—Estás buscándote problemas —había dicho David.
Pero Paula no estaba tan segura. Estaba buscando una prueba. Necesitaba ver cómo era el mundo tras las colinas onduladas y los riachuelos del norte de Iowa, donde se había criado. Collierville era maravilloso, pero quizá, como la hermana Carmen, estuviera eligiendo el camino más fácil.Quizá ella debería irse también.
—¡Desde luego, no quince años! —había exclamado David cuando le había contado cuánto tiempo había estado la hermana fuera.
—¡Por supuesto que no! Un par de meses. Eso es todo. ¿Qué te parece?
—Pienso que es una locura —había dicho David con su acostumbrada sinceridad—. ¿Qué hay ahí fuera que no haya aquí? Aparte de crimen, pobreza, suciedad y aire contaminado, quiero decir.
David sabía que eso en cierto grado también lo tenían en Iowa, pero sacaba los argumentos de toda la población que se sentía superior a los neoyorquinos. Pero al final la había apoyado y le había dicho a sus padres que sí Paula sentía que tenía que hacerlo, entonces debía hacerlo. Y a los padres de ella que no le importaba esperar para casarse. Al fin y al cabo ya habían esperado otras veces.
—Volveré en agosto —les había recordado ella a todos.
—Y me dejas a mí con todo el trabajo —se había quejado su madre.
Pero Paula sabía que, secretamente, su madre estaba encantada. Ella tenía mucho más interés que su hija en organizar una boda memorable.
—Me llevaré la agenda conmigo. Organizaré lo de las flores y el servicio de restaurante —prometió Paula—. Y mandaré las invitaciones desde allí.
Y se había llevado su agenda. Pero esa noche no estaba trabajando con la lista de flores ni de invitados. Esa noche estaba contemplando transfigurada el horizonte de Nueva York y de vez en cuando tenía que pellizcarse para saber que no estaba soñando. Iba a ser maravilloso. La experiencia. El trabajo. Haría un buen trabajo, a eso estaba decidida. A pesar del desastroso y humillante comienzo, salvaría el trabajo. Y volvería en paz a casa; habiendo visto las luces y la gran ciudad, estaría preparada para sentar la cabeza con David. Como la hermana Carmen conocería el gran mundo y volvería a casa. Cerró los ojos entonces y pensó en Iowa. Pensó en lo verde que era la hierba y lo azul del cielo. Pensó en David: fuerte, equilibrado y dependiente. Era todo lo que siempre había buscado en un hombre. Pero justo antes de quedarse dormida se encontró esperando que, cuando se acercara desnuda a él en su noche de boda, la mirara con la misma intensidad con que la había mirado Pedro Alfonso.
¡Era como si Sonia hubiera hecho un pacto con el Altísimo!Bueno, admitió Pedro, quizá lo hubiera hecho. Ella siempre estaba ayudando a los demás. Quizá fuera por eso por lo que todo lo relacionado con Paula estuviera saliendo a pies juntillas.Acababa de estar junto a la mesa de Edith diciéndole que si quería que Paula la sustituyera tendría que buscarle un sitio para quedarse cuando la puerta se había abierto y había aparecido Sierra, la estilista.
—¿Se queda? —Cecilia pareció encantada—. ¿La amiga de tu hermana? ¡Estás de broma!
—Ya me gustaría. No quiere irse.
Cecilia abrió mucho los ojos.
—¿Sólo te ha echado un vistazo y ya ha decidido que no puede vivir sin tí?
Cecilia trabajaba a menudo con Pedro y sabía cómo las mujeres se rendían a sus pies. Y también lo que a él lo irritaba eso.
—Está prometida.
Cecilia parpadeó con sorpresa.
—Podrías desbancarlo.
—¡No tengo el mínimo interés!
El tono de su voz hizo que la estilista diera un paso atrás. Entonces se encogió de nuevo de hombros.
—Tú nunca lo tienes, ¿Verdad?
—No —aseguró él con firmeza—. No lo tengo.
—Bueno, ¿Cuándo empieza a trabajar?
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