miércoles, 28 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 54

Había  tenido  muchas  oportunidades  de  retroceder,  de  dejar  de  sonreírle  y  coquetear con ella. Pero no lo hizo.Porque  la  deseaba.  Y  no  le  importaba  ni  el  anillo  que  llevaba  en  el  dedo  ni  el  hombre al que volvería.Le sacó más fotos cuando salió en traje de baño. Ella le frunció el ceño, le puso muecas y le alzó los dedos. Pero Pedro siguió disparando y sonriendo.En cuanto estuvo dentro del jacuzzi, él se colgó la cámara del cuello y se acercó al  borde.  Desde  allí  tenía  una  vista  maravillosa  de  sus  senos  sobresaliendo  por  encima de la espuma. Entonces Paula lo miró a los ojos y le puso una mueca. Su expresión se suavizó y entreabrió los labios.

Pedro lanzó  un  gemido,  apartó  la  cámara  a  un  lado  y  se  inclinó  hacia  adelante  para besarla. Fue como volver a casa. Cálida y bienvenida. Todo lo que un beso debería ser.Pero no lo suficiente. Pedro deseaba más.Enterró  los  dedos  en  su  pelo,  cálido  y  mojado  antes  de  bajarlos  hacia  sus  hombros para agarrarla con fuerza y atraerla hacia sí. Pero se resbaló de medio lado y perdió el equilibrio.

—¡Oh!

Se  fue  de  cabeza  primero  y  su  cara  se  aplastó  contra  sus  senos.  Cuando  sintió  que ella lo sujetaba, casi protestó. Hubiera sido una muerte muy dulce.Pero la expresión de su cara y su nombre en sus labios cuando lo alzó fue aún mejor.

—¡Pedro! ¿Estás bien?

Él lanzó una carcajada y sacudió la cabeza salpicando agua por todas partes.

—Sí —contestó cuando dejó de toser.

—¿Tu escayola?

—No se ha mojado. Está bien. Yo estoy bien. Te... te deseo.

Ya se había acabado el jugar con ella y seducirla. Pedro la miró, la retó y esperó. Lentamente Paula asintió con la cabeza. ¿Cómo podría haber dicho que no?Lo que ella  deseaba,  por  supuesto,  era  amarlo  para  siempre.  Y lo que iba  a conseguir era una noche. Una mujer más fuerte se hubiera negado.Ella aceptó la noche.Para el recuerdo, se dijo a sí misma, para los años venideros en que fuera vieja y estuviera sola.Para el momento también.«Te  quiero»,  le  dijo  con  los  ojos.  «Para  siempre»,  le  dijo  con  el  corazón.  «Eres  perfecto», le dijo con las manos al deslizarías por su torso, la curva de su cuello y la línea de su mandíbula.

—¡Oh, Pedro! —susurró en alto.

—¿Vienes conmigo? —susurró él en contestación.

Ella asintió y salió del jacuzzi. Con mimo, Pedro la secó, primero ligeramente por los  hombros,  después  por  encima  del  traje  de  baño  y  por  fin  por  las  piernas.  Y  mientras la frotaba, su pelo mojado la rozaba y ella alargó una mano para acariciarlo. Pedro alzó  la  mirada  con  los  ojos  sombríos  y  densos  de  deseo.  Le  dio  un  beso  en  la  palma de la mano. Paula se estremeció. Entonces  él  se  estiró  y  ella  le  pasó  un  brazo  alrededor  de  la  cintura,  no  tanto  para sostenerlo como para tocarlo y juntos avanzaron hacia la habitación.  Ella  miró  a  la  cama  revuelta  y  recordó  la  noche  en  que  había  dormido  allí  abrazada a su almohada. ¿Y ahora?Ahora él estaba ante ella, conteniendo el aliento, expectante. Pedro la miró, dejó las muletas a un lado y saltando sobre una pierna se sentó en el borde de la cama. Alzó la vista entonces y sonrió. Paula le  devolvió  la  sonrisa  y  rozó  su  boca  con  un  dedo.  Los  labios  de  Pedro se  entreabrieron  para  besarle  y  chuparle  la  punta  del  dedo.  Entonces  alargó  las  manos  bajo los tirantes de su bañador y lenta y deliberadamente se lo deslizó hacia abajo. Paula tembló  bajo  sus  manos  al  recordar  la  última  vez  que  había  estado  desnuda ante él.

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