viernes, 23 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 48

Se  echó  en  la  cama  y  agarró  uno  de  los  almohadones  de  plumas  de  Pedro entre  sus  brazos.  Lo  apretó  contra  su  pecho  y  enterró  la  cara  contra  su  suavidad  para  aspirar como si ya fuera mañana, como si fuera David al que tenía en brazos. Pero no era David. Todavía no.Esa noche todavía estaba en Nueva York y sabía que recordaría aquel momento para  siempre.  Aquella  habitación.  Aquella  cama.  Aquella  almohada.  Supo  que  lo  atesoraría en su memoria para el resto de su vida. El olor de la ciudad. El olor del suave algodón. El indefinible aroma de Pedro.El timbre del teléfono la sobresaltó. Paula dió  un  respingo  y  por  un  momento  no  supo  dónde  estaba.  Se  había  quedado  dormida  en  la  cama  de  Pedro.  Con  torpeza  se  incorporó  y  miró  el  reloj.  Era  tarde. Más de las once.

—¿Hola? —saludó al descolgar.

—¿Te he despertado?

—¡Pedro! —no  pudo  contener  el  tono  de  placer  de  su  voz.  ¡Había  llamado  para  despedirse!—. ¿Cómo estás? ¿Te lo has pasado bien? ¿Qué has hecho?

—Romperme la pierna.

—¿Qué? —pensó  que  no  había  oído  bien—.  ¿Cuándo?  ¿Cómo  ha sido?  ¿Estás  bien?

—Sobreviviré. Sólo necesito que me hagas un favor.

—Lo que quieras.

Saltó de la cama, arrellanó la almohada y estiró la colcha como si él pudiera ver dónde estaba.

—Llama al teléfono que voy a darte para que me envíen un coche al aeropuerto. Llegaré a las dos de la tarde. Tomaría un taxi, pero será más fácil de esta manera.

Le dictó un número que Paula anotó con rapidez.

—Llamaré ahora mismo, pero...

—Gracias. 

Y  colgó  antes  de  dejarle  decir  una  palabra  más.  Paula se  quedó  mirando al aparato aturdida. ¡Y ella que había esperado que llamara para despedirse! Bueno, pues no iba a ser una despedida. Todavía no si él estaba lesionado. Sintió  que  aquella  débil  melancolía  que  la  había  atenazado  todo  el  día  se  evaporaba ligeramente. Descolgó el teléfono y llamó a su casa.

—No llegaré mañana —dijo sin preámbulos.

David no se puso nada contento. Su madre menos. Había que elegir las flores y el menú y la esperaban doscientas invitaciones para mandar.

—Ya lo haré más adelante.

 Y  cuando  colgó,  se  sintió  infinitamente  más  liviana.  El  pobre  Pedro se  había  roto  la pierna.

—¿Qué diablos estás tú haciendo aquí?

Pedro miró a Paula alucinado.Había tenido un vuelo espantoso. El tobillo, escayolado para dos semanas más, estaba todavía dolorido e inflamado después de siete días de la operación y tres días después de que le dieran el alta en el hospital.Podría  haber  vuelto  a  Nueva  York  entonces,  pero  había  aguantado  y  había  pagado un servicio de habitaciones en espera de que Paula hubiera partido ya.Y ahora, que lo ahorcaran si no lo estaba esperando a la salida del avión.Ella  pareció  un  poco  perturbada  al  verlo  antes  de  lanzarse  hacia  adelante  con  una sonrisa de ánimo en la cara.

—¡Oh, Pedro!

Pero  él  no  se  sentía  animado.  Se  mantuvo  rígido.  Si  arrojaba  sus  brazos  alrededor  de  él  no  sabía  lo  que  haría.  Un  hombre  tenía  una  capacidad  de  aguante  limitada  y  Pedro casi había  gastado  la  mayor  parte  de  la  suya.  Se  sentía  abatido  y  deprimido  y  no  quería  comportarse  como  un  adulto.  ¡Y,  desde  luego,  no  quería  a  Paula allí!

No hay comentarios:

Publicar un comentario