Le sonrió a Pedro, que le devolvió la sonrisa.
—Está deliciosa. Lo mejor que he tomado nunca.
—Tómala con calma —le aconsejó él.
Paula asintió sólo un poco enojada por su tono paternalista.
—No te preocupes por mí —dijo con tono animado—. ¡Esto es maravilloso! —hizo un gesto a su alrededor y casi le derramó la bebida a una mujer que pasaba—. ¡Oh, lo siento!
—Te buscaré algo de comer —dijo Pedro—. No te metas mucho de eso con el estómago vacío.
Paula sacudió la cabeza.
—No lo haré.
—Quédate aquí —ordenó él—. Ahora mismo vuelvo.
—De acuerdo.
Pedro parecía nervioso, como si ella fuera a desvanecerse si la dejaba sola. Paula agitó la mano.
—Estoy bien. No te preocupes.
Lo vió alejarse entonces hacia la mesa de los aperitivos. En cuanto lo tragó la multitud, ella volvió la atención hacia la sorprendente habitación.Ahora veía que el Cabeza de Diamante era parte de un telón pintado que colgaba detrás de la banda. Delante de ella, media docena de parejas bailaban al compás de las típicas canciones isleñas. Al otro lado de la sala, donde debería haber otra pared, pudo ver en la distancia a unos surfistas remontando olas gigantescas.
—¿Qué diablos...?
—¿Quieres pillar a uno grande, cariño?
Un hombre musculoso con camisa chillona le guiñó un ojo con gesto obsceno. También agitó la cadera para dejárselo claro. Paula apretó la bebida con fuerza.
—Gracias, pero estoy esperando a alguien.
Entonces esbozó una de aquellas sonrisas educadas pero desdeñosas que tan bien le había enseñado su madre a temprana edad.Aparentemente el hombre captó su intención. Se dió la vuelta y le dijo lo mismo a otra chica para conseguir al instante una respuesta más favorable. Paula se alejó acercándose a los surfistas. Ahora podía ver que era un vídeo que usaba la pared como pantalla.Se quedó mirando sin hablar con nadie sintiendo el mar de humanidad alrededor de ella, todos riéndose, charlando, coqueteando. Podía notar el brillo febril en algunos ojos y el de especulación en otros. Todo el mundo presente tenía allí un plan, de eso estaba segura.
—Toma —Pedro le pasó un plato, examinó el nivel de su copa y asintió satisfecho antes de dar un bocado a un canapé—. Bueno, ¿Qué te parece?
—¡Desde luego no tiene nada que ver con Collierville! —gritó ella por encima de las voces—. Aquí hay más anillados que pendientes normales.
—¡Pedro, cariño! —una diminuta mujer de pelo plateado, vestida con un caftán indio, lanzó besos al aire en dirección a Pedro antes de colgarse de su brazo—. ¡Me alegro tanto de que hayas venido! ¡Temía que estuvieras deprimido!
¿Deprimido? Paula miró a Pedro y lo vió esbozar una tensa sonrisa a la diminuta dama.
—Yo no me deprimo, Estefanía. Eso ya lo sabes. El trabajo es el trabajo.
—Ah, sí, querido, pero me quedé alucinada cuando Palinkov dijo que no.
Paula frunció el ceño. ¿No era aquél el diseñador para el que habían estado haciendo el portafolio? Miró a Pedro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario