Pedro le apartó la mano a Catalina con suavidad.
—No lo hiciste —dijo con amabilidad.
Ella parpadeó.
—Yo pensaba que...
—Ha sido muy agradable volverte a ver. Ahora, si me disculpas, tengo que buscar a mi pareja...
Había perdido a Pedro hacía horas. O al menos eso le parecía. Después de que Horton le hubiera hecho bailar una de aquellas canciones de Fred Astaire y Ginger Rogers que le hizo enseñar su ropa interior a la mitad de la fiesta, se había sofocado tanto que había tenido que ir al lavabo a salpicarse agua fresca en la cara.Cuando había vuelto, por suerte Pablo se había ido, pero Pedro no aparecía a la vista por ninguna parte.Ni tampoco pensaba ella colgarse de él toda la noche. Bastante era que la hubiera invitado a tener una experiencia de la intensa vida social de Nueva York. Pero lo que ella quería era salir de la experiencia. Había demasiada gente con intenciones y planes de los que ella no sabía nada en absoluto. Lo primero que hizo fue alejarse de los bailarines lo más posible, se fue al bar y le pidió un refresco de soda con un poco de granadina al camarero.
—Claro, pequeña.
El hombre le dirigió una sonrisa y un guiño y un momento después el refresco.Paula le dió las gracias y se apoyó contra una pared para pasar inadvertida. No era fácil con aquel vestido. Incluso aunque la fiesta estaba plagada de modelos con la evidente intención de exhibirse, algunos hombres se fijaron en ella. Hombres que no conocía ni quería conocer, y que parecían muy ansiosos por charlar, acorralarla contra una esquina y jadearle al cuello. Hizo lo posible por hablar poco y mantenerlos a distancia y cuando les quedó claro que no era modelo, ni representante de publicidad o que trabajaba para alguna agencia importante, perdían el interés con mucha facilidad, excepto los que insistían en terminar la fiesta con ella en su casa.
—Gracias, pero no —dijo educada hasta el final.
Entonces se escabulló bajo el brazo del último y se dirigió a las escaleras de la azotea.Había bastante menos gente allí. Hacía calor, el ambiente estaba húmedo y la vista nocturna de la ciudad cambiaba el ambiente por completo. Paula prefirió aquello. Inspiró con fuerza y se acercó al borde para posar su refresco y poder respirar.
—¿Escondiéndote?
Paula se dió la vuelta para encontrarse con una mujer sonriente. Era una mujer baja y apenas tenía pómulos. Y llevaba un vestido hawaiano tan flojo que parecía una túnica. Desde luego no era una modelo.Su picara sonrisa se ensanchó.
—No me encasillas, ¿Eh? No te preocupes. Yo tampoco pertenezco a este mundo. Me llamo Isabel.
—¿Isabel? Entonces conoces a Cecilia. Yo soy Paula Chaves. Trabajo para Pedro Alfonso. Cecilia me peinó esta tarde.
Isabel asintió.
—Ya me habló de tí. Y de tu vestido. Muy bonito, debo decir —se fijó en el traje de Paula con aprobación—. Me dijo que te buscara, que podías necesitar refuerzos.
—Estoy como pez fuera del agua —admitió Paula.
—Yo también —dijo Isabel animada—. Pero Franco tiene que acudir a estas fiestas de vez en cuando. Él tampoco está exactamente en su elemento, pero lo sobrelleva. Esta noche estaba obligado. Va a conocer a un diseñador que le acaba de dar un trabajo muy importante —miró hacia las escaleras—. Ah, ya debe haber terminado. Ahí viene.
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