A última hora de la mañana del sábado, recogió todas sus pertenencias y Rafael buscó un taxi para irse los dos a la casa de Pedro.
—¿Qué diablos está haciendo él aquí? —preguntó Pedro en cuanto se abrieron las puertas del ascensor y vió a Rafael seguirla con sus maletas.
—Me está ayudando con el traslado. ¿Dónde ponemos las bolsas?
Pedro señaló al final del corredor antes de volverse hacia Paula.
—Podría haberte ayudado yo. Dijiste que se iba.
—Ah, el miércoles. Bueno, ¿Qué quieres que haga?
Pedro frunció el ceño en dirección a la habitación donde había desaparecido Rafael y giró la cabeza hacia la terraza.
—Ven, te lo enseñaré.
Primero le enseñó la habitación donde dormiría, muy espaciosa y con preciosas vistas a Central Park. Pero lo que le llamó la atención no fueron las vistas del parque, sino las fotografías de la pared. Eran fotos de niños jugando en blanco y negro.Encantada, Paula se acercó más.
—Vamos —le importunó Pedro—. Te enseñaré lo que tienes que hacer con las plantas.
Con desgana, se apresuró a seguirlo. Nunca había visto un departamento como el de Pedro. ¡Era inmenso! Las habitaciones eran palaciegas con vistas al parque y el comedor tenía unas puertas correderas que daban a una terraza que era como un jardín, con árboles y arbustos en macetas. Era precioso.
—Si llueve mucho, no hace falta regarlas, pero si no, ahí tienes una manguera. Úsala cada dos días.
Le enseñó cómo funcionaban los cierres y el sistema de seguridad y le dijo el nombre del portero y el superintendente.
—Ellos te ayudarán si tienes algún problema.
—Parece como si pudieran cuidar la casa mejor que yo —dijo Paula con sinceridad.
—Quiero que se quede alguien a vivir aquí.
—Yo no discutiría con él —dijo Rafael con una sonrisa de buen humor—. Tienes una casa muy bonita.
—Gracias —dijo Pedro con sequedad—. No te retrases por nosotros. Quiero enseñarle a Paula cómo funciona el triturador de basura. No hace falta que esperes.
—¡Oh, esperaré!. —Rafael sonrió—. Nos vamos al Jardín Botánico.
Pedro se quedó muy rígido y le tembló un músculo de la mandíbula. Miró a Paula durante un largo momento con mirada impenetrable. Casi parecía dolido.Entones dijo:
—Bien —de repente pareció tener prisa—. No es difícil. Ya lo averiguarás sola —se dió la vuelta y sacó sus bolsas de lo que debía ser su habitación. Le dió dos llaves y se dirigió a la puerta—. La pequeña es la del buzón. Está en el recibidor. El correo llega hacia las dos. Gracias. Adiós, Paula Chaves. Ha sido... interesante.
Y antes de que ella comprendiera que probablemente no lo vería nunca más, ya había desaparecido en el ascensor. Paula se quedó allí parada mirando el sitio por donde había desaparecido, sintiendo una profunda vaciedad hasta que Rafael se acercó a ella.
—¡Eh! ¿Qué te parece si nos vamos a comer?
Había sido una buena idea. Y lo único que podía haber hecho, se aseguró Pedro al sentarse en el avión.Tenía a alguien que cuidara de su casa, le estaba haciendo un favor a su hermana y al mismo tiempo la estaba protegiendo de los lobos sin escrúpulos.¡No era culpa suya si ella era lo bastante estúpida como para acompañar a uno al Jardín Botánico!
Y él pensaba disfrutar. Iba a relajarse y a descansar, a olvidarse de todo menos de los arroyos y los nos limpios, de los osos y ciervos, peces y todo lo que fuera vida salvaje. Iba a respirar el fresco aire alpino de Montana y a hacer ejercicio.Se iba de vacaciones y no pensaba dedicar un solo minuto a pensar en Nueva York, en Paula o en su profesión. Ni uno solo.Lo borró todo de su mente en cuanto el avión despegó. Cerró los ojos y le dio vacaciones a sus pensamientos.¿Dormiría ella esa noche en su cama?
No hay comentarios:
Publicar un comentario