viernes, 16 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 32

Paula casi  escuchó  rechinar  los  dientes  de  Pedro,  que  la  tomó  por  el  codo  y  la  apremió a pasar por delante de Rafael sin darle tiempo más que a esbozar una sonrisa.

—Discúlpenos. Llegamos tarde.

—Pensé  que  habías  dicho  que  la  fiesta  no  empezaba  hasta  las  nueve  —dijo Paula  al entrar en el taxi.

Pedro lanzó un bufido y no se dignó a responder.Ninguno de los dos habló en el camino hasta el centro. Paula no sabía qué decir para  que  no  se  arrepintiera  de  haberla  invitado.  ¿Y  quién  sabía  lo  que  él estaría  pensando?  Miraba  decidido  por  la  ventanilla  sin  hablar  hasta  que  le  dijo  al  taxista  dónde debía pararse. No  sabía  lo  que  había  esperado,  pero  desde  luego  no  una  manzana  de  edificios  que  parecían  almacenes.  Pensó  que  Pedro se  habría  equivocado,  pero  él  sólo  pagó y la hizo salir.

Al  bajarse  del  taxi,  alguien  abrió  una  de  las  pesadas  puertas  del  edificio  que  tenían detrás. Era un hombre con vaqueros blancos y chillona camisa hawaiana.El recibidor estaba oscuro, iluminado sólo por dos bombillas desnudas. Bajo los pies, Paula sintió el crujido del asfalto. Muy práctico. Muy antiguo. Y no muy limpio.El  ascensor  crujió  y  se  bamboleó  al  elevarse.  Pudo  escuchar  una  débil  música a lo lejos antes de que el aparato se parara con un estremecimiento. Al abrirse las puertas, miró enfrente y se encontró con... Hawai.Por   supuesto   que   ella   nunca   había   estado   en   Hawai,   pero   había   visto   fotografías.  Reconocería  el  volcán  Cabeza  de  Diamante  en  cualquier  parte.  Y  era  el  Cabeza  de  Diamante  el  que  se  veía  a  lo  lejos  tras  una  banda  con  guitarra  eléctrica,  percusión,  guitarra  clásica  y  ukelele  tocando  unas  melodías  que  ella  reconocía  de  cuando su abuela les ponía discos de Don Ho.No era sólo el volcán, sin embargo. Era la arena. ¡Había tomado un ascensor de carga para subir a una playa! Se quedó con la boca abierta. Pedro sonrió.

—Vamos.

Paual inspiró  con  fuerza  y  lo  siguió.  Un  camarero,  vestido  sólo  con  unos  pantalones  de  flores  cortos,  le  ofreció  una  bebida.  Tenía  una  sombrilla  de  papel  de  colores y un palito de madera con la figura de un pájaro tropical.

—¿Qué es? —preguntó indecisa.

—Un mai-tai —sonrió él—. Una bebida divina para una dama divina.

Paula miró con preocupación a Pedro, que enarcó las cejas como si se preguntara cómo  iba  a  reaccionar,  retándola  a  que  se  comportara  como  la  chica  de  pueblo  que  era. ¿Y  qué  le  importaba  a  ella  que  él  no  la  aprobara?  Al  fin  y  al  cabo  no  era  su  prometido.No, le recordó su parte más juiciosa. Pero era el hombre que la había invitado y no quería hacer nada para avergonzarlo.Contaba  con  que  él  le  indicara  si  cometía  errores,  pero  la  expresión  de  su  cara  era impenetrable. Paula miró  a  su  alrededor.  Todo  el  mundo  parecía  estar  bebiendo  algo  o  chupando helados de unos colores increíbles.Pero dudaba que fueran tan inocentes como los que ella tomaba de pequeña con Dave al borde de la piscina. Sería mejor que se contentara con la bebida que a pesar de ser tan bonita, ya parecía suficientemente letal.Mientras la bebiera despacio, todo iría bien.

—Gracias —le dijo al camarero mientras alzaba la copa hasta los labios.

Era  fría,  afrutada  y  deliciosa.  Y  con  la  presión  de  la  gente  creciendo  a  cada  minuto, se sintió tentada de apurarla de un trago.

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