lunes, 19 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 36

Pedro le apartó la mano a Catalina con suavidad.

—No lo hiciste —dijo con amabilidad.

Ella parpadeó.

—Yo pensaba que...

—Ha  sido  muy  agradable  volverte  a  ver.  Ahora,  si  me  disculpas,  tengo  que  buscar a mi pareja...


Había perdido a Pedro hacía horas. O al menos eso le parecía. Después de que Horton le hubiera hecho bailar una de  aquellas  canciones  de  Fred  Astaire  y  Ginger  Rogers  que  le  hizo  enseñar  su  ropa  interior  a  la  mitad  de  la  fiesta,  se  había  sofocado  tanto  que  había  tenido  que  ir  al  lavabo a salpicarse agua fresca en la cara.Cuando había vuelto, por suerte Pablo se había ido, pero Pedro no aparecía a la vista por ninguna parte.Ni tampoco pensaba ella colgarse de él toda la noche. Bastante era que la hubiera invitado a tener una experiencia de la intensa vida social de Nueva York. Pero lo que  ella  quería  era  salir  de  la  experiencia.  Había  demasiada  gente  con  intenciones y planes de los que ella no sabía nada en absoluto. Lo primero que hizo fue alejarse de los bailarines lo más posible, se fue al bar y le pidió un refresco de soda con un poco de granadina al camarero.

—Claro, pequeña.

El hombre le dirigió una sonrisa y un guiño y un momento después el refresco.Paula le dió las gracias y se apoyó contra una pared para pasar inadvertida. No  era  fácil  con  aquel  vestido.  Incluso  aunque  la  fiesta  estaba  plagada  de  modelos con la evidente intención de exhibirse, algunos hombres se fijaron en ella. Hombres  que  no  conocía  ni  quería  conocer,  y  que  parecían  muy  ansiosos  por  charlar, acorralarla contra una esquina y jadearle al cuello. Hizo  lo  posible  por  hablar  poco  y  mantenerlos  a  distancia  y  cuando  les  quedó  claro que no era modelo, ni representante de publicidad o que trabajaba para alguna agencia importante, perdían el interés con mucha facilidad, excepto los que insistían en terminar la fiesta con ella en su casa.

—Gracias, pero no —dijo educada hasta el final.

Entonces  se  escabulló  bajo  el  brazo  del  último  y  se  dirigió  a  las  escaleras  de  la  azotea.Había  bastante  menos  gente  allí.  Hacía  calor,  el  ambiente  estaba  húmedo  y  la  vista nocturna de la ciudad cambiaba el ambiente por completo. Paula prefirió  aquello.  Inspiró  con  fuerza  y  se  acercó  al  borde  para  posar  su  refresco y poder respirar.

—¿Escondiéndote?

Paula se dió la vuelta para encontrarse con una mujer sonriente. Era una mujer baja y apenas tenía pómulos. Y llevaba un vestido hawaiano tan flojo que parecía una túnica. Desde luego no era una modelo.Su picara sonrisa se ensanchó.

—No  me  encasillas,  ¿Eh?  No  te  preocupes.  Yo  tampoco  pertenezco  a  este  mundo. Me llamo Isabel.

—¿Isabel? Entonces conoces a Cecilia. Yo soy Paula Chaves. Trabajo para Pedro Alfonso. Cecilia me peinó esta tarde.

Isabel asintió.

—Ya me habló de tí. Y de tu vestido. Muy bonito, debo decir —se fijó en el traje de Paula con aprobación—. Me dijo que te buscara, que podías necesitar refuerzos.

—Estoy como pez fuera del agua —admitió Paula.

—Yo también —dijo Isabel  animada—. Pero Franco tiene que acudir a estas fiestas de  vez  en  cuando.  Él  tampoco  está  exactamente  en  su  elemento,  pero  lo  sobrelleva.  Esta  noche  estaba  obligado.  Va  a  conocer  a  un  diseñador  que  le  acaba  de  dar  un  trabajo  muy  importante  —miró  hacia  las  escaleras—.  Ah,  ya  debe  haber  terminado.  Ahí viene.

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