Ella lo intentó por un lado y después por el otro. Pedro la interceptó por los dos antes de agarrarla por una mano. Sus cuerpos tropezaron y los senos de Paula se alzaron contra el sólido muro del torso de él.El tiempo se detuvo.Todo se detuvo excepto el salvaje latido de sus corazones. Y el desesperado parpadeo de los ojos de Paula al mirarlo con impotencia. El labio inferior le tembló y Pedro bajó la cabeza para rozarlo con el suyo.Pero antes de conseguirlo, ella se zafó con tanta fuerza que tropezó de espaldas contra una silla.No importaba.El momento de locura había pasado.
—Tengo... tengo que irme —murmuró ella apartándose de la silla y frotándose los pantalones con manos temblorosas sin mirarlo—. Le prometí a Rafael...
Pedro apretó los dientes, pero no contestó. Por fin sacudió la cabeza.
—Bien —dijo con voz un poco quebrada—. Hazlo. Puedes irte. Yo terminaré esto.
Paula asintió con torpeza antes de señalar con la cabeza la mesa donde había estado trabajando.
—He puesto las mejores en ese montón. Las que yo creo que deberías usar.
—Gracias.
Paula se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo y miró a sus espaldas antes de abrirla.
—No uses esas fotos, Pedro. Por favor.
Se mordió el labio y lo miró vacilante.
—Son buenas.
Sabía que había mujeres que darían su alma porque alguien enseñara una fotografía suya a Palinkov. Pedro sabía que Catalina lo hubiera hecho. Pero Paula sólo sacudió la cabeza abatida.
—No... para mí no. Por favor.
De nuevo batió las pestañas, pero no era una actuación. Tenía aspecto de ponerse a llorar. Y Pedro no soportaba que las mujeres lloraran. Se encogió de hombros con irritación.
—No lo haré —masculló enfadado.
La cara de Paula se iluminó con una sonrisa que no le había visto nunca.
—Gracias, Pedro.
Entonces cruzó la habitación y le plantó un beso en la boca. Los dos dieron un respingo como si hubiera descargado un rayo.Paula se llevó la mano a la boca y susurró aturdida.
—¡Lo siento!
Entonces, dejando a Pedro paralizado tras ella, salió volando de la habitación.¡Era una idiota!¡Una loca!¡Una imbécil de primera clase! ¿Cómo podía haber hecho algo tan estúpido?En todo el camino de vuelta a su apartamento, no dejó de repetirse cosas como ésas. Ya había sido bastante deplorable la tensión que había estallado entre ellos cuando sus cuerpos habían tropezado. Una tensión claramente sexual y que la había asustado.Intentó buscar algo que explicara la idiotez de sus actos, pero sólo sentía confusión.Y deseo.Se tapó los ojos con la mano en el metro.
—¡David! —murmuró—. ¡David
!Se le pasó la estación en la setenta y nueve y tuvo que recorrer un buen trecho caminando mientras intentaba recuperar la compostura.
—Pensé que te habías olvidado —le sonrió animado Rafael cuando llamó a su puerta.
—Si... siento llegar tarde. He tenido que trabajar.
—¡Pero si es sábado! ¿Qué tipo de negrero es tu jefe?
—Él no... no es exactamente...
Rafael enarcó las cejas antes de encogerse de hombros.
—¡Ah, sí! Me había olvidado. Es el famoso fotógrafo de preciosas modelos, ¿No? —sacudió la cabeza—. ¿Les hace desnudarse el alma como el cuerpo?
Paula sintió que las mejillas se le ponían de color escarlata.
—¡No hace eso!
Pero desde luego algo le había hecho a ella. ¡Se suponía que había ido a Nueva York a ampliar sus horizontes, no a besar a Pedro Alfonso!¡Ni a perder la cabeza y el sentido común!Llevaba demasiado tiempo sin una mujer. Eso era todo. Tenía las hormonas desatadas.
Había estado demasiado absorto en su trabajo durante demasiado tiempo. Eso le estaba nublando el juicio y poniéndolo susceptible.Pues buscaría a una mujer.No debía resultarle difícil conseguir una. Estaban por todas partes, todas sonriéndole, coqueteando con él y batiendo las pestañas al mirarlo. Deseándolo a él y lo que sus fotos podían ayudarlas en sus carreras.A él no le importaba. Todos se usaban y eso le quitaría de la cabeza a Paula Chaves. Lo estaba volviendo loco.¿Por qué diablos lo había besado?¿Es que no había sentido la tensión de su cuerpo cuando se habían tropezado? ¿No había visto el fuego en sus ojos ni lo excitado que se había puesto?¿Qué le pasaba a aquella mujer?Gib apretó los dientes. Ya sabía qué le pasaba. Echaba de menos a David.Si su mente hubiera podido escupir, hubiera escupido en el nombre del novio de Paula. ¡Maldito fuera! No tenía sentido ¿Por qué la había dejado ir a Nueva York? ¡Aquella mujer era letal! Podría conseguir que un santo cayera en la tentación del pecado.¡Y Dios sabía que él no era ningún santo!Tenía que librarse de ella y recuperar el control de su vida.Pero hasta entonces necesitaba a una mujer.Se acercó a recepción y empezó a pasar las páginas de la agenda de Eliana. ¿A quién podría llamar? ¿A quién que no quisiera ir más lejos de lo que quería él? ¿Camila?No. ¿Vanesa?No. ¿Samantha?No. ¿Aldana?Sí, Aldana. Morena de gesto picante, labios jugosos y sonrisa despectiva, era la antítesis de Paula. Era dura. Contenida. Y preciosa. Y completamente decidida a que los hombres no fueran para ella más que un juguete. Perfecta. Pedro descolgó el teléfono.
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