A la mañana siguiente llamó a David. No sabía qué decirle. Se preguntó si debería esperar a volver para decírselo en persona y supo que no podía.Ya había esperado demasiado tiempo.No había más que contar que la verdad.
—No puedo seguir con ello —espetó en cuanto él descolgó.
—¿Qué?
Por supuesto, Daide no esperaba escucharla al romper el alba, pero Paula quiso pillarlo antes de que saliera para los campos. Además, se había pasado casi toda la noche despierta y preocupada mientras intentaba no escuchar los ruidos de Gibson, que se agitaba en la cama de al lado.
—La boda —intentó explicarle—. No puedo casarme contigo. ¿Sabes lo de... mi inquietud? Bueno, pues no ha desaparecido.
—¿Qué quieres decir? Dijiste... Estabas segura...
David no encontraba las palabras y no le extrañaba. Sabía que estaba trastornado a la vez que dolido. Y tenía todo el derecho. No podía culparlo. Sólo a sí misma.
—Es culpa mía —dijo ella—. No tiene nada que ver contigo. Sólo conmigo.
«Y lo que siento por Pedro» Pero eso no lo dijo. Sería una crueldad gratuita.
—¿Es eso de ojos que no ven corazón que no siente? —discutió David con ella—. ¡Es porque no estoy ahí o porque tú no estás aquí!
—No.
Pero David no estaba convencido.
—Éramos demasiado jóvenes cuando decidimos casarnos. Apenas unos niños.
—Estábamos enamorados.
—Sí, lo estábamos, pero ahora...
Paula no supo como terminar. David lo hizo por ella.
—Ahora tú no lo estás.
Notó el dolor en su voz y se sintió más rastrera que una serpiente. Y, sin embargo, sabía que volver y casarse con él sería una equivocación, aunque no amara a Pedro.¡No era porque fuera a casarse con él! Era que él le había enseñado la intensidad verdadera de lo que podía llegar a sentir y que debería sentir antes de comprometerse de por vida.
—Yo te quiero, David —protestó con debilidad Paula—. Pero no... —sintió que las lágrimas rodaban por sus mejillas—. ¡Oh, Dios, lo siento! No quería hacerte daño.
Él no dijo nada. Ni ella tenía derecho a esperar que la perdonara.
—Lo siento —susurró de nuevo.
—Podemos solucionarlo, Pau.
Pero ella no le dejó terminar.
—No —susurró—. No podemos.
Colgó y se tapó la cara con las manos odiándose por haberle hecho tanto daño.Suponía que a David no le serviría de mucho consuelo saber que al amar a Pedro sin ser correspondida ella también estaba sufriendo. No se quitó el anillo de compromiso.Ni le contó a Pedro lo que había hecho.Si le decía que había suspendido la boda querría saber por qué. O peor, lo adivinaría en el acto.Y podía imaginarse lo que pensaría entonces. La pobre y patética Paula ni siquiera podía amar al hombre que la amaba y era tan tonta como para enamorarse del hombre que nunca la correspondería. Sintió un involuntario estremecimiento. Quizá fuera una cobarde, pero había cosas que era mejor no decir por pura supervivencia.Así que intentó sonreír y comportarse como siempre lo había hecho. La responsable y colaboradora Paula. Sonriendo y hablando. Llevando y trayendo cosas.Y mientras lo hacía, acumularía los recuerdos porque sabía que en algún momento se tendría que ir y lo único que le quedaría serían los recuerdos.
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