miércoles, 7 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 13

Pedro estaba acostumbrado a chicas del tipo de Andrea, a las que tenía que indicar cada  paso  del  camino.  Pero  Paula no  era  así.  En  cuanto  le  decía  lo  que  tenía  que  hacer lo hacía y la siguiente vez que necesitaba lo mismo, ella casi se anticipaba a sus deseos. Y sin decir una palabra. Sólo trabajaba. Pedro estaba alucinado.Y cuando terminaron y las modelos se hubieron ido, sólo entonces lo miró con una sonrisa radiante.

—¡Ha sido divertido!

—Sí —refunfuñó Pedro—. Toma —le pasó la cámara—. ¿Sabes cargarla?

Con gesto solemne y casi reverente, Paula la tomó de sus manos. Mientras él la observaba, cargó la película.

—Ese es otro de tus cometidos —le dijo.

Justo cuando Paula se la estaba devolviendo, entró Cecilia.

—He llamado a mi hermana. Paula puede venir esta tarde a las siete.

—Allí estaremos —anunció Pedro.

Las dos mujeres lo miraron asombradas y él frunció el ceño.

—Sonia querría  asegurarse  de  que  es  el  sitio  adecuado  para  ella.  No  me  miren  así. Es mi hermana. ¡Tampoco es que me pida tanto!

—Bien —asintió Cecilia con prudencia.

Paula le dirigió una innecesaria sonrisa radiante.

—Gracias.

—No me des las gracias. Vamos a trabajar.

Naturalmente, Paula pensó que el departamento de Karina  era maravilloso. Un día  en  compañía  de  aquella  chica  le  había  demostrado  sus  peores  temores:  lo  encontraba todo maravilloso.

—Es que es todo tan... tan vivo —había comentado en el taxi—. ¡Mira! —señaló a  un  hombre  con  chistera  en  una  esquina  tocando  un  enorme  piano—.  Adonde  quiera que mires, nunca sabes lo que puedes encontrar.

—Eso no quiere decir que sea necesariamente bueno —masculló Pedro.

Pero  a  Paula no  le  había  apagado  el  entusiasmo.  También  le  encantó  el  barrio  en  el  que  vivía  Karina.  Estaba  en  el  Uper  West  Side,  a  no  muchas  manzanas  de  su  propio  apartamento  en  Central  Park  West.  No  era  un  mal  vecindario,  concedió.  Aunque no exactamente Iowa.Sin embargo, se reservó el juicio hasta el punto de decir:

—Soy  yo  el  que  decidirá  si  está  bien.  Si  no  lo  está,  no  te  quedas  —dijo  justo  al  salir del taxi.

—¿Qué?

Paula lo miró alucinada.Él agarró sus maletas y señaló la casa de piedra marrón cuya dirección les había dado Cecilia.

—Ya me has oído.

La  hermana  de  Cecilia,  Karina,  era  normal.  Incluso  atractiva  con  el  tipo  de  una  modelo  y  el  pelo  castaño  y  largo.  Tenía  las  uñas  rojas,  no  negras  y  aparte  de  unos  discretos aros en las orejas, no tenía señales de anillados por el cuerpo.Y no era que Cecilia las tuviera, pero Pedro sospechaba que sus inclinaciones iban por aquella estética.Karina los condujo escaleras arriba.

—Yo vivo en el segundo piso. Llevamos de obras desde que me trasladé a vivir aquí esta primavera. El edificio era una ruina cuando yo compré mi casa. La escayola se caía a trozos, el papel pintado estaba pelado y los techos a pedazos. Pero ahora lo han dejado en los cimientos y se supone que los escayolistas llegarán a finales de esta semana.

El  departamento  daba  al  sur.  Era,  según  Karina,  como  una  cueva.  No  había  muebles  en  el  salón  aparte  de  la  televisión,  el  equipo  de  vídeo  y  un  futon  con  una  manta   india   muy   colorida   y   montones   de   cojines.   La   cocina   era   igualmente   espartana.

—La  cocina  es  de  gas  —le  explicó  Karina—.  Funciona.  El  agua  también.  La  nevera  está  conectada.  Hay  un  aplique  de  luz  ahí  en  el  techo.  En  cuanto  hayan  emplastecido  aquí,  llegarán  los  carpinteros  para  poner  los  armarios  de  la  cocina.  Puede  que  tengan  que  desconectar  las  cosas  brevemente,  pero,  en  conjunto,  no  creo  que tengas ningún problema.

Paula se fijó en todo sin hablar. Sin embargo, Pedro tenía cientos de preguntas.¿Estaban   aquellos   trabajadores   autorizados?   ¿Eran   responsables?   ¿Tenían   antecedentes policiales?

—Lo  siguiente  que  querrás  saber  son  sus  expedientes  del  colegio  —dijo  Paula irritada.

—Nunca se tiene demasiado cuidado.

—Estoy segura de que son de confianza —dijo Karina mientras los conducía al dormitorio que también necesitaba emplastecido.

Había  una  cama  tamaño  matrimonial  en  el  centro  de  la  habitación  y  parecía  demasiado  grande  para  una  persona  sola,  pensó  Pedro con  nerviosismo.  ¿La  convencería algún hombre para compartirla con él? ¿Iría su novio el granjero a pasar algún fin de semana con ella?¿Y a él que le importaba?

—Los  escayolistas  y  el  carpintero  han  trabajado  todos  en  el  departamento  de  abajo —prosiguió Karina—. Lo terminaron esta primavera y les quedó maravilloso. Le diré a Rafael  que te lo enseñe.

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