  a  quien  él  quería  fotografiar.  Trabajar  para  Carlos Volano  le había  parecido  una  oportunidad  fantástica  para  aprender  de  uno  de  los  mejores  fotógrafos  del  mundo  de  gente  famosa.  Después  podría  despegar  de  allí  usando  lo  que hubiera aprendido y fotografiar lo que quisiera. Aquél había sido su plan, al menos. Pero la vida tenía una forma peculiar de trastocar los planes mejor concebidos. El  trabajo  del  verano  se  había  prolongado  al  otoño  y  después  de  eso...  Bueno,  las  cosas habían cambiado y Pedro ya no había vuelto.No  es  que  Sonia no  valorara  su  éxito  como  uno  de  los  mejores  fotógrafos  de  moda,  pero  nunca  dudaba  en  preguntarle  qué  había  pasado  con  su  sueño  de  fotografiar a  gente  de  todos  los  extractos  sociales.  Y  tampoco  vacilaba  en  decirle  lo  estupendo  que  sería  que  encontrara  a  una  chica  encantadora,  se  casara  con  ella  y  volviera a Iowa a fotografiar a granjeros y reinas de belleza.O quizá, sólo por esa vez, sí había vacilado.

—No estoy interesado —dijo Pedro por si acaso.

—¿Interesado?  Ah,  ¿Quieres  decir  en  Paula?  —Sonia se  rió  con  tensión—.  Por  supuesto que no. Y Paula tampoco está interesada en tí. Va a casarse en septiembre.

¿Casarse? ¿Paula? Pedro se  quedó  un  poco  jadeante,  como  si  alguien  le  hubiera  dado  un  puñetazo.  Eso le asombró. ¿Por qué debería importarle a él?No le importaba.Era  sólo  que  su  mente  había  evocado  la  imagen  de  una  Paula muy  sonrojada,  desnuda y trémula que no parecía la prometida de nadie.

—¿Y quién es el idiota que la ha dejado suelta en Nueva York?

—Si  estás  preguntando  con  quién  está  prometida,  es  con  David  Shelton.  Es  un  joven  muy  agradable.  ¿Te  acuerdas  de  Ernesto y  Lidia Shelton?  ¿De  la  granja  del  norte del pueblo? David es su hijo.

Pedro recordaba vagamente el nombre.

—Había una Jimena Shelton en mi clase.

—Es  la  hermana  mayor  de  David.  Se  casó  y  se  fue  a  vivir  a  Dubuque,  pero  se  separó  hace  tres  años  y  volvió  aquí  con  los  niños.  Hasta  hace  un  par  de  meses  ha  estado viviendo en una casa móvil en la granja, que era donde David y Paula iban a vivir. Ésa es la razón por la que no se han casado hace tres años.

—¿Llevan prometidos tres años?

—No, creo que ocho.

—¿Ocho?

—Pero estoy hablando sin saber, así que no debería estar cotilleando. Te dejaré ya, cariño. Sólo mantenme informada. Y si quieres saber algo más acerca de Paula y de David, estoy segura de que a ella le encantará contártelo. Sólo pregúntale.

¡Que le ahorcaran si pensaba preguntarle nada!

Paula imaginaba que debería sentirse culpable. Sabía  que  Pedro Alfonso no  quería  que  trabajara  para  él,  pero  ella  había  organizado tal revuelo para irse de casa que ya no podía volver y decirle a David que había cambiado de idea. Su prometido querría saber por qué. Y  como  ella  era  incapaz  de  mentir,  tendría  que  contarle  su  equivocación  y  el  ridículo en que se había puesto.Y eso no pensaba hacerlo de ninguna manera. Así que se quedaba.Horas más tarde, en la habitación del hotel donde Pedro la había empaquetado sin ceremonia,  apretó  la  cara  contra  el  cristal  de  la  ventana  intentando  ver  el  Empire  State.En ese momento sonó el teléfono. Sabía que sería David. Lo había llamado en cuanto había llegado a la habitación olvidándose  de  la  diferencia  horaria  y  de  que  estaría  ordeñando  durante  al  menos  una hora más.  Le había dejado un mensaje con el número de teléfono pidiendo que la llamara.

—¡Hola! ¿Estás ya satisfecha?

Paula casi sonrió.

—No del todo. ¿Cómo estás tú?

Estaba bien, por supuesto. Si lo acababa de dejar sólo dieciséis horas antes. Pero su  novio  le  contó  lo  que  había  hecho  ese  día,  cómo  estaba  el  tiempo,  las  vacas  y  la  cena que acababa de tomar en casa de sus padres.

—Mamá  me  invitó  a  cenar.  Creo  que  quería  comprobar  si  aparecía  solo  y  si  realmente te habías ido. No puede creer que estés haciendo esto.

La mayoría de la gente del pueblo no podía.Los doscientos cincuenta habitantes de Collierville no sentían ninguna gana de pasar un verano en Nueva York. Todos pensaban que se había vuelto loca. Y Paula había dejado de intentar explicarles nada, excepto a David. Necesitaba que él la entendiera y había pensado que lo haría. Ellos dos habían crecido  juntos,  habían  jugado  desde  niños,  habían  ido  a  la  misma  escuela  y  habían  empezado a salir en serio cuando los demás sólo jugueteaban. Había  supuesto  siempre  que  estaban  destinados  el  uno  para  el  otro.  Desde luego, no había nada de David que ella no supiera. Y nada que él no supiera de ella, excepto que había bailado desnuda esa tarde.

—¿Estás contenta?

—Hasta ahora sí.

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