—¿Rafael? ¿Quién es ése? —quiso saber Pedro.
—Mi vecino —dijo Karina señalando abajo—. Compramos las casas al mismo tiempo. Él tiene los dos pisos de abajo. Parece un desperdicio cuando está soltero y apenas pasa suficiente tiempo en casa como para disfrutarla —sacudió la cabeza—. Es bombero y viaja por todo el mundo a apagar incendios. Pozos de petróleo, desastres naturales y cosas así.
Pedro vió como Paula abría cada vez más los ojos y le hubiera gustado que Karina se hubiera guardado para sí misma los detalles relevantes.
—¿Qué día recogen la basura? —preguntó—. ¿Qué hay de la basura reciclable? ¿Va a inspeccionar alguien todo ese trabajo de emplastecido? Paula no será responsable de ello.
—He hecho una lista —Karina hizo un gesto hacia unos papeles en el bloc de la cocina—. Lo he apuntado todo con fechas. No es gran cosa.
Pedro lanzó un bufido. Para ella era muy fácil de decir. ¡Por algo se iba a los Hamptons! Pero sería Paula la que se quedaría allí. ¿Y si eran todos unos asesinos o violadores? Bueno, eso no podía preguntarlo.Pero Paula no parecía tener los mismos reparos que él. Agarró la lista y sonrió de forma beatífica.
—No hay problema. Suena divertido —miró a Pedro con los ojos brillantes—. Así tendré una auténtica experiencia de la vida de Nueva York.
Karina lanzó una carcajada.
—Eso seguro.
—Paula tiene un trabajo —le recordó Pedro—. No podrá estar aquí todo el tiempo.—¡No tendrá que estar! Rafael puede dejarlos entrar.
—Pensé que estaba siempre de viaje por todo el mundo.
Karina agitó las manos.
—¡Oh, ya sabes cómo son esos trabajos! Cuando está en el país, apenas sale del piso de abajo. Estará en casa durante las próximas seis semanas. Seguro que lo conocerás un día de estos —le dijo a Paula con un gesto de complicidad—. ¡Está como un tren!
Pedro apretó los dientes.
—Ella está prometida.
Karina sonrió con ansiedad un minuto antes de relajarse.
—Bueno —le dijo animada a Paula—. A nadie se hace daño con mirar, ¿No crees?
Las dos compartieron una carcajada conspiratoria. Cuando Paula lo miró, Pedro tenía el ceño fruncido y ella le puso el mismo gesto.
—No estoy seguro de que deba tener una llave —protestó él.
Pero Paula lo interrumpió.
—Pienso que es muy amable por tu parte —le dijo a Karina como si él no estuviera presente—. Y estaré encantada de abrirles a los escayolistas o a quien haga falta. Estoy segura de que estaré muy a gusto aquí.
—Yo también —dijo Karina ignorándolo también—. Y me sentiré mucho más tranquila sabiendo que habrá alguien viviendo aquí.
Las dos se estrecharon las manos entre sonrisas y Pedro las miró con irritación.Entonces Paula se dió la vuelta hacia él.
—Bueno —dijo apresurada—. Gracias por traerme hasta aquí. Has sido muy amable, pero no quiero robarte más tiempo. Ya sé que estás siempre muy ocupado.
Y se lo quedó mirando como si quisiera que se marchara. Pedro no se movió durante más tiempo del que le hubiera gustado admitir. ¿Lo estaba echando?
—La verdad es que sí estoy muy ocupado —dijo echando un vistazo a su reloj—. Tengo una cita y no quiero tenerla esperando.
Entonces les dirigió una orgullosa mirada masculina y se encaminó a la puerta.
—Mañana estarás en el estudio a las nueve de la mañana.
Paula parpadeó de la sorpresa.
—¡Por supuesto!
Pedro abrió la puerta y se detuvo de nuevo.
—Puedes tomar el tren número nueve mañana. Sube en la setenta y nueve y sales en la dieciocho.
—De acuerdo.—Pedro se detuvo de nuevo después de abrir la puerta.
—¿Sabes usar el metro?
—Por supuesto.
Pero Paula tragó saliva con nerviosismo antes de esbozar una sonrisa.
—Iré a recogerte. Sólo por esta vez. Espérame en la estación a las ocho y media.
—Yo le enseñaré los transbordos —dijo Karina animada—. No te preocupes por eso. Tú vete a tu trabajo, que ella aparecerá puntual.
—Eso es —dijo Paula—. Karina me lo enseñará.
Entonces las dos le sonrieron como si hubieran hecho un frente unido.Sin embargo, Pedro siguió sin moverse.
—¿Tu cita? —le recordó Paula.
Pedro exhaló el aliento de forma audible.
—¿Qué? ¡Ah, sí!
Salió por la puerta, vaciló un segundo más, sacudió la cabeza y empezó a bajar las escaleras. Entonces escuchó cerrarse la puerta en el rellano superior.¿Era así como se sentían las madres el primer día que dejaban a sus hijos en el colegio?
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