viernes, 2 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 7

Se detuvo y apretó los labios.

—¿Lío? ¿Qué tipo de lío?

Pero ella no respondió. Al final dijo:

—Mira,  ha  sido  un  error  involuntario.  Me  siento  como  una  idiota  y  debo  haberlo parecido.

No,  había  parecido...  memorable.  Pedro no  creía  poder  olvidar  a  Paula Chaves nadando  desnuda  por  su  estudio  mientras  viviera,  pero  se  imaginaba  que  ella  no  querría oírlo.

Paula se mordió el labio.

—De verdad que quiero hacer este trabajo. Por favor, no uses contra mí lo que he hecho.

—No lo uso contra tí —dijo él con aspereza—. Pero no puedes quedarte.

—Pero le dijiste a Sonia...

—No —la corrigió él—. Sonia me lo dijo a mí. Siempre me está diciendo lo que tengo que hacer y normalmente me entra por un oído y me sale por el otro, pero a veces le doy la razón.

—Pues esta vez no deberías habérsela dado —dijo Paula con cierta acidez.

—¡Nunca creía que te enviaría!

—Bueno, pues lo  ha hecho.  Me  aseguró  que  estabas  de  acuerdo  y  que  me  dejarías trabajar durante dos meses. No es para tanto.

—¡Claro que es para tanto!

Ella lo miró aturdida.

—¿Por qué?

La inocencia de su pregunta lo detuvo en seco.

—Porque... porque... Porque  no  quería  una  asistente  como  ella,  una  ingenua  de  Iowa,  por  Dios  bendito.

 Nueva York era un lugar duro y una persona necesitaba ser sofisticada para sobrevivir. A Paula se la comerían a los pocos minutos.

—No funcionará —fue todo lo que dijo.

—¿Crees que no puedo hacerlo? Crees que soy una incompetente.

Pedro frunció el ceño.

—¡No, no es eso! Estoy seguro de que eres muy competente y...

—¡Lo soy!

—Y que podrías ser una buena asistente.

—¡Lo seré!

—¡Pero yo no quiero una asistente!

—Necesitas a una —intervino Eliana.

Tanto Pedro como Paula se volvieron al unísono para mirar a la mujer mayor sentada  tras  la  mesa  de  recepción.  Ella  esbozó  un  leve  asentimiento  hacia  Paula y  una sonrisa benigna hacia Pedro.

—¡Claro que necesitas una!

—Tengo  a...  ¿Cómo se llama?  —casi  nunca  conseguía  recordar  sus  nombres  porque no duraban lo bastante como para que se los aprendiera—. Andrea.

—Y ya sabes lo fiable que es.

Andrea y  sus  antecesoras  aparecían  en  todas  las  formas,  tamaños  y  colores.  Y  también  llegaban  de  forma  invariable  con  aros  en  la  nariz,  pelo  de  punta,  mallas  negras y muy poco cerebro. Y Pedro pensó que a Paula la recordaría durante bastante tiempo.

—Vamos a necesitar a alguien de confianza —le recordó Eliana—, porque yo me voy con Gabriela la próxima semana.

Pedro frunció el ceño. No quería pensar en aquello. Él confiaba en Eliana para todo  su  negocio.  Ella  dirigía  el  estudio,  mantenía  a  raya  a  los  representantes  de  publicidad,   trataba con  las  agencias,  el  servicio  de  hostelería  y  la  legión  de  mensajeros  que  llamaban  al  timbre  en  mitad  de  su  trabajo.  Se  había  quedado  alucinado cuando le había dicho que estaría fuera un mes.

—¿Un mes?

Nunca  se  había  tomado  más  de  una  semana  seguida  en  los  diez  años  que  llevaba con él.

—Un  mes  —dijo  ella  con  firmeza—.  Por  lo  menos.  Necesito  ayudar  a  Gabriela  con los bebés.

Después  de  quince  años  de  matrimonio  sin  hijos,  la  hija  de  Eliana,  Gabriela,  había tenido la desconsideración de elegir ese verano para tener trillizos.

—¿Tres? —había  preguntado  Pedro alucinado  cuando  Eliana  se  lo  había  contado—. ¿Qué problema hay con uno sólo?

—Aceptaremos todos los que lleguen —había dicho Eliana entusiasmada.

Estaba por las nubes con la idea de irse a North Carolina a ayudar a su hija con los bebés. De hecho, apenas podía esperar. Pedro había  sido  incapaz  de  decir  que  no.  Sabía  que  ella  dejaría  el  trabajo  si  lo  hacía, así que había aceptado aunque le parecía que se había vuelto loco al hacerlo.

—Busca a alguien que ocupe tu puesto —le había dicho por fin el día anterior, cuando ella le había preguntado si tenía a alguien en mente.

—Creo que Paula lo hará bien —dijo Eliana ahora.

—¿Qué? —prácticamente gritó Pedro.

Pero Eliana sólo sonrió con su cara radiante de futura abuela.

—Parece sensata y responsable. Y si tu hermana confía en ella...

—Mi hermana...

—Es buena en juzgar el carácter de la gente —afirmó Eliana con firmeza—. Si no te quiere como ayudante, puedes ser mi sustituta —le dijo a Paula antes de mirar de nuevo a Pedro—. ¿La quieres?

¡Menuda desafortunada elección de palabras!Gibson sentía la lengua trabada. ¡No, maldita sea! No la quería. No la quería ver en su estudio todos los días, ni siquiera en la sala de recepción. Y no sólo porque su cuerpo tenía una reacción inconveniente hacia ella.Pero  sabía  que  estaba  atrapado.  Sonia proponía  y  Eliana disponía.  Y  a  él  lo  habían pillado en el medio.Pero quería dejar una cosa clara. Se dió la vuelta hacia Paula.

—¡No me haré responsable de tí!

Ella lo miró asombrada.

—¡Por supuesto que no!

Pedro alzó un dedo señalándola.

—¡Ni te sacaré de líos ni protegeré tu inocencia de ninguna manera!

—Nunca he pedido...

Él agitó el dedo en el aire para dar más énfasis.

—Sólo quiero dejarlo claro. Si te quedas, será por tu propia cuenta.

—¡Desde  luego!  —aceptó  ella  antes  de  preguntar  de  forma  casi  beligerante—. ¿Hay algo más?

Él se dió la vuelta con brusquedad.

—¡Sí! ¡Desde ahora ya te puedes dejar la maldita ropa puesta!

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