miércoles, 14 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 26

A ella no le importaba. Ni un poco. Pedro era un hombre de sangre caliente y sano. Lo normal era que saliera con alguien. Sólo que desearía que no hablara de ello, y de ella, todo el tiempo. Pero lo hacía. Cada día. Todo el día. Adlana  era  una  bailarina  tan  estupenda.  Aldana  era  tan  inteligente.  Sabía  cómo hacer a un hombre feliz. Paula deseaba  taparse los oídos para  no  seguir   oyendo   aquel  nombre. Francamente, pensó Paula. Pedro debía tener el nombre de Aldana tatuado en el cerebro.¡Desde luego, ella aparecía tatuada por todas las superficies de Nueva York! En  vallas, revistas,  en  el  metro,  a  cualquier   sitio   adonde  mirara,   una  bidimensional Aldana le lanzaba su sexual labio inferior.Entonces, de repente, una tarde, la tridimensional entró en la oficina.

—¿Qué está haciendo ella aquí? —preguntó Paula antes de poder contenerse.

—Ha venido a una sesión —dijo Cecilia—. La apuntaste hace dos semanas.

—¡Ah!

Paula se sonrojó un poco. Cuando había apuntado a Aldana no tenía ni idea de quién era, pero las cosas habían cambiado mucho. Aldana era devastadoramente bella en las fotos a pesar de su petulante puchero sensual.  Pero  en  persona  era  aún  más  ella.  Entre  otras  cosas  porque  no  ponía  aquel  gesto con los labios.De  hecho  se  estaba  riendo  cuando  llegó  a  la  zona  de  recepción  con  otras  dos  modelos. Las otras agitaron la mano hacia Pedro en señal de saludo. Pero era evidente que Aldana quería algo más que un saludo. Se fue directamente hacia él, lo abrazó y lo besó en la boca. Paula se  quedó  con  la  boca  abierta.  Entonces  miró  estupefacta  cómo  Pedro le  devolvía el beso. ¡Qué poco profesional!  Lo miró con indignación. Él  lo  notó  y  esbozó  una  sonrisa  de  satisfacción.  Entonces,  como  si  quisiera  restregárselo por las narices, le dió otro beso y dijo:

—Hola, corazón. ¿Cómo está mi chica?

—Contenta  de  verte  —ronroneó  Aldana—.  Pero  voy  un  poco  retrasada.  He  quedado con Walter para tomar unas copas.

Paula esperaba  que  Pedro le  dijera  que  Walter  tendría  que  esperar,  que  él  no  se  apresuraba  por  nadie.  Eso  era  lo  que  le  había  oído  decir  muy  a  menudo.  Pero  sólo  asintió y dijo:

—Entonces vamos con ello —le ladró a Paula—. ¡A trabajar!

Paula se quedó con la boca abierta.

—¿Yo?

¡Como si fuera ella la que hubiera retrasado las cosas! ¡Cómo si no llevara todo el día con la lengua fuera!Ahogó un grito de rabia y esbozó una obsequiosa sonrisa a su jefe.

—Sí, jefe. Claro jefe. Tres bolsas llenas, jefe.

Pero frunció el ceño.

—¿Qué?

Pero al instante ya se había dado la vuelta con el brazo alrededor de la cintura de Aldana. Paula lo miró con furia.¿Cómo  podía  ser  tan  inmaduro?  ¿Cómo  parecería  si  ella  abrazara  y  besara  a  David en mitad de la oficina de La Gaceta de Collierville?

—No significa nada —dijo Cecilia a su lado.

Paula se encogió de hombros.

—A mí me da igual.

Pero  cuando  Pedro cerró  temprano  el  estudio  diciendo  que  tenía  otra  cita,  Paula se sintió enojada. Pedro se encogió de hombros ante su evidente irritación.

—Así tendrás más tiempo para hacer turismo. O para llamar a David.

Paula consiguió esbozar su sonrisa más radiante.

—¡Qué buena idea! Eso es lo que haré.

Pero  David  no  estaba  en  casa.  Estaría  en  el  campo  recogiendo  el  heno  mientras  hubiera sol. Y después tendría que ordeñar.

—Bien —murmuró Paula.

Lo   llamaría   más   tarde.   Pero   tenía   que   hacer   algo   en   ese   momento.   El departamento  era  demasiado  pequeño  para  contener  su  inquietud,  así  que  salió  otra  vez para dar un paseo por el barrio. Rafael abrió la puerta de su departamento justo cuando pasaba por delante.

—¡Hola! ¿Qué tal?

—No  gran  cosa.  Sólo  que  hemos  salido  un  poco  más  pronto  hoy  y  he  pensado  dar un paseo.

—¿Quieres compañía?

—¡Claro! ¿Por qué no?

Rafael era tan relajante y pacífico como Pedro era todo lo contrario. Era  una  pena,  pensó  cuando  regresaban  al  edificio  de  ladrillo  más  tarde,  que  fuera  un  hombre  que  arriesgara  su  vida  en  catástrofes  de  todo  tipo.  De  ninguna  manera ella podría involucrarse con un hombre que viviera así. Ya tenía bastante con un fotógrafo por el que a todas las mujeres se les hacía la boca agua.

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