lunes, 12 de marzo de 2018

Inevitable: Capítulo 24

Ella  lo  intentó  por  un  lado  y  después  por  el  otro.  Pedro la  interceptó  por  los  dos  antes  de  agarrarla  por  una  mano.  Sus  cuerpos  tropezaron  y  los  senos  de  Paula se  alzaron contra el sólido muro del torso de él.El tiempo se detuvo.Todo  se  detuvo  excepto  el  salvaje  latido  de  sus  corazones.  Y  el  desesperado  parpadeo de los ojos de Paula al mirarlo con impotencia. El labio inferior le tembló y Pedro bajó la cabeza para rozarlo con el suyo.Pero antes de conseguirlo, ella se zafó con tanta fuerza que tropezó de espaldas contra una silla.No importaba.El momento de locura había pasado.

—Tengo... tengo que irme —murmuró ella apartándose de la silla y frotándose los pantalones con manos temblorosas sin mirarlo—. Le prometí a Rafael...

Pedro apretó los dientes, pero no contestó. Por fin sacudió la cabeza.

—Bien —dijo  con  voz  un  poco  quebrada—.  Hazlo.  Puedes  irte.  Yo  terminaré  esto.

Paula asintió  con  torpeza  antes  de  señalar  con  la  cabeza  la  mesa  donde  había  estado trabajando.

—He puesto las mejores en ese montón. Las que yo creo que deberías usar.

—Gracias.

Paula se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo y miró a sus espaldas antes de abrirla.

—No uses esas fotos, Pedro. Por favor.

Se mordió el labio y lo miró vacilante.

—Son buenas.

Sabía  que  había  mujeres  que  darían  su  alma  porque  alguien  enseñara  una  fotografía suya a Palinkov. Pedro sabía  que  Catalina lo  hubiera  hecho.  Pero Paula sólo  sacudió  la  cabeza  abatida.

 —No... para mí no. Por favor.

De  nuevo  batió  las  pestañas,  pero  no  era  una  actuación.  Tenía  aspecto  de  ponerse a llorar. Y Pedro no soportaba que las mujeres lloraran. Se encogió de hombros con irritación.

—No lo haré —masculló enfadado.

La cara de Paula se iluminó con una sonrisa que no le había visto nunca.

—Gracias, Pedro.

Entonces cruzó la habitación y le plantó un beso en la boca. Los dos dieron un respingo como si hubiera descargado un rayo.Paula se llevó la mano a la boca y susurró aturdida.

—¡Lo siento!

Entonces, dejando a Pedro paralizado tras ella, salió volando de la habitación.¡Era una idiota!¡Una loca!¡Una imbécil de primera clase! ¿Cómo podía haber hecho algo tan estúpido?En todo el camino de vuelta a su apartamento, no dejó de repetirse cosas como ésas.  Ya había  sido  bastante  deplorable  la  tensión  que  había  estallado  entre  ellos  cuando sus cuerpos habían tropezado. Una tensión claramente sexual y que la había asustado.Intentó  buscar  algo  que  explicara  la  idiotez  de  sus  actos,  pero  sólo  sentía  confusión.Y deseo.Se tapó los ojos con la mano en el metro.

—¡David! —murmuró—. ¡David

!Se le pasó la estación en la setenta y nueve y tuvo que recorrer un buen trecho caminando mientras intentaba recuperar la compostura.

—Pensé  que  te  habías  olvidado  —le  sonrió  animado  Rafael  cuando  llamó  a  su  puerta.

—Si... siento llegar tarde. He tenido que trabajar.

—¡Pero si es sábado! ¿Qué tipo de negrero es tu jefe?

—Él no... no es exactamente...

Rafael enarcó las cejas antes de encogerse de hombros.

—¡Ah, sí! Me había olvidado. Es el famoso fotógrafo de preciosas modelos, ¿No? —sacudió la cabeza—. ¿Les hace desnudarse el alma como el cuerpo?

Paula sintió que las mejillas se le ponían de color escarlata.

—¡No hace eso!

Pero desde luego algo le había hecho a ella. ¡Se suponía que había ido a Nueva York a ampliar sus horizontes, no a besar a Pedro Alfonso!¡Ni a perder la cabeza y el sentido común!Llevaba  demasiado  tiempo  sin  una  mujer.  Eso  era  todo.  Tenía  las  hormonas  desatadas.


Había  estado  demasiado  absorto  en  su  trabajo  durante  demasiado  tiempo.  Eso  le estaba nublando el juicio y poniéndolo susceptible.Pues buscaría a una mujer.No  debía  resultarle  difícil  conseguir  una.  Estaban  por  todas  partes,  todas  sonriéndole, coqueteando con él y batiendo las pestañas al mirarlo. Deseándolo a él y lo que sus fotos podían ayudarlas en sus carreras.A  él  no  le  importaba.  Todos  se  usaban  y  eso  le  quitaría  de  la cabeza a  Paula Chaves. Lo estaba volviendo loco.¿Por qué diablos lo había besado?¿Es que no había sentido la tensión de su cuerpo cuando se habían tropezado? ¿No había visto el fuego en sus ojos ni lo excitado que se había puesto?¿Qué le pasaba a aquella mujer?Gib apretó los dientes. Ya sabía qué le pasaba. Echaba de menos a David.Si  su  mente  hubiera  podido  escupir,  hubiera  escupido  en  el  nombre  del  novio  de Paula. ¡Maldito fuera! No tenía sentido ¿Por qué la había dejado ir a Nueva York? ¡Aquella  mujer  era  letal!  Podría  conseguir  que  un  santo  cayera  en  la  tentación  del  pecado.¡Y Dios sabía que él no era ningún santo!Tenía que librarse de ella y recuperar el control de su vida.Pero hasta entonces necesitaba a una mujer.Se  acercó  a  recepción  y  empezó  a  pasar  las  páginas  de  la  agenda  de  Eliana.  ¿A  quién podría llamar? ¿A quién que no quisiera ir más lejos de lo que quería él? ¿Camila?No. ¿Vanesa?No. ¿Samantha?No. ¿Aldana?Sí, Aldana. Morena  de  gesto  picante,  labios  jugosos  y  sonrisa  despectiva,  era  la  antítesis de Paula. Era dura. Contenida. Y preciosa. Y completamente decidida a que los hombres no fueran para ella más que un juguete. Perfecta. Pedro descolgó el teléfono.

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