—Pero ya veo que te has traído consuelo contigo —la mujer miró a Paula de arriba abajo con una sonrisa—. ¿Y quién es esta chica tan guapa, querido?
—Mi asistente —gruño Pedro—. Paula Chaves, Estefanía Kremmerer.
¿Aquélla era Estefanía? ¿Su anfitriona? ¿La agente de Pedro?
—¿Tu asistente? Estás de broma, ¿Verdad? He visto a tus chicas, Pedro. Esta no tiene nada que ver con ellas.
—Sin embargo lo es.
—Eso es exactamente lo que soy, señorita Kremmerer —dijo Paula ofreciendo la mano a su anfitriona—. He oído hablar mucho de usted. Gracias por dejarle a Pedro que me invitara.
Estefanía agitó una mano con desdén.
—Pedro siempre hace lo que quiere —dijo tomando la mano de Paula un instante—. Me alegro de tenerte aquí, querida —entonces se volvió hacia Pedro—. Tienes que hablar con Palinkov. Que te conozca. Demuéstrale que no le guardas rencor. Vamos. Está bajo esa palmera.
Empezó a arrastrarlo.
—Paula...
Estefanía detuvo a un fornido muchacho que pasaba con la otra mano.
—Pablo cuidará a Paula perfectamente. ¿Verdad, Pablo?
Pablo, un californiano de pelo rubio por el sol y ojos azules, esbozó una lenta sonrisa.
—Apuéstate los calcetines a que sí.
Pedro pareció dudoso.
Paula no quería que se sintiera como su niñera. Después de todo, para él aquella fiesta era de trabajo y ya había sido bastante amable en invitarla. Así que esbozó una radiante sonrisa y agitó la mano.
—Diviértete.
Pedro frunció el ceño.
—Diviértete tú también —murmuró mientras empezaba a seguir a Estefanía .
—¿Quieres mover el esqueleto? —preguntó Pablo.
—¿Mover el esqueleto? ¡Qué divertido!
Ella era una mujer adulta.No era su trabajo vigilarla y asegurarse de que no se sintiera fuera de lugar. ¡Maldición, si lo que quería era que se sintiera fuera de lugar!Quería que volviera a Iowa. Entonces, ¿Por qué estaba doblando el cuello en busca de un vestido rojo prestando sólo atención a medias a una conversación importante? Se portó con toda cortesía con Palinkov, besó la mano de su mujer como el caballero cosmopolita que quería aparentar y le aseguró que estaba deseando ver lo que hacía Franco MacCauley con su siguiente colección. Entonces se disculpó y se fue a buscar a Paula.No había rastro de ella por ninguna parte.Había oído al tal Pablo invitarla a bailar, pero tampoco estaba en la pista.
—¡Pedro! ¡Estaba pensando llamarte!
Era Santiago, uno de los representantes de una agencia al que no había visto desde hacía tiempo.
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