viernes, 16 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 33

Le sonrió a Pedro, que le devolvió la sonrisa.

—Está deliciosa. Lo mejor que he tomado nunca.

—Tómala con calma —le aconsejó él.

Paula asintió sólo un poco enojada por su tono paternalista.

—No  te  preocupes  por  mí  —dijo  con  tono  animado—.  ¡Esto  es  maravilloso!  —hizo  un  gesto  a  su  alrededor  y  casi  le  derramó  la  bebida  a  una  mujer  que  pasaba—. ¡Oh, lo siento!

—Te  buscaré  algo  de  comer  —dijo  Pedro—.  No  te  metas  mucho  de  eso  con  el  estómago vacío.

Paula sacudió la cabeza.

—No lo haré.

—Quédate aquí —ordenó él—. Ahora mismo vuelvo.

—De acuerdo.

Pedro parecía nervioso, como si ella fuera a desvanecerse si la dejaba sola. Paula agitó la mano.

—Estoy  bien.  No  te  preocupes. 

Lo  vió  alejarse  entonces  hacia  la  mesa  de  los  aperitivos.   En   cuanto   lo   tragó   la   multitud,   ella   volvió   la   atención   hacia   la   sorprendente habitación.Ahora  veía  que  el  Cabeza  de  Diamante  era  parte  de  un  telón  pintado  que  colgaba  detrás  de  la  banda.  Delante  de  ella,  media  docena  de  parejas  bailaban  al  compás de las típicas canciones isleñas. Al otro lado de la sala, donde debería haber otra pared, pudo ver en la distancia a unos surfistas remontando olas gigantescas.

—¿Qué diablos...?

—¿Quieres pillar a uno grande, cariño?

Un  hombre  musculoso  con  camisa  chillona  le  guiñó  un  ojo  con  gesto  obsceno.  También agitó la cadera para dejárselo claro. Paula apretó la bebida con fuerza.

—Gracias, pero estoy esperando a alguien.

Entonces  esbozó  una  de  aquellas  sonrisas  educadas  pero  desdeñosas  que  tan  bien le había enseñado su madre a temprana edad.Aparentemente el hombre captó su intención. Se dió la vuelta y le dijo lo mismo a  otra  chica  para  conseguir  al  instante  una  respuesta más  favorable.  Paula se  alejó  acercándose  a  los  surfistas.  Ahora  podía  ver  que  era  un  vídeo  que  usaba  la  pared  como pantalla.Se  quedó  mirando  sin  hablar  con  nadie  sintiendo  el  mar  de  humanidad  alrededor de ella, todos riéndose, charlando, coqueteando. Podía notar el brillo febril en  algunos  ojos  y  el  de  especulación  en  otros.  Todo  el  mundo  presente  tenía  allí  un  plan, de eso estaba segura.

—Toma —Pedro le pasó un plato, examinó el nivel de su copa y asintió satisfecho antes de dar un bocado a un canapé—. Bueno, ¿Qué te parece?

—¡Desde  luego  no  tiene  nada  que  ver  con  Collierville!  —gritó  ella  por  encima  de las voces—. Aquí hay más anillados que pendientes normales.

—¡Pedro,  cariño!  —una  diminuta  mujer  de  pelo  plateado,  vestida  con  un  caftán  indio, lanzó besos al aire en dirección a Pedro antes de colgarse de su brazo—. ¡Me alegro tanto de que hayas venido! ¡Temía que estuvieras deprimido!

¿Deprimido? Paula miró a Pedro y lo vió esbozar una tensa sonrisa a la diminuta dama.

 —Yo no me deprimo, Estefanía. Eso ya lo sabes. El trabajo es el trabajo.

—Ah, sí, querido, pero me quedé alucinada cuando Palinkov dijo que no.

Paula frunció  el  ceño.  ¿No  era  aquél  el  diseñador  para  el  que  habían  estado  haciendo el portafolio? Miró a Pedro.

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