Paula disfrutó de una agradable cena con Rafael. Era divertido, inteligente y encantador. Y no suponía ninguna amenaza en su compromiso con David.Y no era que no le gustaran las mujeres. Era evidente que sí, pero no deseaba más las ataduras que Pedro. Eso se lo había dejado muy claro mientras fregaba después de la cena. Paula hizo un comentario acerca de lo encantador que era un hombre que fregaba los platos y le preguntó cómo no lo había cazado alguna mujer afortunada.
—Porque no me dejo cazar —contestó él con bastante firmeza—. No me interesa el matrimonio.
Paula sintió que era algo íntimo y aunque le hubiera gustado saber la causa, no hizo más preguntas de las que le haría a Pedro. De cualquier manera, ninguno de ellos era asunto suyo.Pero preguntarse los motivos que tendría Rafael no la mantenía despierta por las noches.Y Pedro sí.Y pensar en con quién estaría saliendo la irritaba y le hacía dar incontables vueltas en la cama por las noches.
Pedro tenía claramente prisa por irse del estudio el lunes por la tarde.
—Tengo una cita para cenar —les dijo con impaciencia.
—¿Una cita ardiente? —preguntó Cecilia con una sonrisa.
—Sí, una cita ardiente —susurró Pedro con voz aterciopelada.
Entonces dirigió una mirada de soslayo hacia Paula para ver su reacción.Pero ella no mostró ninguna y aparentó no enterarse. Llevaba todo el día intentando no fijarse en Pedro y negándose a recordar su beso.
—¿Alguien que conozcamos? —preguntó Cecilia al bajar en el ascensor.
La boca de Pedro se curvó en una sexy sonrisa.
—Aldana.
—¿Aldana? —Cecilia frunció el ceño al abrirse las puertas del ascensor—. ¡Te comerá vivo!
La sonrisa de Pedro se ensanchó.
—Y disfrutaré de cada minuto mientras lo haga.
Entonces con un asentimiento de satisfacción consigo mismo, sujetó la puerta principal para que salieran sus dos colaboradoras, las despidió y paró un taxi.
Al verlo alejarse, Paula sintió una extraña vaciedad.
—¿Quién es Aldana?
Cecilia señaló el cartel sobre el edificio al final de la manzana. Era una fotografía inmensa de la mujer más delgada, sensual y sensacional que hubiera visto nunca.
—Ésa.
—¡Ah! ¡Qué bien!
—Pero no durará.
Eso pensaba Paula. Él mismo había dicho que nunca salía dos veces con la misma mujer.Pero Aldana duró.Más de un día. Y más de una semana. Pedro aparecía cada mañana con los ojos rojos y bostezando mientras le preguntaba a Paula con ironía si había tenido una agradable charla con su novio.
—Sí. Tuvimos una conversación encantadora. David y yo...
Pero Pedro nunca la escuchaba. Siempre se daba la vuelta y empezaba a ladrar órdenes y a moverse a toda velocidad obligándola a seguirle el ritmo. Dos veces de esa semana se fueron a Central Park a hacer exteriores. Tres cámaras, incontables focos y reflectores además de las baterías. Y cinco modelos con el pelo más salvaje que la jungla.
—Es todo un reto —comentó Cecilia.
Paula también pensaba lo mismo. Y no sólo por el peso del equipo. Aquella semana había sido extraordinariamente húmeda para aquella época del año y el calor era agobiante. Pedro se quitó la camiseta para refrescarse y Paula se fijó en su bonito torso musculoso salpicado de vello.¡Y no es que a ella le afectara. ¡Ni siquiera lo había mirado dos veces! No, no le interesaba en absoluto el torso de ningún hombre salvo el de David.David.Cerró los ojos y tragó saliva.
—Cuando David y yo...
—¡Tráeme esa lente! ¡No te quedes ahí parada!
Paula lo miró furiosa. A él y a su torso. ¡Pero si llevaba todo el día con la lengua fuera de tanto trabajar! Se acercó a él y le plantó la lente en la mano con brusquedad.Y si le pisó los dedos, ella no tenía la culpa de que Pedro Alfonso tuviera los pies más grandes que el ego.No tenía nada que ver con que estuviera saliendo con Aldana.
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