Había tenido muchas oportunidades de retroceder, de dejar de sonreírle y coquetear con ella. Pero no lo hizo.Porque la deseaba. Y no le importaba ni el anillo que llevaba en el dedo ni el hombre al que volvería.Le sacó más fotos cuando salió en traje de baño. Ella le frunció el ceño, le puso muecas y le alzó los dedos. Pero Pedro siguió disparando y sonriendo.En cuanto estuvo dentro del jacuzzi, él se colgó la cámara del cuello y se acercó al borde. Desde allí tenía una vista maravillosa de sus senos sobresaliendo por encima de la espuma. Entonces Paula lo miró a los ojos y le puso una mueca. Su expresión se suavizó y entreabrió los labios.
Pedro lanzó un gemido, apartó la cámara a un lado y se inclinó hacia adelante para besarla. Fue como volver a casa. Cálida y bienvenida. Todo lo que un beso debería ser.Pero no lo suficiente. Pedro deseaba más.Enterró los dedos en su pelo, cálido y mojado antes de bajarlos hacia sus hombros para agarrarla con fuerza y atraerla hacia sí. Pero se resbaló de medio lado y perdió el equilibrio.
—¡Oh!
Se fue de cabeza primero y su cara se aplastó contra sus senos. Cuando sintió que ella lo sujetaba, casi protestó. Hubiera sido una muerte muy dulce.Pero la expresión de su cara y su nombre en sus labios cuando lo alzó fue aún mejor.
—¡Pedro! ¿Estás bien?
Él lanzó una carcajada y sacudió la cabeza salpicando agua por todas partes.
—Sí —contestó cuando dejó de toser.
—¿Tu escayola?
—No se ha mojado. Está bien. Yo estoy bien. Te... te deseo.
Ya se había acabado el jugar con ella y seducirla. Pedro la miró, la retó y esperó. Lentamente Paula asintió con la cabeza. ¿Cómo podría haber dicho que no?Lo que ella deseaba, por supuesto, era amarlo para siempre. Y lo que iba a conseguir era una noche. Una mujer más fuerte se hubiera negado.Ella aceptó la noche.Para el recuerdo, se dijo a sí misma, para los años venideros en que fuera vieja y estuviera sola.Para el momento también.«Te quiero», le dijo con los ojos. «Para siempre», le dijo con el corazón. «Eres perfecto», le dijo con las manos al deslizarías por su torso, la curva de su cuello y la línea de su mandíbula.
—¡Oh, Pedro! —susurró en alto.
—¿Vienes conmigo? —susurró él en contestación.
Ella asintió y salió del jacuzzi. Con mimo, Pedro la secó, primero ligeramente por los hombros, después por encima del traje de baño y por fin por las piernas. Y mientras la frotaba, su pelo mojado la rozaba y ella alargó una mano para acariciarlo. Pedro alzó la mirada con los ojos sombríos y densos de deseo. Le dio un beso en la palma de la mano. Paula se estremeció. Entonces él se estiró y ella le pasó un brazo alrededor de la cintura, no tanto para sostenerlo como para tocarlo y juntos avanzaron hacia la habitación. Ella miró a la cama revuelta y recordó la noche en que había dormido allí abrazada a su almohada. ¿Y ahora?Ahora él estaba ante ella, conteniendo el aliento, expectante. Pedro la miró, dejó las muletas a un lado y saltando sobre una pierna se sentó en el borde de la cama. Alzó la vista entonces y sonrió. Paula le devolvió la sonrisa y rozó su boca con un dedo. Los labios de Pedro se entreabrieron para besarle y chuparle la punta del dedo. Entonces alargó las manos bajo los tirantes de su bañador y lenta y deliberadamente se lo deslizó hacia abajo. Paula tembló bajo sus manos al recordar la última vez que había estado desnuda ante él.
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