A ella no le importaba. Ni un poco. Pedro era un hombre de sangre caliente y sano. Lo normal era que saliera con alguien. Sólo que desearía que no hablara de ello, y de ella, todo el tiempo. Pero lo hacía. Cada día. Todo el día. Adlana era una bailarina tan estupenda. Aldana era tan inteligente. Sabía cómo hacer a un hombre feliz. Paula deseaba taparse los oídos para no seguir oyendo aquel nombre. Francamente, pensó Paula. Pedro debía tener el nombre de Aldana tatuado en el cerebro.¡Desde luego, ella aparecía tatuada por todas las superficies de Nueva York! En vallas, revistas, en el metro, a cualquier sitio adonde mirara, una bidimensional Aldana le lanzaba su sexual labio inferior.Entonces, de repente, una tarde, la tridimensional entró en la oficina.
—¿Qué está haciendo ella aquí? —preguntó Paula antes de poder contenerse.
—Ha venido a una sesión —dijo Cecilia—. La apuntaste hace dos semanas.
—¡Ah!
Paula se sonrojó un poco. Cuando había apuntado a Aldana no tenía ni idea de quién era, pero las cosas habían cambiado mucho. Aldana era devastadoramente bella en las fotos a pesar de su petulante puchero sensual. Pero en persona era aún más ella. Entre otras cosas porque no ponía aquel gesto con los labios.De hecho se estaba riendo cuando llegó a la zona de recepción con otras dos modelos. Las otras agitaron la mano hacia Pedro en señal de saludo. Pero era evidente que Aldana quería algo más que un saludo. Se fue directamente hacia él, lo abrazó y lo besó en la boca. Paula se quedó con la boca abierta. Entonces miró estupefacta cómo Pedro le devolvía el beso. ¡Qué poco profesional! Lo miró con indignación. Él lo notó y esbozó una sonrisa de satisfacción. Entonces, como si quisiera restregárselo por las narices, le dió otro beso y dijo:
—Hola, corazón. ¿Cómo está mi chica?
—Contenta de verte —ronroneó Aldana—. Pero voy un poco retrasada. He quedado con Walter para tomar unas copas.
Paula esperaba que Pedro le dijera que Walter tendría que esperar, que él no se apresuraba por nadie. Eso era lo que le había oído decir muy a menudo. Pero sólo asintió y dijo:
—Entonces vamos con ello —le ladró a Paula—. ¡A trabajar!
Paula se quedó con la boca abierta.
—¿Yo?
¡Como si fuera ella la que hubiera retrasado las cosas! ¡Cómo si no llevara todo el día con la lengua fuera!Ahogó un grito de rabia y esbozó una obsequiosa sonrisa a su jefe.
—Sí, jefe. Claro jefe. Tres bolsas llenas, jefe.
Pero frunció el ceño.
—¿Qué?
Pero al instante ya se había dado la vuelta con el brazo alrededor de la cintura de Aldana. Paula lo miró con furia.¿Cómo podía ser tan inmaduro? ¿Cómo parecería si ella abrazara y besara a David en mitad de la oficina de La Gaceta de Collierville?
—No significa nada —dijo Cecilia a su lado.
Paula se encogió de hombros.
—A mí me da igual.
Pero cuando Pedro cerró temprano el estudio diciendo que tenía otra cita, Paula se sintió enojada. Pedro se encogió de hombros ante su evidente irritación.
—Así tendrás más tiempo para hacer turismo. O para llamar a David.
Paula consiguió esbozar su sonrisa más radiante.
—¡Qué buena idea! Eso es lo que haré.
Pero David no estaba en casa. Estaría en el campo recogiendo el heno mientras hubiera sol. Y después tendría que ordeñar.
—Bien —murmuró Paula.
Lo llamaría más tarde. Pero tenía que hacer algo en ese momento. El departamento era demasiado pequeño para contener su inquietud, así que salió otra vez para dar un paseo por el barrio. Rafael abrió la puerta de su departamento justo cuando pasaba por delante.
—¡Hola! ¿Qué tal?
—No gran cosa. Sólo que hemos salido un poco más pronto hoy y he pensado dar un paseo.
—¿Quieres compañía?
—¡Claro! ¿Por qué no?
Rafael era tan relajante y pacífico como Pedro era todo lo contrario. Era una pena, pensó cuando regresaban al edificio de ladrillo más tarde, que fuera un hombre que arriesgara su vida en catástrofes de todo tipo. De ninguna manera ella podría involucrarse con un hombre que viviera así. Ya tenía bastante con un fotógrafo por el que a todas las mujeres se les hacía la boca agua.
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