Pedro estaba acostumbrado a chicas del tipo de Andrea, a las que tenía que indicar cada paso del camino. Pero Paula no era así. En cuanto le decía lo que tenía que hacer lo hacía y la siguiente vez que necesitaba lo mismo, ella casi se anticipaba a sus deseos. Y sin decir una palabra. Sólo trabajaba. Pedro estaba alucinado.Y cuando terminaron y las modelos se hubieron ido, sólo entonces lo miró con una sonrisa radiante.
—¡Ha sido divertido!
—Sí —refunfuñó Pedro—. Toma —le pasó la cámara—. ¿Sabes cargarla?
Con gesto solemne y casi reverente, Paula la tomó de sus manos. Mientras él la observaba, cargó la película.
—Ese es otro de tus cometidos —le dijo.
Justo cuando Paula se la estaba devolviendo, entró Cecilia.
—He llamado a mi hermana. Paula puede venir esta tarde a las siete.
—Allí estaremos —anunció Pedro.
Las dos mujeres lo miraron asombradas y él frunció el ceño.
—Sonia querría asegurarse de que es el sitio adecuado para ella. No me miren así. Es mi hermana. ¡Tampoco es que me pida tanto!
—Bien —asintió Cecilia con prudencia.
Paula le dirigió una innecesaria sonrisa radiante.
—Gracias.
—No me des las gracias. Vamos a trabajar.
Naturalmente, Paula pensó que el departamento de Karina era maravilloso. Un día en compañía de aquella chica le había demostrado sus peores temores: lo encontraba todo maravilloso.
—Es que es todo tan... tan vivo —había comentado en el taxi—. ¡Mira! —señaló a un hombre con chistera en una esquina tocando un enorme piano—. Adonde quiera que mires, nunca sabes lo que puedes encontrar.
—Eso no quiere decir que sea necesariamente bueno —masculló Pedro.
Pero a Paula no le había apagado el entusiasmo. También le encantó el barrio en el que vivía Karina. Estaba en el Uper West Side, a no muchas manzanas de su propio apartamento en Central Park West. No era un mal vecindario, concedió. Aunque no exactamente Iowa.Sin embargo, se reservó el juicio hasta el punto de decir:
—Soy yo el que decidirá si está bien. Si no lo está, no te quedas —dijo justo al salir del taxi.
—¿Qué?
Paula lo miró alucinada.Él agarró sus maletas y señaló la casa de piedra marrón cuya dirección les había dado Cecilia.
—Ya me has oído.
La hermana de Cecilia, Karina, era normal. Incluso atractiva con el tipo de una modelo y el pelo castaño y largo. Tenía las uñas rojas, no negras y aparte de unos discretos aros en las orejas, no tenía señales de anillados por el cuerpo.Y no era que Cecilia las tuviera, pero Pedro sospechaba que sus inclinaciones iban por aquella estética.Karina los condujo escaleras arriba.
—Yo vivo en el segundo piso. Llevamos de obras desde que me trasladé a vivir aquí esta primavera. El edificio era una ruina cuando yo compré mi casa. La escayola se caía a trozos, el papel pintado estaba pelado y los techos a pedazos. Pero ahora lo han dejado en los cimientos y se supone que los escayolistas llegarán a finales de esta semana.
El departamento daba al sur. Era, según Karina, como una cueva. No había muebles en el salón aparte de la televisión, el equipo de vídeo y un futon con una manta india muy colorida y montones de cojines. La cocina era igualmente espartana.
—La cocina es de gas —le explicó Karina—. Funciona. El agua también. La nevera está conectada. Hay un aplique de luz ahí en el techo. En cuanto hayan emplastecido aquí, llegarán los carpinteros para poner los armarios de la cocina. Puede que tengan que desconectar las cosas brevemente, pero, en conjunto, no creo que tengas ningún problema.
Paula se fijó en todo sin hablar. Sin embargo, Pedro tenía cientos de preguntas.¿Estaban aquellos trabajadores autorizados? ¿Eran responsables? ¿Tenían antecedentes policiales?
—Lo siguiente que querrás saber son sus expedientes del colegio —dijo Paula irritada.
—Nunca se tiene demasiado cuidado.
—Estoy segura de que son de confianza —dijo Karina mientras los conducía al dormitorio que también necesitaba emplastecido.
Había una cama tamaño matrimonial en el centro de la habitación y parecía demasiado grande para una persona sola, pensó Pedro con nerviosismo. ¿La convencería algún hombre para compartirla con él? ¿Iría su novio el granjero a pasar algún fin de semana con ella?¿Y a él que le importaba?
—Los escayolistas y el carpintero han trabajado todos en el departamento de abajo —prosiguió Karina—. Lo terminaron esta primavera y les quedó maravilloso. Le diré a Rafael que te lo enseñe.
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