Antes de que ella llegara, Pedro ya había sacado carpetas y cajas de antiguas fotos y hojas de contacto. Las extendió sobre la mesa y mientras tanto le explicó a Paula la llamada de Palinkov, su trabajo de diseñador y lo que quería de él.
—Se supone que tengo que hacerle entender mi visión. Lo que veo. Lo que capturo. Lo que hago mejor.
A Paula se le agitaron los rizos al asentir. Pedro empezó a sacar las fotos más fuertes. Las que le habían hecho ganarse el éxito y que hacían que la gente se parara a mirarlas. Las que le habían dado la fama. Paula las miraba, se detenía ante una y estudiaba otra. Puso algunas en una pila y otras en otra. Pedro sacó más.
—Necesitamos hacer montones diferentes para sentimientos diferentes —dijo Paula moviéndose tras él.Gib captó un trazo de aquel aroma floral y se apartó con desgana.
—Dame.
Paula deslizó una mano por debajo de la de él para agarrar las que tenía y empezar a clasificarlas. Pedro la observaba.Tenía la cabeza agachada para mirar las fotos sin prestarle a él ninguna atención. Hizo varios montones y sacó algunas.
—Mira éstas.No eran tan impactantes como las que él había escogido. Eran más tranquilas y sutiles. Más dulces.
Pedro sacudió la cabeza.
—Éstas no te atrapan. Y el material de Palinkov te atrapa.
—Pero él quiere tu visión.
—Pero no toda. Ésas no son tan buenas como éstas.
Paula estudió las fotos de nuevo y asintió.
—Tienes razón, pero tú tienes algunas que son tan buenas como ésas.
—¿Cuáles? ¿Qué quieres decir?
—En tu libro sobre Catalina Neale.
—No.
—Son tan buenas como las que has escogido tú.
—¡Maldita sea, he dicho que no!
Ella alzó la mirada sorprendida de su brusquedad.
—Esas fotos eran muy buenas, Pedro—dijo muy tranquila—. Muestras una faceta tuya completamente diferente. Una más íntima. Es otra forma tuya de mirar.
—Era otra forma mía de mirar.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Qué? ¿Ya no lo es?
—No —dijo él con firmeza.
Pero Paula no lo aceptó.
—Yo creo que son muy buenas. Muestran mucho, parecen entender mucho de...
—¡Maldita sea! ¡Déjalo! Mira esto —le pasó una pila de fotos recientes—. Esto es lo que Palinkov quiere ver. Éstas son fotos de moda y ésta es la imagen. Estúdialas y escoge algunas. Luego las compararemos con las mías.
Paula lo obedeció y se fue al otro extremo del estudio.
—Las miraré aquí —dijo dándole la espalda.
—Muy bien —masculló Pedro.
Era mejor que no trabajaran juntos. Evidentemente no era tan perceptiva como él creía si no era capaz de ver lo que había mejorado él desde el libro de Catalina.Los dos clasificaron en silencio y después escogieron de nuevo y deliberaron.En un momento, Pedro pasó por las que había sacado el día que había llegado Paula. No las había vuelto a ver desde aquel día.Se había sentido muy tentado, pero lo había evitado. Pero era un asunto de trabajo. Apoyó las palmas en la mesa mientras las contemplaba. Eran... diferentes. Ella era diferente.Todas las otras chicas parecían expertas, sin mácula, intocables. Paula estaba... adorable.Parecía viva. Pedro casi podía ver sus senos agitarse y tragó saliva. El cuerpo se le endureció y bajó la cabeza para inspirar con intensidad.
—¡Oh, no! —dijo una voz tras él—. ¡No vas a meter ninguna de esas!
Pedro se dió la vuelta con una sonrisa para ver un intenso sonrojo en la cara de Paula. Lo estaba mirando furiosa.
—¡Aparta ésas! ¡O mejor, tíralas a la basura!
Paula intentó rodearlo para llegar hasta las fotografías, pero él se plantó frente a ellas para impedírselo. Ella se movió. Lo mismo hizo él quedándose entre ella y las fotos con una sonrisa.
—¡Pedro! ¡Dame esas...!
Él sacudió la cabeza.
—¡No!
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