Ella se sonrojó.
—Es que acabo de tomar una comida deliciosa y compré el libro para intentar hacerla en casa. Para David.
Pedro apretó la mandíbula.
—Ya. David. Y también podrás probarla con el guapo bombero de tu vecino antes de volver a casa.
Lo dijo con tal dureza que Paula parpadeó.
—¿Qué?
—Nada —le devolvió el libro y echó un vistazo a su reloj—. Tengo que irme. Tengo una cita.
—¿Con la misma chica? —preguntó ella antes de poder contenerse.
—¿Qué? —fue él el que pareció asombrado—. ¡Oh, no! Nunca con la misma —esbozó una sonrisa irónica—. Que te diviertas con tu libro de cocina. Vuelve a dejar el otro en la estantería —le aconsejó—. No merece la pena que pierdas el tiempo.
Entonces se dió la vuelta y salió sin mirar atrás. Cuando desapareció por las escaleras, Paula bajó la vista hacia el libro de Catalina Neale. Quizá fuera antiguo y él ya no se sintiera orgulloso de aquella obra. Pero ella sentía mucha curiosidad.Se llevó el libro hasta un cómodo sillón y empezó a pasarlas páginas. No estaba segura de lo que había esperado encontrar, pero desde luego mucho menos de lo que vió. La actriz estaba fotografiada de la forma más sencilla, como el resto de su trabajo, pero había algo más personal y cálido que había abandonado en su trabajo posterior.Los retratos de Catalina la mostraban fresca, joven y vibrante. La actriz jugaba con la cámara como si fuera un gatito. Vestida con trajes artísticos y extravagantes, acampando, recortada contra la ventana de un apartamento mirando a la ciudad y la luna. Y había tal anhelo en su expresión, tal desesperación. ¿En qué habría estado pensando? En la página siguiente Paula entendió la causa porque Pedro la había fotografiado con el mismo semblante mirando al cartel de un teatro.
—Su nombre en candilejas —murmuró Paula.
Aquello era lo que ansiaba. Había otras fotos de la actriz desnuda, envuelta sólo en sombras o suaves sábanas de una cama deshecha. Y allí su expresión había cambiado. En algunas parecía distante, remota casi. Y en otras jugueteaba de nuevo, sugerente... prometedora.En conjunto, Pedro había descubierto su potencial en los comienzos de su carrera.Paula pensó que se debían haber conocido cuando ambos empezaban las carreras que algún día les harían famosos. Y en aquellos retratos se notaba el incipiente talento de ambos. Catalina emanaba atractivo sexual sin hacer más que comer una manzana o relajada en un baño de espuma. La forma que miraba a la cámara recordaba a Eva la tentadora.¿Habría tentado aquella mujer a Pedro?Desde luego, en la actualidad se mantenía impasible ante las mujeres a las que fotografiaba y a pesar de eso conseguía captar su esencia interior. A ella le maravillaba. Hubiera deseado conseguirlo ella misma. Sus fotos de la hermana Carmen contemplando la abadía y riéndose al contar una historia divertida estaban cerca. Pero no eran de ninguna manera tan buenas como las de Pedro.
—¡Por eso él es un famoso fotógrafo de Nueva York —se dijo a sí misma—, y tú no. Pero podría aprender de él y de su libro también.
Lo cerró y se quedó pensando en cómo habría conseguido un estudio tan profundo de la actriz.Desde luego debía haber tenido acceso a detalles íntimos de la vida de Catalina. Ella debía haber confiado bastante en él para darle tanta libertad. Paula se imaginó haciendo lo mismo que Pedro había hecho, sacar cronológicamente los estados de humor de una persona, sus esperanzas, miedos y deseos. ¿Cómo sería, por ejemplo, conocer a Pedro tan bien?Lo retrataría detrás de la cámara moviéndose como hacía siempre, estudiando los contactos, su sempiterno fruncimiento de ceño y después su sonrisa de satisfacción cuando por fin encontraba una imagen que le agradaba en particular. Y por fin lo retrataría dándole la espalda y alejándose de ella como había hecho aquella noche.Y lo seguiría y lo fotografiaría en otros lugares. ¿Cómo sería Pedro cuando no estaba en su estudio?La había llevado aquella tarde a casa de Karina, pero no sabía qué lugares le gustaba frecuentar ni tampoco había visto nunca su apartamento. ¿Cómo sería? ¿Lujoso o espartano? ¿Grande o pequeño? ¿Qué ropa tendría en los armarios aparte de los vaqueros y camisas que se ponía para trabajar? ¿Se pondría calzoncillos ajustados o de pantalón?¿Cómo estaría desnudo?¿Desnudo?Abrió los ojos de par en par y miró su reloj.
—¡Dios santo!
Eran casi las diez y se había olvidado de llamar a David.
Pedro pensaba que habían quemado todos aquellos antiguos libros.Descubrir a Paula con uno en las manos no le había gustado nada e imaginar que luego lo había estado ojeando aún menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario